En la elección de esta andada veraniega ni Emilio ni yo tuvimos nada que ver. Nos vino impuesta por la insistencia tenaz de nuestro amigo Tomás Guitarte. Ya lo tenía todo dispuesto. Al día siguiente de terminar las fiestas de San Roque en Calamocha y en Cutanda, aprovechando que ese lunes 18 de agosto de 2014 era festivo en ambas localidades, decidimos salir temprano de camino.
Y tan temprano. A las 8 de la mañana debíamos estar en Cutanda, por lo que Emilio y yo salimos media hora antes en coche desde Calamocha. Quince minutos antes de la hora estábamos los dos ya en el punto de salida. No hay ni un alma. Cutanda parece un pueblo fantasma. De momento llega un matrimonio con una maleta, justo a tiempo para montar en el coche de línea. Llega al rato otro matrimonio, también mayor. Están nerviosos porque no llega el coche que esperan. Les decimos que el coche de línea ya ha pasado. Se enfadan un poco, pero tienen su propio automóvil. Todos parecen huir del pueblo una vez acabadas las fiestas.
Mientras tanto, vemos que Tomás ha invitado a sus paisanos por medio de un cartel a realizar con nosotros la marcha. Pero allí sólo estamos Emilio y yo. Hace frío, tan temprano. Sale de momento Tomás de su casa, va con una camiseta amarillo chillón de las fiestas del pueblo que le aprieta, mira alrededor y se vuelve rápido a meter en casa. No sabemos qué busca, pero nosotros permanecemos callados. Vuelve a salir de nuevo y ahora lo llamamos. Nos dice que nos estaba buscando. Mal nos buscas, le contestamos, pues estamos sentados desde hace rato en el banco en medio de la replaceta de su casa.
Llega entonces un matrimonio con atuendo de caminantes, y desde casa de Tomás sale toda una muchachada de hijos y de amigos de los hijos. Al final somos 11 andarines que estamos dispuestos a iniciar formalmente el trayecto entre Cutanda y Burbáguena dentro del Camino de San Vicente Mártir. Vale la pena dejar aquí sus nombres: Manuel y Esther, Olga Sánchez, los hermanos Tomás Efrén, Juan Lorién y Nieves Guitarte Sánchez, las amigas de ésta Alejandra Dupuy de Lome y Ana Posadas, Tomás Guitarte y los dos firmantes de esta reseña. Ahora sí, todos bien equipados de agua y con un pequeño bocadillo para el almuerzo. Así era lo convenido.
San Vicente Mártir y su Camino
Vale la pena, antes de proseguir, relatar un poco el origen de este bonito itinerario que une las ciudades de Huesca y de Valencia, a lo largo del cual se ha desarrollado la vida de tantos y tantos aragoneses que desde los pueblos de Aragón, especialmente de Teruel, hemos partido para vivir en las tierras del viejo Reino de Valencia.
Como señala la web que dedica a este Camino la Asociación “Via Vicentius Valentiae (Vía Romana)”, se trata del recorrido que une los lugares por donde discurrió la vida de este santo aragonés, y los que atravesó para ser martirizado en defensa de su fe ante el implacable cónsul Daciano en el siglo IV de la Hispania Romana. Camino que ha sobrevivido a los siglos, y que hoy vuelve a ver nuevos caminantes que rememoran el viaje de San Vicente Mártir y los lugares donde dejó su huella.
Arranca el itinerario en Huesca, lugar de nacimiento del Santo, sigue por Almudévar, San Mateo de Gállego, Zaragoza (donde predicó Vicente junto al obispo Valero). Desde allí continúa por la vía romana que enlazaba esta ciudad con Fuenllana a través de los valles del Huerva y del Jiloca, pasando por Cariñena, Carae (Cuencabuena), Agiria (Calamocha, Daroca), Albónica (Fuentes Claras) y Bueña. Así hasta llegar por Cantavieja y Morella a Valencia1.
La muerte de Pedro de Ahonés
Pero el itinerario que vamos a seguir tiene, aparte del motivo vicentino, otro que se encarga Emilio de explicarnos antes de salir de camino. Nos habla de las viejas luchas medievales entre la nobleza aragonesa, que buscaba afianzar y ampliar su poder y sus bienes, y el rey de Aragón que debe apoyarse en estos mismos nobles para extender sus dominios y realizar sus conquistas.
Así, en tiempos del rey Jaime I, se hallaban las fuerzas de éste sitiando en 1225 la plaza de Peñíscola, cuando el noble Pedro de Ahonés, hermano del arzobispo de Zaragoza Sancho de Ahonés, Gobernador de Aragón y miembro destacado del Consejo de Regencia, desoyendo las órdenes reales se levantó en armas contra el rey moro de Valencia con el que había entonces concertada una tregua. Tan grave consideró el rey la rebelión que, levantando el sitio, partió de inmediato con sus fuerzas a por el noble levantisco.
