Natura xilocae

Journal of observation, study and conservation of Nature Lands Jiloca Gallocanta (Aragon) / Journal de l'observation, l'étude et la conservation de la nature et des Terres de Jiloca Gallocanta (Aragon) / Journal der Beobachtung, Erforschung und Erhaltung der Natur und der Lands Jiloca Gallocanta (Aragon) / Gazzetta di osservazione, lo studio e la conservazione della natura e Terre Jiloca Gallocanta (Aragona) / Jornal de observação, estudo e conservação da Natureza e Jiloca Terras Gallocanta (Aragão)

domingo, 13 de marzo de 2011

EL CHOPO CABECERO EN LA HISTORIA

La historia de los chopos cabeceros en la provincia de Teruel sigue el mismo ritmo evolutivo que los extensos bosques ribereños que arropaban y protegían nuestros ríos. El desbordamiento de las aguas fluviales era frecuente tras las tormentas primaverales y estivales. No hubiera tenido grandes repercusiones en otoño o invierno, una vez recogidas las cosechas, pero siempre se producían cuando el cereal estaba granado y a punto de ser recolectado. Para evitar las pérdidas de las cosechas, nuestros antepasados, como buenos observadores de su entorno, decidieron no cultivar las orillas de los ríos, reservándolas para pastos frescos y bosques de chopos cabeceros.

Estos chopos trasmochos, escamondados regularmente cada 20 años aproximadamente, marcaban perfectamente los ritmos generacionales. En nuestros pueblos, cuando una pareja se casaba, solía construirse una vivienda nueva o, si se quedaba en el hogar familiar, ampliaba alguna de las habitaciones para alojar independientemente al nuevo matrimonio y a sus futuros hijos. Tanto si se elegía una opción como la otra, hacían falta vigas para las renovadas habitaciones, por lo que una de las primeras tareas del nuevo matrimonio, hacha en mano, era encaminarse hacia los chopos de su propiedad y obtener los maderos necesarios para el nuevo hogar.

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El problema empezó a finales del siglo XVIII, cuando el rápido crecimiento de la población de nuestros pueblos obligó a ampliar la extensión de los campos de cereal (no olvidemos que es la base alimenticia de nuestros antepasados) en detrimento de los pastizales y masas forestales de las riberas fluviales. Las autoridades empezaron a darse cuenta del desastre ecológico que suponía tanta roturación, ordenando a los ayuntamientos que sustituyeran los árboles más viejos e iniciaran campañas de repoblación de álamos en los ríos y en los cajones de todas las acequias madres. Se planificaron también ambiciosos proyectos reforestadores con chopos cabeceros, como por ejemplo en la cuenca de Gallocanta.

Nueros (Baja)

De poco sirvieron estas medidas conservacionistas. A mediados del siglo XIX habían desaparecido todas las masas forestales de chopos trasmochos que, desde la antigüedad, se extendían por ambos márgenes de los ríos, arroyos y ramblas turolenses. Sólo quedaron los árboles más cercanos a los cauces fluviales, formando una especie de estrecho arañazo forestal en paisajes eminentemente cerealísticos, distribuyéndose los árboles uno tras otros, formando hileras de varios kilómetros de longitud.

El siglo XX acabó con parte de esta fina línea ecológica, talando algunos árboles con la falsa escusa (aunque muy aceptada por el inconsciente colectivo) de dar sombra a los campos cerealísticos y, a partir de 1960, sustituyéndolos por los chopos canadienses, mucho más rentables económicamente. En nuestros días queda lo que queda, que es mas bien poco. Dejaron de existir los bosques originales y las finas líneas forestales heredadas del siglo XIX se han fragmentado y se han hecho discontinuas, llegando a desaparecer en muchos tramos.

Emilio Benedicto

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