Durante los últimos fines de semana hemos podido recorrer algunas ramblas de la cuenca del río Pancrudo. Han sido días luminosos, de anticiclón, con ligeras heladas al amanecer pero con rápidos ascensos térmicos a lo largo del día. Un día, recorrimos el río Cosa, una grata sorpresa para el naturalista, otra los barrancos de Cañarramón y Carramonte en Torrecilla del Rebollar.
En ambas jornadas hemos observado un mismo fenómeno.
A partir del centro del día, al atravesar los herbazales del fondo del valle, encontrábamos algunas caparras trepando por las perneras de los pantalones. Hemos llegado a contar ….. ¡hasta seis al mismo tiempo sobre una misma persona!
Caparra es el nombre popular de la garrapata.
Estos arácnidos pertenecientes al suborden de los ácaros son estrictamente ectoparásitos. Extraen sangre de sus hospedadores mediante picaduras realizadas con unas piezas bucales llamadas quelíceros. Son parásitos permanentes ya que solo abandonan su hospedador para mudar (y no siempre) o para depositar los huevos. Entre ellas las que parasitan a los mamíferos en nuestro entorno son del orden Ixodida, las garrapatas duras.
Estos artrópodos tienen un complejo ciclo vital en el que pueden participar hasta tres hospedadores diferentes. Su ciclo puede transcurrir entre ocho y doce semanas o en varios años, en función de la abundancia de hospedadores ya que las fases inmaduras pueden sobrevivir sin alimentarse durante 18 meses.
Las hembras grávidas, con el abdomen enormemente distendido, realizan una puesta única de varios cientos de huevos que quedan adheridos a su cuerpo o depositadas en resquicios del suelo o de la vegetación. Las larvas que de ellos nacen son diminutas (sobre un milímetro) y tienen tan solo seis patas (y no ocho, lo que resulta propio para los arácnidos). Ascienden sobre el extremos de las pequeñas hierbas y se sujetan con los dos pares inferiores teniendo el delantero libre para asirse sobre el pelaje de algún pequeño mamífero en el que se fijará. Pueden esperar semanas o incluso meses. Cuando lo consiguen, succionan su sangre lo que les permite crecer para lo que deben realizar la muda. Entonces suelen dejarse caer al suelo, donde se transforman en una ninfa ya octápoda que deberá acceder a un nuevo hospedador, que puede ser de la misma especie o bien tratarse de un mamífero diferente. Una vez sobre el mismo, podrá extraerle la sangre suficiente para realizar la última muda, que realizará de nuevo en el suelo tras desprenderse de nuevo, originando un adulto. Siguiendo la misma estrategia, deberá esperar paciente hasta poder subirse sobre el tercer hospedador donde tendrá lugar la reproducción. En esta fase, los machos muestran un escudo dorsal que se extiende por todo el abdomen, mientras que en las hembras esta pieza dura sobre les cubre la porción delantera, lo que les permite una acusada dilatación para acumular sangre. Tras la fecundación las hembras se dejan caer y realizan la puesta.
Las caparras necesitan asegurarse el acceso a sus hospedadores. Y para ello, seleccionan para realizar la puesta o las mudas aquellos parajes con herbazales altos por donde es alto el tránsito de hospedadores. En nuestros montes, los ratones, musarañas, topillos, erizos, paniquesas, conejos, liebres o zorros recorren todo tipo de ambientes: campos de labor, matorrales abiertos, bosques o prados. Nosotros también nos hemos ido moviendo por todos estos ambientes. Sin embargo solo hemos cogido caparras al atravesar los secos herbazales del fondo de valle. Sin embargo, cerca de estos cursos de agua se concentran las poblaciones de mamíferos. Hay más movimiento, más tráfico: son las autovías de las garrapatas. Las habrá por todo, pero en menor densidad.
Las crecientes temperaturas parecen haberlas activado y, hambrientas, acceden al primer caminante que se aproxime a la hierba sobre la que pacientemente aguardan.
Algunas opiniones sugieren que en la actualidad son mucho más comunes que antes. Tal vez la regresión de los rebaños de ovejas de los últimos años obligue a estos ácaros a buscar otros hospedadores como las personas. Se apunta a la influencia del incremento de las temperaturas como un factor de irrupción de especies de latitudes más cálidas pero también de cambio en las poblaciones autóctonas.
Una observación que me sorprende es que recojo muchas más caparras durante el final del invierno y principio de primavera que durante los paseos en los meses de verano, cuando la temperatura es más propicia para estos ácaros. No sé si es un hecho general o una apreciación parcial. ¿Qué os ocurre a vosotros?
Menos mal que se inventó el pantalón de pana!!! :P
ResponderEliminarEn los ultimos 10 años se cogen las caparras ,antes no se conocian en el monte,sí en los animales,sobre todo en ovejas y perros ,
ResponderEliminarPor estas fechas los naturalist@s en el monte se descaparran ,que no es lo mismo que mandase a escaparrar,digo yo .
ResponderEliminarPues no sé que decirte, Fer. Pienso que se agarran mejor a la tela de pana que a la vaquera.
ResponderEliminarPor el valle del Gállego ayer, entre Ayerbe y Biscarrués, muchísimas. En poco rato 3 en el pantalón, hay que tener cuidado...
ResponderEliminarDoy fe, ayer 2 caminando por el campo en Calamocha
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