Bélgica es un país costero que se asoma al mar del Norte. Pero poco. Para su superficie (30.528 km cuadrados) su línea de costa es tan solo de 66,5 km.
En su práctica totalidad se trata de playas abiertas. Hacia el interior, a veces separadas por dunas, en otros casos sin tal límite, se extiende una amplísima planicie costera dedicada al cultivo agrícola o al pastoreo.
La primera vez que Carmen y yo viajamos a Bélgica, hace un año y medio, tras visitar Brujas, intentamos acercarnos con nuestro coche de alquiler a la costa en Zeebrugge. Era una tarde fría y gris de febrero. Y con marea baja. Al intentar aproximarnos al mar, a través de praderas infinitas ganadas al mismo (polders), nos encontramos con una planicie arenosa de más de un kilómetro y medio de longitud tras la cual se adivinaba dificilmente aquel, con un agua de un tono pardo claro. Siguiendo la costa dimos con el enorme puerto de Brujas (Zeebrugge) en el que nos llamó la atención la extensión de las campas donde se almacenaban miles coches transportados por los buques desde países exportadores para su venta en Europa. Imaginamos que este puerto se ha especializado en esta mercancía. Impresionaba.
Cuando un año después volvimos a Bélgica decidimos volver a la costa belga, pero esta vez a la zona oeste, en el límite con Francia. Es la más conocida y turística. Pero esta vez, dedicaríamos la mañana.
Este parte de Europa occidental reúne pueblos y ciudades de resonancia histórica. Gravelinas, Ostende, Kortrijk, Calais, Dunkerque, Ypres ... nos vienen a la memoria y nos recuerdan la historia aprendida en el colegio, en las novelas y en las películas. De hecho, buena parte de los viajeros que acuden a esta parte de Bélgica hacen turismo histórico, sobre todo para recorrer los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial, los monumentos, museos y cementerios. Un dato. Tan solo en Ypres (Ieper) murieron 300.000 soldados de los ejércitos aliados.
No teníamos ese objetivo. Queríamos ver paisajes y, sobre todo, la costa de La Panne.
Lo primero que nos llamó la atención fue el desarrollo urbanístico de esta antigua localidad pesquera, hoy un complejo turístico formado por docenas y docenas de bloques de apartamentos. Parecía la playa de Gandía. Eso sí, se había respetado una estrecha banda del sistema dunar, al construir el paseo marítimo.
Como no conoces la historia del país, las sorpresas van surgiendo. Junto a la playa nos encontramos una enorme estatua dedicada a Leopoldo I, el primer rey de Bélgica, por ser este el lugar donde por primera vez pisó el suelo belga en 1831 para ser coronado tras su viaje desde Inglaterra.
Pero nosotros íbamos a lo nuestro. A la playa. Y allí estaba. Extensa y enorme. Aquel también era un día gris, frío y con marea baja. En mar estaba lejos, pero ya solo eran unos cientos de metros. Había que atravesar la amplia y plana zona intermareal.
Era una oportunidad para observar múltiples pequeños detalles de este ecosistema fronterizo.
Las acumulaciones de conchas la parte más interna de la playa ...
o de fragmentos de estos caparazones tras romperse por el oleaje ...
trozos que serán la materia prima de las futuras lumaquelas.
Cientos de conchas de navajas se acumulaban unas junto a otras, paralelas entre sí. ¡Era impresionante!
Las deyecciones que dejan los anélidos (gusanas marinas) al ascender a la superficie ...
o las construcciones que se fabrican con restos de plantas y trozos de concha para defenderse ...
Y alguna que otra alga, más bien pocas para la inmensidad del mar del Norte ...
La playa era muy muy ancha. Nos costaba llegar al agua. Las gaviotas sombrías y los ostreros iban de una parte a otra conforme los molestaban los paseante. El oleaje formaba las características ondulaciones (ripples) en la superficie de la arena.
Por fin, y tras evitar charcas y chapotear algún rato, llegamos al mar. Un mar con oleaje suave pero con una gran turbidez. Al menos, en los primeros metros.
Paseamos un buen rato. Al volver la vista observabas la magnitud del desarrollo urbanístico del litoral belga. Con un clima lluvioso y de pocos días de sol, el valor ecológico de las dunas no había resultado suficiente, en esta educada y sensible parte de Europa, para salvaguardarla de la expansión urbanística. En todos los lados cuecen habas ....
