Aun a pesar de que se nos complicó
la noche del sábado en Mora de Rubielos (a mi buen amigo Deme y a mí), el
domingo supimos dirigirnos con la mínima habilidad requerida para encaminar
nuestros pasos al Barranco del Tajal, entre los términos municipales de
Nogueruelas y Linares de Mora, en la Sierra de Gúdar. Es este una formación cerrada en la que la
humedad ha dictado sus normas y son, como su propio nombre inspira, habituales
los tejos; auténticos objetivos en nuestro desplazamiento. Palpitaba en nuestra memoria el sacrificio de
Catuvolcus, rey de los Eburones, que se suicidó con zumo de tejo para no caer
en manos de Julio César durante la guerra de las Galias.
Tejo a la entrada del Barranco del Tajal |
El tejo (Taxus baccata), es el
único representante europeo de las taxáceas, familia de árboles y arbustos casi
exclusivos del Hemisferio Norte. Es una
especie dioica, es decir que presenta pies masculinos y femeninos, árboles
chicos y árboles chicas para que nos entendamos. Sus hojas son aciculares o lineares, más
oscuras en el haz y dispuestas en espiral, aunque en apariencia parecen estar
en dos filas opuestas. Si bien, por lo
que quizá sean más fácilmente identificables sea por su fruto, característico,
ya que a la semilla la envuelve una estructura de color rojo con forma de copa,
carnosa y de sabor dulce denominada arilo.
Salvo ésta, todo el árbol es tóxico, lo que es de agradecer, sin duda,
por las aves encargadas de dispersar las semillas (en caso contrario, obvia
decir que poco iban a dispersar).
Hojas y semillas con el arilo característico |
A los neófitos en la materia les
puede resultar insospechado que alguien se desplace hasta un pequeño barranco
cerrado en pos de un árbol, no te digo nada si son dos las personas que
persiguen a la conífera, como era nuestro caso.
En nuestro descargo diré que el tejo reúne todos los ingredientes para
constituir un organismo que supera las barreras de la botánica para adentrarse
en el inquietante mundo de la mitología.
Ya se ha tratado aquí el infortunio
de Catuvolcus. Una menudencia. El árbol más viejo de Europa sea quizás un
tejo de 2.000 años de edad radicado en la localidad escocesa de Foringall. De tejo es un hacha encontrada en Inglaterra
en 1911 a la que se le calcula la friolera de 50.000 años de dad. De tejo, según la leyenda, era el arco de
Robin Hood. Y, de tejo, los 167 que en
su interior llevaba la nave favorita del rey inglés Enrique VIII al ser
hundida, la Mary Rose.
Tejo de Foringall
Quien tenía una selva de tejos en
la Edad Media, tenía un tesoro: su madera constituía la materia prima para la
fabricación de arcos y ballestas. Sin
embargo, antes de servir en la guerra del hombre blanco, los tejos fueron
venerados por los celtas como árboles mágicos y sagrados; a su vera celebraban
estos sus contubernios druedítico-masónicos, que diría aquel. Con una pasta fabricada a partir de sus
semillas emponzoñaron las puntas de las flechas dirigidas a los legionarios
romanos en las cruentas guerras que asolaron las Galias en el siglo I anterior
a nuestra era (no les sirvió de mucho, ganaron los romanos por goleada).
Ambiorix, el otro rey de
los Eburones
Con semejante palmarés uno
encuentra lógico que a la taxácea se la relacionara con la muerte. Se decía, de hecho, que los ejemplares de los
camposantos se las ingeniaban para que cada una de sus raíces culminara en la
boca de algún muerto y poder alimentarse de su cuerpo yacente. Aunque también con la vida (que deliciosa
bipolaridad). La expresión “tirar los
tejos”, tiene que ver con la costumbre de las zagalas de arrojar semillas o
ramillas de tejo a los zagales que les hacían tilín.
Pinos en el Barranco del
Tajal
Las briofitas y hepáticas que
tapizaban el suelo de la barranquera se habrían decantado, sin duda, por
cuestiones más prosaicas y sentirán la presencia de los tejos con idéntica
postura a la de los pinos mayoritarios.
Al igual que la tosca que el enlentecido cauce del arroyo que circulaba
por el fondo del barranco iba dejando a su paso. Y al igual que, en las proximidades del agua,
las hojas de arce caídas de las que pudimos hacer distinción y las encendidas
bayas del majuelo. ¿Quién podría guardarles
rencor? Los mitos han sido siempre una
cosa nuestra, la obsesión maravillosa de los seres humanos. Cuando todavía lo éramos, claro.
Diago Colás (texto y fotos)
No hay comentarios:
Publicar un comentario