Domingo 5 de enero. Tras las lluvias y vientos fuertes del paso de un frente me acerco al Parque Municipal de Calamocha. Escribo desde aquí, en directo, las nuevas tecnologías son absolutamente interactivas, es un ejercicio de reportero de la naturaleza.
Los patos del estanque tienen hambre, alguien les ha dejado una caja con mazorcas de maíz para que el visitante se apiade de ellos y les desgrane alguna. Les doy 5 o 6, me siguen. Hasta los azulones vienen en busca del grano. Cuando barrunto que han llenado el buche me siento en un banco al sol, hoy es escaso, el día es fresco, el viento sopla con rachas moderadas del oeste y noroeste, apenas algún resquicio de cielo azul...
Los gorriones también se aventuran, el invierno es duro y la comida escasea. Siguen a los patos, saben que donde vayan habrá comida pero no se exponen al visitante.
Entre el precioso soto fluvial de fresnos, chopos y álamos canos se esconde el mirlo, ese pico naranja me recuerda al maíz que gustosamente acabo de repartir.
En el parque conviven muchas especies ligadas al ambiente ribereño. Los enormes patos que lo custodian no son autóctonos pero parece que se han adaptado bien, demasiado bien incluso. Es un toque de urbanismo animal a un entorno que tampoco le hacía falta. Las riberas son el hogar de muchas especies animales y vegetales, en invierno con los árboles sin hojas parecen inhóspitas pero la fauna está ahí, hay que saber verla y esperar.
Un bonito panel del proyecto del ciervo volante realizado por Carmen y José Ramón es precisamente el título elegido para esta entrada del blog. El vandalismo ha dejado su huella en prácticamente todos los paneles del recorrido, este es quizá uno de los mejores. Es una pena, estas iniciativas cuestan mucho tiempo y dinero en nuestros pueblos, esto no es la ciudad donde cualquier desperfecto se arregla enseguida. Nuestros recursos son mucho más limitados, todos debemos velar por el correcto mantenimiento de estas infraestructuras y sancionar ejemplarmente a quien cometa estas gamberradas.
Una lavandera blanca cruza por encima de mi. Más allá se oye un carbonero, también el murmullo de la cascada de la fábrica de mantas y poco a poco entra el viento, moviendo las copas de chopos y fresnos, el invierno habla...
En esto que viene más gente. Les traen más comida en bolsas, menudo festín. Pan duro y hasta ganchitos de los de toda la vida.
Miro a los árboles del río y recuerdo esta zona cuando yo tan sólo tenía unos 10 años. Venía del "barrio arriba", mi único río conocido era la acequia de la cangrejera. El parque no llegaba hasta aquí, era mucho más pequeño sin embargo la orla de vegetación que flanqueaba el río era mucho más ancha y espesa, chopos, sauces y sobre todo saúcos, era una auténtica selva, un lugar absolutamente desconocido para mi. Sabía que había un río pero apenas se veía, se oía el agua pero no me conocía su cauce como pasaba con las acequias del barrio, era algo desconcertante, territorio enemigo. Hacíamos túneles entre la vegetación con navajas y azadas, era nuestra aventura por la selva. Recuerdo el olor de las ramas y hojas del saúco al quebrarse a nuestro paso durante el estío.
De todo esto lo más parecido que queda es un retazo de bosque original con un suelo cubierto de hojarasca, hiedra y calas. La franja ribereña es estrecha a lo largo prácticamente de todo el río Jiloca y sólo aquí alcanza anchura y se le ha dejado evolucionar. Se echa en falta zonas así en nuestro valle.
El cielo sigue encapotado y yo marcho para casa, es hora de comer.
2 comentarios:
Preciosa entrada y bonitas palabras, solo de leerlo desde casa me parece que estoy en el parque de Calamocha viendo como los patos mudos se comen el maíz recién desgranado a la vez que mueven la cola de lado a lado.
Excelente trabajo. Enhorabuena
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