El invierno y la primavera pasada fueron de abundantes precipitaciones. Copiosas nevadas y temporales de lluvias han mantenido los suelos empapados durante varios meses. Lo saben bien los agricultores, con una cosecha extraordinaria; también los ganaderos, que han dispuesto de hierbas verdes hasta bien entrado el verano.
También se han cargado los acuíferos, se han alumbrado los manantiales y fuentes, han renacido arroyos y ramblas que llevaban secos durante un largo tiempo, incluso años.
Son periodos de explosión de la vida, como en los desiertos australianos, como en los secos archipiélagos del Pacífico.
También en estos episodios de abundantes precipitaciones se activan procesos modeladores del relieve de los montes y valles que hace lustros que estaban detenidos.
El pasado mes de julio recorríamos la rambla del Sabinar cerca de su desembocadura en la Riera. En estos montes afloran limolitas alternadas con niveles de conglomerados silíceos que se depositaron durante el Mioceno. Estas rocas sedimentarias han sido modeladas por las aguas salvajes y por las ramblas que las surcan.
Al pie del camino observamos un desprendimiento de arcillas.
Al empaparse los materiales arcillosos, aumentan su peso, reducen el rozamiento interno y propician la formación de superficies de despegue. Todo ello favorece, en definitiva, los deslizamientos.
Los materiales desprendidos ocupaban el lecho del estrecho barranco creando una presa temporal, un humedal que durará el tiempo que necesiten las aguas para evacuar el obstáculo.
Aguas arriba pudimos encontrar un escarpe en una ladera en la que afloraban arcillas y conglomerados. Las primeras, más deleznables, ya habían sufrido desprendimientos en el pasado. Sin embargo, los últimos, más competentes, soportaban mejor e incluso llegaban a formar bóveda.
Meses después, estas reflexiones me volvieron a la cabeza cuando recorríamos la rambla de Cuencabuena, aguas arriba del pueblo. A pesar de la sequía del verano y lo que llevábamos de otoño bajaba un hilo de agua por el cauce. Un rebollar asomaba hacia el arroyo por el borde de un talud.
Sobre el cauce, nuevos indicios de desprendimientos producidos en el año en curso. Ni siquiera la trabada red de raíces de los rebollos era capaz de sujetar la masa de arcilla que acabó liberando un fragmento de varios cientos de kilos de masa. Este, una vez en el cauce, fue de nuevo erosionado por la acción de lavado de las aguas.
Cuando, vemos bajar las aguas turbias del río Pancrudo, pensamos que se trata de partículas lamidas por las aguas salvajes en su descenso por las laderas. No todas. Muchas de ellas son materiales que han ocupado el cauce tras los desprendimientos de materiales de los cantiles próximos.
1 comentario:
¡Muy interesante! El nuestro es un mundo en constante cambio (si le ponemos un poco de atención)
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