Comenzamos el otoño con un equipo de once, como los de fútbol. Cuatro gallinas veteranas, tres de dos y una de tres años. Dos de ellas, serranas de Teruel, las otras, castellanas negras. Y siete jovenzanas, seis pollas y un pollo, todas serranas procedentes de Luco y con ancestros en Allepuz.
Eran fáciles de distinguir. Los pollos echaban menos bulto que las gallinas. Por entonces seguían su ritmo de desarrollo. Sin prisa, pero sin pausa. Las escarbaderas, ya eran prácticamente de adulto. Las crestas, en cambio, no terminaban de formarse.
Las gallinas estaban inmersas en la muda. En el suelo del gallinero y del corral, plumas de todo tipo. Corporales y alares. Pero, al mismo tiempo, las partes carnosas de la cabeza (crestas, barbas y orejillas) mantenían su color rojo vivo.
La puesta de huevos comenzaba a decaer. Era mucho esfuerzo, mantener el ritmo de puesta y fabricar pluma nueva. Tomás y Pascual, mis compañeros de trabajo y, a la vez, de andanzas gallineras, ya me lo venían diciendo. Es lo que toca. Pero las del Ajutar parecían mantener el tipo. Entre las tres ponedoras (la cuarta no ponía), juntaban una docena de huevos semanales. Pero, como a todas, les llegó el día. En la segunda semana de noviembre dejaron de poner.
Aunque la convivencia intergeneracional era buena, cada cual tenía sus preferencias.
Las pollas, generalizo con el plural femenino pues eran mayoría, eran animales inquietos. Osadas, curiosas, movidas. El pollo, aún desgarbado, no terminaba de encajar entre ellas. Otro carácter, otro estar. Aún no terminaba de saber qué papel jugar.
Las jovenzanas estaban cada día más crecidas. Todas tenían el plumaje del cuerpo de color negro y casi todas, además, las plumas del cuello (el armiño, me enseñó Alicia, ex-alumna del IES Valle del Jiloca y futura veterinaria) y las de la cabeza de marrón dorado. Alguna era prácticamente negra. Y con el iris marrón claro, e incluso amarillo.
En primer plano las pollas. Al fondo, más garrilargo, el pollo ya crecido. |
Muy gregarias. Disponían de tres hermosos palos para dormir. Durante semanas y semanas los ignoraron. Preferían una banasta de plástico para fruta que había instalado por aquello de que en su día, tuvieran dos ponederos por si les venían las ganas de poner a varias a la vez. Así se apelotonaban para dormir juntas en las primeras noches de frío otoñal. Y, por la mañana, aparecía el ponedero perdido de cagadas. Había que hacer algo. Un día que pasaba con el coche por el valle del Pancrudo corté una buena mata de aliaga. Al llegar a casa la coloqué en el ponedero. Asunto resuelto. Ya no han vuelto a dormir en él. Se fueron acostumbrando a los palos. Lo que toca.
Al terminar el verano, el saco de pienso iba bajando. Chico, pensé, para darles soja traída de la otra parte del mundo, mejor guisantes del Campo Romanos. Me costó conseguirlos, pero a través de José Antonio Sánchez me hice con un saco de guisantes secos de la cooperativa de Cereales Teruel en Ferreruela de Huerva. Legumbres ricas en proteína, bien les irá. Pero comprobé, con sorpresa, que no les hacían mucho caso. Pienso que les resultaban duros.
Al terminar el verano, el saco de pienso iba bajando. Chico, pensé, para darles soja traída de la otra parte del mundo, mejor guisantes del Campo Romanos. Me costó conseguirlos, pero a través de José Antonio Sánchez me hice con un saco de guisantes secos de la cooperativa de Cereales Teruel en Ferreruela de Huerva. Legumbres ricas en proteína, bien les irá. Pero comprobé, con sorpresa, que no les hacían mucho caso. Pienso que les resultaban duros.
Antonio Torrijo me había comentado que él les da pipas para acelerar la muda y la recuperación de la puesta. Pues vamos a probar, me dije. Fernando, el empleado de la oficina de Cereales Teruel en Calamocha, me avisó que tenía una buena partida de pipas cultivadas en la vega recién cosechadas. Se lo propuse a Tomás y a Pascual. Encargamos entre los tres más de doscientos kilos. A ellos, no les ha convencido mucho la experiencia. A las de El Ajutar, en cambio, les ha encantado. Las comen con ansia, como por aquí se dice.
Entre las pipas aparecía el tabique de la torta del girasol que las separa. Y también unas semillas negras y planas. Semillas de estramonio, planta muy venenosa. Son listas las gallinas, ni las tocaban. Se quedaban siempre en el fondo del comedero.
Pipas, pienso y, sobre todo, trigo fue la base de la dieta otoñal de las cocos.