En unas pocas jornadas se presentó en las inmediaciones de Burbáguena donde por entonces se hallaba Ahonés, quien, viéndose perdido al no esperar tan rápida llegada de las tropas reales, partió de inmediato hacia Cutanda. ¿Por qué a Cutanda? Emilio, que es autor de una magnífica historia de esta villa2, nos explica que la misma nunca fue propiedad del rey sino que perteneció siempre al arzobispado de Zaragoza, donde, a la sazón, gobernaba su hermano Sancho. Pedro de Ahonés precisamente siguió el mismo itinerario que, a la inversa, íbamos a seguir nosotros esa mañana: una variante del viejo Camino Real que coincide con el que hoy conocemos como Camino de San Vicente Mártir. Sin embargo, el noble levantisco fue alcanzado poco después de partir de Burbáguena, fue apresado y decapitado.
“Peor que la de Cutanda”
A las 8’10 de la mañana, con un pequeño retraso debido a las explicaciones de Emilio y a la foto de rigor que nos hicimos los caminantes al pie del peirón de San Vicente Mártir, salimos de Cutanda pasando por delante de la ermita de San Juan Bautista hasta llegar a la rambla y torcer a la izquierda. Seguimos un camino que nos lleva a la Fuente Vieja del pueblo y ascendemos una colina ya en el camino de Cuencabuena. Tomás nos invita a darnos la vuelta para contemplar el aspecto magnífico que ofrece la villa, con su poderosa torre parroquial al pie del castillo.
Sin duda, estima, esta imagen de solidez defensiva servía para desechar cualquier idea de tomar la plaza por la fuerza. Aprovecha para recordarnos también la importancia que tuvo la célebre batalla de Cutanda, crucial para la suerte de la Reconquista y donde murieron tantos árabes que, aun hoy, recuerdan con terror el nombre del pueblo. De la batalla quedará el dicho popular “Peor que la de Cutanda”, como una expresión coloquial que denota el resultado catastrófico de algún negocio o lance.
Nos insiste una vez más Tomas en la importancia de realizar una adecuada excavación arqueológica en las ruinas del castillo de Cutanda, para conocer su verdadero trazado y por los posibles hallazgos que puedan aparecer. Sobre todo si tienen que ver con el mundo islámico.
La marcha se estira pronto. Los jóvenes van en vanguardia y a veces hay que sujetar sus carreras por ganar la delantera. Los mayores detrás, comentando estas y otras cosas. Por ejemplo, nos cuentan que antaño salía un mandadero desde Cutanda muy de mañana para hacer recados y encargos en Calamocha u otros pueblos, por los que cobraba un tanto, regresando a casa ya de noche. También que para coger el tren o el coche de línea debían salir andando hasta Calamocha o Navarrete. Aprovecha Emilio para reflexionar cómo ha cambiado nuestra visión del tiempo y de la vida. Antes nadie se extrañaba de emplear todo un día en desplazamientos que hoy se hacen con los automóviles en un par de horas. Tampoco cree que eso supusiera una pérdida de tiempo. Hoy lo perdemos de otras maneras.
Sigue el camino bordeando el monte bajo y los campos de labor. Las chicas toman definitivamente la delantera; los chicos, al contrario, parecen andar más cómodos al final. Veo que Juan Lorién hace mejores migas con su hermano mayor Tomás que con su hermana gemela Nieves, o es que ésta prefiere la compañía de sus amigas. En medio quedamos los mayores, no voy a decir los viejos. Manuel y Esther nos hablan de unas cuevas que se divisan a lo lejos que parecen interesantes. Al hablar de la muerte del mundo rural, Tomás, siempre optimista, considera que en el futuro debe constituir un complemento imprescindible de lo urbano, aprovechando para ello las buenas comunicaciones.
Por tierras de Cuencabuena
Tomás, preocupado por dejar constancia fotográfica del Camino, encarga a las chicas que ya que van delante se encarguen de hacer fotos. Les deja la cámara y les da las correspondientes instrucciones. El camino ondula, hay algunas subidas pero se compensan luego bajando. Después de alguna parada para beber agua, pasamos la rambla de Cuencabuena, el tendido del ferrocarril y por fin llegamos a la autovía. Emilio respira tranquilo pues no estaba seguro del todo del itinerario que llevábamos.
Mientras tanto les cuento la tradicional enemistad entre Luco y Cuencabuena. La conozco bien pues mis dos abuelas eran de Luco y en muchos de los cuentos que nos narraban de niños quedan mal los de Cuenca (así era como los llamaban), como por ejemplo la burla que hacían de la zorra que crió en su iglesia o de los músicos de allí que sólo se sabían un son.
