Natura xilocae

Journal of observation, study and conservation of Nature Lands Jiloca Gallocanta (Aragon) / Journal de l'observation, l'étude et la conservation de la nature et des Terres de Jiloca Gallocanta (Aragon) / Journal der Beobachtung, Erforschung und Erhaltung der Natur und der Lands Jiloca Gallocanta (Aragon) / Gazzetta di osservazione, lo studio e la conservazione della natura e Terre Jiloca Gallocanta (Aragona) / Jornal de observação, estudo e conservação da Natureza e Jiloca Terras Gallocanta (Aragão)

jueves, 29 de septiembre de 2016

HACIA EL CAP GROS: UN PASEO POR ACANTILADOS DEL OESTE DE IBIZA

Puente de San Jorge. Escapada a Ibiza. De la isla sabíamos poco. Los tópicos que conoce cualquiera y poco más. Había poco tiempo para organizarlo y decidimos coger un alojamiento en Sant Antoni de Portmany. En la costa oeste. Estará más tranquila que la otra, donde está la capital. Llegamos de noche al aeropuerto y tras tomar el coche de alquiler nos acercamos a nuestro destino.

Un complejo turístico con hoteles, apartamentos, bares y tiendas. Por la hora, casi todo ya estaba cerrado. Nos guardaban una cena fría en un comedor que parecía grande. Cenamos solos pensando que al estar en temporada baja habría pocas personas alojadas. Error.


Por la mañana madrugamos. Desde la habitación vimos a una gaviota sobrevolar las terrazas del hotel, completamente vacías a esa hora. Era una gaviota de Audouin. Una de las gaviotas más raras del mundo. Uno de los iconos de la conservación de la naturaleza de los años '80 por su delicada posición tras décadas de presión humana sobre sus huevos. Sabíamos que su población se había recuperado en el Mediterráneo occidental pero no tanto como para verla en las residencias turísticas en buen número.
Adulto de gaviota de Audouin. Fuente: SEO-Birdlife
En el comedor una legión de entusiastas pensionistas jubilados del Inserso, tan mudadicos, tan contentos, daban buena cuenta de las muchas posibilidades del abundante buffet libre del desayuno. Hacía fresco en aquella mañana gris. Nuestros vecinos, prudentes por la edad y por la experiencia, almorzaban en el interior del comedor. Nosotros, recién llegados, decidimos sacar nuestros platos a una mesa de la terraza junto a la de una pareja de alemanes. Llevamos, los cubiertos, la servilleta y, un plato con un par de filetes de jamón york. Y volvimos al interior a preparar el pan, los cafés y todo lo demás. Cuando salimos de nuevo escuchamos un gran alboroto cerca de nuestra mesa. El encargado del comedor y los alemanes agitaban los brazos a una gaviota de Audouin que se alejaba con el filete de fiambre aferrado a su pico. Era toda una metáfora de la vida en la isla.

Dedicamos el día a ver la capital de la isla, conseguir información y a descansar en una playa de la costa este. Y a preparar la excursión del día siguiente. Lo teníamos fácil. Descubrimos que había un sendero que partía de Sant Antoni y permitía recorrer las calas y acantilados de la costa hasta Cala Salada. Esta era la ruta.


Amaneció de nuevo otra mañana gris y fresca. Tomamos un camino que pasaba junto a chalets de forma cúbica pintados de tonos claros, al estilo de las casas de campo tradicionales. Pero, a diferencia, cada cual con su jardín cercado poblado de plantas procedentes de la otra parte del mundo. A nuestra izquierda, la costa. Una planicie rocosa alterada por la erosión del oleaje y poblada por plantas propias de los litorales con sustratos nitrificados y salinos, como la malva.


Nos acercamos a la línea de costa. Un costa rocosa formada por conglomerados con matriz arcillosa y angulosos clastos calizos procedentes de la inmediata montaña de Sa Talaia. Todo ello muy bien cementado. Junto al camino la roca mostraba su aspecto por la activa erosión y el trasiego humano. En la costa, la roca se ennegrecía por la colonización por algas y líquenes. Algunas pozas se formaban en las depresiones por la acumulación tras el último temporal. Ya en el mar, praderas de algas se mecían por las suaves olas ...

 


A nuestra derecha, los matorrales abiertos nitrófilos y halófilos comenzaban su floración ...


en la orla de un pinar de carrasco con estepa, enebro y romero que crecía dentro de una parcela que, no tardará mucho en ser urbanizada ...


