Llevamos un tiempo recorriendo la cuenca hidrográfica del Aguas Vivas. Es un territorio enorme, con una red hidrográfica formada por un conjunto de ramblas y barrancos estacionales que convergen en una serie de riachuelos que se orientan hacia el nordeste buscando las tierras de Azuara y Belchite. Vamos inventariando los tramos de chopos cabeceros que se conservan en este territorio.
Cuando en el invierno recorrimos la cabecera del río Marineta olvidamos recorrer unos montes y, al revisar los datos, el visor de SIG-PAC me advirtió que una pequeña arboleda de álamos trasmochos se nos había pasado por alto en el barranco de la Peña Calva, en término de Anadón pero ya cerca del de Huesa del Común.
Es un territorio agreste. Las aguas que se recogen en la Muela de Anadón se han abierto paso entre las rocas creando una serie de barrancos y arroyos que conforman el río Marineta. Una fresca mañana de primeros de julio nos acercamos a recorrerlo.
Lo primero que nos llamó la atención fueron las rocas. Eran materiales carbonatados, pero tenían un tono más envejecido que las calizas cretácicas y jurásicas que hemos visto en otras zonas. Eran dolomías, rocas que además de carbonato de calcio contienen una variable proporción de carbonato de magnesio. Estos materiales proceden del Muschelkalk (Triásico Medio).
La segunda sorpresa fue encontrar romero (Rosmarinus officinalis) a tal altitud. Este arbusto no es raro en la parte baja de las Cuencas Mineras llegando incluso hasta Montalbán y Martín del Río. Pero es sorprendente encontrarlo en la umbría de la Muela de Anadón a más de 1.100 m. de altitud ya que es más propio del piso mesomediterráneo.
Era un paisaje en plena transformación durante las últimas décadas.
Los bancales algo amplios se mantienen en cultivo, generalmente de cereal, resolviendo la pendiente con muros de piedra, abundante en el terreno.
En los linderos, ya correteaban los grupos familiares de perdiz formados por la madre y sus perdiganas ya crecidas…
Perdiz con sus polluelos. Foto: SEO-Alicante
Las parcelas más pequeñas que no han podido mecanizarse fueron abandonadas hace tiempo y las especies pioneras del matorral (aliagar y tomillar) comienzan a establecerse. Los muros, con piedras bien asentadas, aún se mantienen.
Estos montes han tenido vocación ganadera durante siglos. Hemos llegado al final de este aprovechamiento secular y estamos asistiendo a un notable cambio en el paisaje. Cuando hablamos con los mayores de los pueblos, nos lo advierten con insistencia pues se trata de un proceso que han vivido en directo.
Las parideras comienzan a abandonarse dejando mil huellas de la cultura pastoril que Pilar –o José Antonio- sabe leer a la perfección. Son indicios de la historia de cada ganadero, de la vida de los pastores y de sus rebaños.
En el monte quedan las cerradas que cercaban en monte particular. La base con piedras muy grandes, en el centro las pequeñas y para estabilizar, en la parte superior, de nuevo piedras gordas.
El romero, los enebros y la sabina negral cubren los suelos desnudos y comienzan a formar un matorral continuo. Al fondo, la carrasca solitaria, coge vuelo tras décadas sin conocer el hacha y el fuego. No es “monte sucio”, es sencillamente una etapa, más o menos estable, más o menos larga, en la sucesión ecológica hacia los carrascales calcícolas supramediterráneos.
El esplendor de tomillos, ajedreas, salvias y espliegos atrae a los colmeneros del valle del Ebro o de las tierras valencianas. Este año no han acompañado mucho las lluvias y el corte de la miel será menos abundante.
Por fin encontramos el barranco de la Peña Calva … y su pequeña chopera. En las laderas, los romeros y guillomos forman una combinación que nos resulta extraña aunque son el componente dominante, junto con la aliaga, del paisaje vegetal.
En la frondosidad del aliagar, un escribecartas incuba en el nido.
Nos internamos en el valle.…
Un conjunto de pequeños huertos conectados por una acequia ya perdida aprovechaban la poca tierra fértil y la aún más escasa agua que se recogía. Hoy es un mar de espinos sobre los que emergen los viejos gigantes. Unos chopos cabeceros que son testigos de los tiempos en los que estos huertos criaban las verduras para algunas familias de Anadón. Estos árboles trasmochos los encontramos casi siempre en aquellas tierras productivas donde se los plantaba para aprovechar los excedentes de agua de las acequias y arroyos.
Algunos ejemplares, como el de la foto, son monumentales. Con más de 2,50 m. de diámetro normal de tronco, con sus ocho cabezas y su veintena de vigas y vigatillas, en el margen del bancal ha filtrado durante muchos años el agua que circulaba por la acequia. Perdido hace casi cincuenta años el turno de escamonda, se rompe el equilibrio entre la cantidad de hoja y la cantidad de madera, volviéndose puntisecos. Es como si el árbol entrara en retirada y replegara sus recursos.
Una pareja de oropéndola encuentra en este barranco la tranquilidad que requiere en su cría. El silencio de la mañana solo es roto por el gorjeo del macho que reclama vigoroso sobre una vieja rama.
Macho de oropéndola. Foto: Rodrigo Pérez
Volvemos hacia el pueblo. De frente, la enorme efigie de la Muela de Anadón se levanta cerrando por el sur el valle.
Mas allá, las tierras frías y duras del Huerva, del Martín y del Pancrudo. Esta montaña, para las gentes del Aguas Vivas, ha sido como un pequeño moncayo. Un monte mítico. Y así mismo, un dios …. que ya no ampara.
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