De siempre, cuando voy a la carnicería a comprar para nosotros, le solemos pedir al carnicero algún chichorro para Lúa, la gata. Los que llevan algo de carne o los trozos de víscera la gata los come bien, pero a los sebos de cordero y los pellejos de pollo, no les hace mucho caso. Al cabo de algunos días de andar rondando en la bandeja donde le dejamos la comida a Lúa, te acabas cansando de verlo. Decidí probar. Los hice en trocicos y se los llevé a las gallinas. Locura. Salió el depredador que llevan dentro (y no solo Velociraptor, que es de cuidado), se lanzan con toda su energía para hacerse con los trozos de sebo. Al fín y al cabo, son animales omnívoros. Viéndolas engullir las pieles de pollo te acuerdas los documentales en los que, en época de penuria, los pollos mayores se comen a sus hermanos pequeños. Canibalismo, vamos.
Las jovenzanas, cogían el día con ganas. Por la mañana, al abrirles la puerta al corralico, eran las primeras en salir. Las gallinas, por contra, emperezaban y se quedaban un buen rato más en su palo de dormir ajenas a las ganas de enredar de las primeras.
Pipas, pienso y, sobre todo, trigo fue la base de la dieta otoñal de las cocos.
De siempre, cuando voy a la carnicería a comprar para nosotros, le solemos pedir al carnicero algún chichorro para Lúa, la gata. Los que llevan algo de carne o los trozos de víscera la gata los come bien, pero a los sebos de cordero y los pellejos de pollo, no les hace mucho caso. Al cabo de algunos días de andar rondando en la bandeja donde le dejamos la comida a Lúa, te acabas cansando de verlo. Decidí probar. Los hice en trocicos y se los llevé a las gallinas. Locura. Salió el depredador que llevan dentro (y no solo Velociraptor, que es de cuidado), se lanzan con toda su energía para hacerse con los trozos de sebo. Al fín y al cabo, son animales omnívoros. Viéndolas engullir las pieles de pollo te acuerdas los documentales en los que, en época de penuria, los pollos mayores se comen a sus hermanos pequeños. Canibalismo, vamos.
Las jovenzanas, cogían el día con ganas. Por la mañana, al abrirles la puerta al corralico, eran las primeras en salir. Las gallinas, por contra, emperezaban y se quedaban un buen rato más en su palo de dormir ajenas a las ganas de enredar de las primeras.
Si ya en verano, les dejábamos salir algún rato por el jardín, con la llegada del otoño y una vez que dejaron de poner (por aquello de que no pusieran los huevos por cualquier rincón), fuimos cada vez más tolerantes y las soltábamos casi todas las tardes en las que estábamos por casa. Ese es el terreno de cualquier gallina, pero en especial, de las Serranas de Teruel.
Eran felices escarbando bajo las hojas, removiendo la tierra y picoteando las hierbas y gusanos ...
No había problema. El jardín ya estaba terminando el ciclo anual. No hacían mucho rastro. Y se las veía disfrutar. Como aquí, bajo los aligustres ...
Pero un nuevo problema se cernía. Las gallinas terminaron de explorar sus dominios en sus bureos vespertinos. Y descubrieron que, tras un muro de piedra seca, se hallaba otro mundo: el huerto. Una tierra prometida con lechugas, acelgas, escarolas y coles tiernas. Un manjar. Y pasó, lo que tenía que pasar. Comenzó el asalto.
Así, al principio, las iba sacando con un palo y cuatro voces. Pero, los asaltos eran cada vez más frecuentes. Había que hacer algo. La solución la aportó, de nuevo, la malla gallinera. Una red de metal que tiene el nombre muy bien puesto. Como los tomates, los pimientos y las cebollas ya estaban recogidos, les dejamos ese espacio libre a ellas y cercamos la parte de las verduras de hoja. Quedó majo.
Algunas coles quedaron fuera de la valla. No tardaron en emprenderla con ellas. Les puse unas banastas de plástico, a modo de búnker, por el que se filtraba algo de luz. Y ellas, incansables y con todo el tiempo del mundo, discurrían cómo acceder a ese tesoro blindado.
¡Qué limpio fueron dejando esa parte del hortal!
Pero las gallinas (y los gallos) son como los gases. Ocupan todo el volumen que se les ofrece. La siguiente frontera fue la terraza de la casa, que se escapaba de sus visitas por estar separada por unas escaleras. También cayó. Aprendieron a subirlas y, descaradas, las teníamos junto a la cristalera de la cocina curioseando lo que hacíamos dentro ... y ensuciando la terraza de gallinaza. Aceptábamos que lo hicieran en el jardín (estiércol es, al fin y al cabo) pero ... ¡en la terraza! Habían cruzado la línea roja que marcó Carmen. Se solucionó colocando más banastas de plástico. Asunto resuelto.
Al caer la tarde, las gallinas se recogían solicas entrando en el gallinero para buscar su palo preferido. Como las personas, las primeras en irse a dormir eran las viejas. Cansadas del día, se metían tan pronto dejaban de ver el sol. Las jovenzanas, apuraban la tarde hasta última hora. Como esos jóvenes que no tienen hora para volver a casa ... ¡Ay, la juventud!
Las gotas de agua condensaban en el tercer y el cuarto cuadrante del eje de coordenadas. Había que ponerle un título: "Condensación cartesiana en el gallinero", me sugirió Carmen. El jurado popular formado por los alumnos no lo premió, pero ... ¿a que la foto es maja? Puedes ver más fotografías matemáticas sobre el frío y otras actividades en el blog de la "Semana Matemática" de nuestro Instituto.