Volvimos la vista. Los apartamentos turísticos de Sant Antoni y su paseo marítimo asomándose al Caló des Moro.


El camino terminó en la Punta des Dalt d'en Portes y tomamos un sendero que se elevaba sobre un pequeño cantil formado por la erosión marina sobre unas margas plegadas y posteriomente cubiertas por otros conglomerados. Se veía bien la discordancia angular. Al fondo, el penúltimo hotel ...


y, en frente, Cap Blanc con unas aguas claras y tranquilas ...


Y, hacia el oeste, al otro lado de la bahía de Sant Antoni, el suave relieve de la isla Conillera ...


Una recia sabina resistente a la sequía y a la insolación, se aferraba a la desnuda roca sobrellevando el azote del viento cargado de salitre ...


...cercano al Acuarium construido aprovechando la Cova de Ses Llagostes, también cerrado.

Al doblar el cabo dimos con la Cala Gració con sus pequeños cantiles ...


  y su pequeña playa también vacía ...


en cuyo margen se veían las construcciones donde se guardan las barcas, antes de pescadores hoy recreativas, y el cercano monte salpicado de más chalets.

En un recodo apareció  Cala Gracioneta, una calita prácticamente ocupada por un chiringuito. Y, cerca de la Punta de Cala Gració, las amplias y cercadas instalaciones del Gasoducto Insular de Ibiza gestionadas por Endesa Gas Transportista. El gas, una de las fuentes energéticas de la actividad turística.

Tomamos una carretera que, entre un pinar, nos acercó a un restaurante asomado sobre el mar. En este sector son numerosos los chalés.

 

 

Todos cercados. Todos con vigilancia para evitar robos durante las largas ausencias de sus propietarios. Todos con su jardín. Casi todos con sus piscinas. Y, eso sí, todos con su urbanización (calles asfaltadas, iluminación, contenedores, etc.).


Entraban las máquinas trayendo tierra para crear jardines, sonaban los martillos y los taladros de los carpinteros ... Empleo. El empleo que por estas fechas comienza a incrementarse en las costas españolas. No solo en la hostelería, en otros muchos más sectores productivos. El empleo que prepara las instalaciones de unos turistas o de unos propietarios que por estas fechas estarán en cualquier rincón de la próspera Europa.

 

Desde Cap Negret podíamos ver hacia el norte unos abruptos acantilados en primer término, el extremo de Punta Galera y, al fondo, la Punta des Vent. Y, hacia poniente, un mar profundo y oscuro. Impresionante.


Pusimos atención al mar. A lo lejos se veían grandes bandadas de pardelas baleares que, invariablemente se dirigían hacia el sur. Tal vez hacia la isla Conillera. Más cerca, descansaba un tranquilo cormorán moñudo ...


sobre un acantilado de cincuentas metros de caída.

En este sector los conglomerados estaban muy disgregados. Parece una zona muy afectada por el viento de poniente, Viento cargado de un aerosol de agua marina que alcanza la roca y facilita su meteorización. Viento que igualmente deposita la sal sobre las plantas más expuestas, como este pino carrasco ...


... que tenía afectadas las ramillas más expuestas.

Hasta el borde del acantilado alcanza el matorral mediterráneo formado por brezo, romero y estepa ...


que ya estaba comenzando la floración ...


o fructificando ...


al igual que otras plantas que aprovechan precozmente el agua acumulada en el esquelético suelo ...

 

... para terminar su ciclo biológico.

Al asomar sobre la costa, destacaba la serena belleza de Punta Galera ...


en la que los estratos calizos habían retrocedido formando una rasa litoral y un pequeño acantilado de una veintena de metros.

A la vuelta, no nos sorprendió encontrar a una muchacha haciendo yoga en este precioso paraje en aquella tranquila mañana.

Para descender hasta la playa de Sa Galera tuvimos que atravesar una zona con desprendimientos y de paso difícil ...


cuyas arcillas recién exhumadas estaban colonizadas por plantas halófilas como el limonio o el perejil de mar ...

 

que deben adaptarse a colonizar estos inestables ambientes.

La cala era diminuta. Y la playa aún más, una veintena de metros. Era una playa de cantos rodados en la que se acumulaban grandes cantidades de restos vegetales también transportados por el oleaje durante las tormentas. Florecían las compuestas entre los cantos ...