Avanzaba la mañana. Cada vez veíamos a más personas disfrutar de la playa. Los más iban, íbamos, paseando por la orilla o por el paseo marítimo. Algunos hacían deporte corriendo. Los había que paseaban con caballos ...
o volaban cometas ...
Volvimos al paseo marítimo conectado a través de una suave rampa de cemento que hacía las veces de escollera o de espigón y que estaba colonizado por las algas clorofíceas ....
También había espacio, como no nos sorprendió, dedicado al senderismo. La red GRs de Flandes Occidental era muy densa y resultaba muy sugerente ...
E, inmediatamente, encontramos un cercado. Era el límite de la Reserva Natural de Westhoek, un espacio de 345 hectáreas que fue declarado en 1957 para proteger la mayor extensión de dunas de la costa de Bélgica. Se promociona turísticamente como el "Sahara belga".
El acceso estaba prohibido para no interferir en la dinámica de las dunas, el desarrollo de la vegetación y la protección de la fauna.
Nos llamó la atención el desarrollo de los musgos sobre la propia arena.
En un ambiente tan próximo al mar, en el que el aerosol de agua salada aportará abundante tierra adentro, los musgos, suponemos que tolerantes al cloruro de sodio, deben de ser muy abundantes las precipitaciones para lavar el suelo y la arena de dicha sal y permitir estas alfombras de briófitos.
Fuera de la reserva las plantas ammófilas colonizaban las primeras avanzadillas de dunas en las menos transitadas ...
Aquí estaba la doble vertiente de este hermoso rincón de la costa belga. Entre el interés ecológico y paisajístico del litoral y el urbanismo depredador ...
entre los valores científicos ...
y la especulación inmobiliaria ...
Aquel día no sabíamos que la reserva natural era accesible. Lástima.
Cogimos el auto y decidimos cruzar la frontera y pasar a Francia. Bueno al Flandes francés. La vecina localidad de Bray-Dunes (Nords, Haut de France) se diferenciaba bastante de La Panne. Pequeñas casas (lugares de vacaciones) alineadas junto a la carreteras, ausencia de bloques de apartamentos, carretera litoral salpicada de bosquetes ... nos recordaba a aquellos pequeños pueblos costeros con alojamientos familiares de la España de los '70. Eso sí, mucha bandera francesa.
La gran sorpresa fue descubrir la Duna de Perroquet. Otro espacio natural que protege desde 1985 un sector del litoral del Departamento Norte.
Realmente no es una única duna, sino un sistema de dunas que se caracteriza por presentar depresiones postdunares o interdunares (conocidas como pannes, en la zona, de ahí el nombre de la vecina localidad belga) en los que la proximidad del nivel freático crea pequeños humedales en que son el hábitat de carrizales, junqueras y masegares. Son propios del dominio biogeográfico atlántico.
Sobre las dunas, de nuevo observamos alfombras musgosas y los finas hojas de plantas propias del dinámico arenal. Pero también plantas como la enreligadera (Clematis vitalba), en rigor una liana forestal que colonizaba la duna.
Comimos sobre lo alto de una de ellas. El viento intenso azotaba la vegetación y nuestra bolsa de plástico. Seguía el frío y el cielo gris. Al internarnos un poco encontramos una serie de abandonadas construcciones de cemento, alguna con cubierta y otras abiertas. Se trataba de un conjunto de bunkers y de posiciones antiaéreas construidas en el marco de la Segunda Guerra Mundial.
Eran posiciones defensivas que formaban parte de la Muralla del Atlántico.
Una serie de construcciones levantadas por el III Reich desde las landas de Aquitania hasta el norte de Noruega con el fin de evitar la invasión por los ejércitos aliados desde las Islas Británicas.
Imagen de la Muralla del Atlántico. Fuente: Wikipedia |
Ni aún intentándolo podíamos perder de vista la larga historia de guerras en este parte de Europa.
Al final, lo que nos llevamos en el recuerdo, fue el sendero entre las dunas.
1 comentario:
La Playa La Panne es un destino atractivo que combina belleza natural, actividades recreativas y una rica historia cultural. Su ubicación estratégica entre Dunkerque y Ostende la convierte en un punto de partida ideal para explorar la costa belga y francesa. Con su ambiente familiar, sus instalaciones adecuadas y su entorno natural protegido, La Panne es un lugar perfecto para disfrutar de unas vacaciones relajantes junto al mar.
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