Seguimos la autovía por un camino paralelo en dirección a Zaragoza, y debemos formar un grupo pintoresco pues nos saludan algunos coches que pasan veloces junto a nosotros. Por fin atravesamos la carretera por un puente ancho, y enfilamos ya hacia una zona de bosque. La gente joven empieza a preguntar por el almuerzo, pero preferimos hacerlo pasado el ecuador del trayecto. Por fin, en medio de un bosquecillo, nos detenemos para comer.
Y aquí viene la anécdota del día de la que soy principal protagonista. Visto mi desinterés para prepararme la pasada excursión por los Tollos, donde ni siquiera llevaba agua, elemento imprescindible en cualquier marcha y más en agosto, la noche antes de salir me preparé a conciencia la cantimplora en la nevera, la ropa, la mochila y un bocadillo de jamón y chorizo que, siguiendo el consejo de mi esposa, guardé en el congelador envuelto en papel de aluminio y dentro de una bolsa de plástico. Pero la fatalidad quiso que el pan sobrante, siguiendo de nuevo las instrucciones de Mª Carmen, lo guardase también en el congelador dentro de otra bolsa de plástico. Adivinarán perfectamente mis agudos lectores lo que ocurrió. Tras levantarme temprano a la mañana siguiente, preparé a conciencia la mochila con el agua fresca de la nevera y saqué del congelador la bolsa del bocadillo. ¿Del bocadillo? No, lo han adivinado. Cuando todos excursionistas sacaban sus suculentas viandas, al meter mano en la bolsa que había sacado del congelador me encontré con un mendrugo de pan en lugar del mi estupendo bocata. Naturalmente, todos se ofrecieron a compartir conmigo los suyos. Con cara de tonto, acepté una bolsa de nueces que me comí con el pan que traía de casa. Eso sí, les hice jurar que no se lo comentarían a mi mujer. Pase quedar como tonto en Cutanda … pero no en casa.
El molino de Burbáguena y el escultor José Azul
Con renovados bríos reanudamos la marcha. Los jóvenes, disipando nuestras dudas, caminan muy bien. A Tomás le pesan un poco los kilos. Ya se lo hemos dicho al principio cuando lo hemos visto con su camiseta amarillo fosforito toda ceñida (a ver si otro año la Comisión de fiestas de Cutanda encarga alguna de talla por lo menos XL para él). Desde lo alto vemos a nuestro nivel el cerro de San Bartolomé que campea sobre Burbáguena. Ya todo es descenso hasta el final que se presiente próximo.
Llegamos por fin a la rambla de Burbáguena que bajamos ya cansados. Todavía queda camino, pero ya aparecen campos cultivados con cerezos, nogueras y algo de viña. Sigue la marcha y, por fin, la rambla se abre al valle y divisamos el monumental cementerio y las primeras casas de la villa.
Aquí se desatan las hostilidades entre el equipo de los chicos y el de las chicas. Éstas que han ido en todo momento en cabeza, ven como un inesperado esprín de Juan les toma la delantera. Reaccionan ellas con prontitud, pero ya es tarde. Los chicos se ponen por primera vez en todo el camino delante. La meta, es decir el final de la etapa del Camino de San Vicente, está en la puerta de la iglesia de Burbáguena. Y aquí viene la discusión. Los chicos han llegado primero a la iglesia, pero las chicas lo hacen en la misma puerta. ¿Quién ha ganado? Polémica. Que resuelva Tomás si quiere. Los demás estamos muy cansados de la caminata para entrar en estas discusiones juveniles.
Decidimos entonces pasar al espléndido establecimiento que hay en el molino de Burbáguena para refrescarnos convenientemente. Caen unas jarras de cerveza de esas que guarda el hostelero en el congelador. Nos sientan divinamente. Comentamos las esculturas que allí tiene expuestas el artista local José Azul que, precisamente, está también allí en esos momentos. Hablamos con él, nos cuenta que ha expuesto con gran éxito en Valencia, cómo hace algunos de sus trabajos, encargos que tiene. En fin, un agradable colofón a nuestro Camino.
Los chicos con las correspondientes cocacolas se han olvidado de discutir, lo que se agradece. Mientras tanto llega Nieves con un amigo en sendos coches, que nos llevarán de nuevo hasta Cutanda para coger el nuestro y regresar a Calamocha. Los técnicos estiman en 24 los kilómetros recorridos.
En cualquier caso un trayecto muy bonito en el marco general del Camino de San Vicente Mártir.
José María de Jaime Lorén y Emilio Benedicto Gimeno
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