Dejamos la cala y seguimos por la costa sobre unos estratos calizos, los mismos que los de Punta Galera, sometidos a desprendimientos al perder la base por la erosión del oleaje y recubiertos por conglomerados. Se apreciaba muy bien la discordancia ...


... y las palmeras de uno de los chalés. 

El camino deja la costa. Los acantilados son muy altos. Hay que internarse en el bosque. Antes de hacerlo no nos resistimos a disfrutar de las hermosas vistas. Al fondo, de nuevo, la isla Conillera.



Dejamos la costa con pena. Es un ejemplo de litoral privatizado. Las fincas privadas llegan hasta casi el borde. El camino sale a una carretera. En realidad a una calle, el Carrer 3 de Punta Galera. Los viales, que alcanzaban el propio borde del acantilado, llenaban de costurones el pinar ...


Seguimos por el Carrer 6 y el 7 entre chalés, suponemos que de millonarios. Todo nuevo. Todo lujo. 

 

 

Mucho dinero fresco. Observando las imágenes de Google Maps se apreciaba que algunos chalés incluso tenían campos de tenis. Justo en el borde del acantilado. Imaginamos que no irán a buscar la pelota cuando salga por encima de la valla hacia el mar ...


Dejamos el asfalto y descendimos hacia un barranco que nos dejó en Cala Salada. 


Encajada entre los abruptos acantilados del sector sur, por el que vinimos, formados por estratos horizontales de arcillas y de conglomerados de clastos calizos ...


 y los suaves montes del sector norte, a cuyos pies se abre la pequeña Cala Saladeta y su playita ...


Sedimentos detríticos de diferentes tamaños se ordenaban en la playa de Cala Salada. Los más finos, formaban la mayor parte de la playa. La más cercana al litoral. Algo hacia adentro asomaban los cantos rodados depositados en alguno de los últimos temporales ...


Y en algunos sectores concretos se concentraban los restos de las algas y de las fanerógamas marinas que forman las praderas de las zonas someras de la cala ...


En Cala Salada encontramos turistas. Casi todos llegaban por la carretera que allí aboca. En verano debe ser una playa muy concurrida, a juzgar por la superficie del aparcamiento. El restaurante ya estaba abierto. Decidimos tomarnos una cerveza en la terraza mientras saboreábamos el azul del mar en aquella fresca mañana de cielo gris. Delante de nosotros, unos jubilados ingleses almorzaban su consabido sandwich disfrutando igualmente de lo mismo. De repente aterrizó una gaviota de Audouin acercándose a nuestros vecinos con la intención de conseguir una parte de su almuerzo ...


Me acordé de la gaviota del hotel. Y de la metáfora de la isla y sus visitantes. Los turistas ... somos la última civilización que arriba a Ibiza. 

lunes, 26 de septiembre de 2016

FUENTES CALIENTES 1938

Algún día de enero o febrero de 1938. La Guerra Civil Española se juega su destino entre el Campo Visiedo y el Jiloca. La XV Brigada Internacional prepara en Fuentes Calientes un gran convoy de camiones. Soldados norteamericanos del batallón (Lincoln-Washington), británicos y canadienses (MacKenzie-Papinou) están en la retaguardia de la Batalla de Teruel, recuperándose de la durísima Batalla de Belchite. Desarrollan misiones de apoyo, como ésta, en la que probablemente transportan armas, víveres o ropas al frente. O soldados. Teruel es, esos días, el centro de interés internacional en un mundo convulso.


El convoy parece estar estacionado cerca del pueblo. En el camino de La Vega. Y la foto tomada desde las eras. Ahí están, tras los camiones, los chopos cabeceros. Los árboles que daban las vigas para la construcción de casas o parideras. Formaban -y aún lo hacen- junto con la huerta, un pequeño oasis forestal entre el mar de secanos y parameras de la cuenca del río Alfambra. Estos chopos agrietados son como las palmeras de los oasis saharianos. 

La foto es un testimonio del severo rigor de aquel invierno. Y de un conflicto que marcó al mundo. Pero también lo es de un paisaje histórico que ha llegado hasta nuestros días. 

Fue tomada por Harry Randall, fotógrafo oficial de la XV Brigada Internacional (Tamiment Library, University of New York) y recuperada felizmente por Vicente Aupí durante su investigación para la elaboración de su último libro "El General Invierno y la Batalla de Teruel", en la que ilustra la contraportada.

Gracias, Vicente.