Y llegaron los hielos de diciembre. Y las rosadas. El bebedero, dentro del gallinero, comenzaba a aparecer helado. José Antonio nos había dicho que las gallinas aguantan mucho mejor el frío y el calor. Como en el fondo somos unos mascoteros más, pensamos que estarían mejor si les forrábamos el gallinero por dentro. Eso sí, aplicando el principio de las 3 R. Con unos cartones recios y unas mantas viejas, bien clavados con grapas sobre las tablas de madera, cubrimos el interior. Como decía mi padre ... ¡feo está pero está firme!
Pero mientras el ambiente exterior se iba enfriando día a día ... el interior, de repente, comenzó a calentarse. Las hormonas terminaron de hacer su trabajo. ¡Y de qué manera! A finales de noviembre el pollo ya no era un pollo sino un gallo de lo más flamenco.
Y las pollas, ya eran unas hermosas y jóvenes gallinas. Y pasó lo que tenía que pasar. Llegó el sexo al gallinero. Al principio, el joven gallo comenzó a montar a las jóvenes. Con el pico las sujeta de la cresta y, tras una rápida cópula, se baja. Ellas, ahuecan el plumaje y siguen a lo suyo. Y, dos semanas después, probó suerte, igualmente con éxito, con las gallinas viejas. Lo mismo. El gallinero empezaba a animarse y, tras el sexo, vinieron ... ¡los primeros huevos!
Coincidió con el solsticio de invierno. Eran los primeros huevos de las pollas. Eran los primeros huevos tras cinco semanas de descanso en las que nos daba pereza comprar huevos en la tienda.
Entrábamos en el invierno pero la actividad volvía al gallinero. ¡Lo que son las hormonas!
Dos veteranas. En primer plano, la castellana negra ponedora. Al fondo, Velociraptor, la temperamental serrana de Teruel. |
Así, al principio, las iba sacando con un palo y cuatro voces. Pero, los asaltos eran cada vez más frecuentes. Había que hacer algo. La solución la aportó, de nuevo, la malla gallinera. Una red de metal que tiene el nombre muy bien puesto. Como los tomates, los pimientos y las cebollas ya estaban recogidos, les dejamos ese espacio libre a ellas y cercamos la parte de las verduras de hoja. Quedó majo.
Pero las gallinas (y los gallos) son como los gases. Ocupan todo el volumen que se les ofrece. La siguiente frontera fue la terraza de la casa, que se escapaba de sus visitas por estar separada por unas escaleras. También cayó. Aprendieron a subirlas y, descaradas, las teníamos junto a la cristalera de la cocina curioseando lo que hacíamos dentro ... y ensuciando la terraza de gallinaza. Aceptábamos que lo hicieran en el jardín (estiércol es, al fin y al cabo) pero ... ¡en la terraza! Habían cruzado la línea roja que marcó Carmen. Se solucionó colocando más banastas de plástico. Asunto resuelto.
Al caer la tarde, las gallinas se recogían solicas entrando en el gallinero para buscar su palo preferido. Como las personas, las primeras en irse a dormir eran las viejas. Cansadas del día, se metían tan pronto dejaban de ver el sol. Las jovenzanas, apuraban la tarde hasta última hora. Como esos jóvenes que no tienen hora para volver a casa ... ¡Ay, la juventud!
Y llegaron los fríos de noviembre. En el IES Valle del Jiloca llevamos entre manos un proyecto educativo en torno al frío. El Departamento de Matemáticas había organizado un concurso de fotografía matemática relacionada con el tema, para el alumnado y para el profesorado. Había que pensar algo. Las aguadas de noviembre me dieron la solución.
Y llegaron los hielos de diciembre. Y las rosadas. El bebedero, dentro del gallinero, comenzaba a aparecer helado. José Antonio nos había dicho que las gallinas aguantan mucho mejor el frío y el calor. Como en el fondo somos unos mascoteros más, pensamos que estarían mejor si les forrábamos el gallinero por dentro. Eso sí, aplicando el principio de las 3 R. Con unos cartones recios y unas mantas viejas, bien clavados con grapas sobre las tablas de madera, cubrimos el interior. Como decía mi padre ... ¡feo está pero está firme!
Pero mientras el ambiente exterior se iba enfriando día a día ... el interior, de repente, comenzó a calentarse. Las hormonas terminaron de hacer su trabajo. ¡Y de qué manera! A finales de noviembre el pollo ya no era un pollo sino un gallo de lo más flamenco.
Entrábamos en el invierno pero la actividad volvía al gallinero. ¡Lo que son las hormonas!
2 comentarios:
Tras el frio que he pasado este fin de semana, en la iglesia del pueblo, he conseguido por fin entrar en calor volviendo a leer las andanzas de las lozanas gallinas del Ajutar junto al Gallo afortunado.
La caja frutera de madera, al verla en la foto, no me ha quedado mas remedio que creer... supongo tendrá sus años, y las de plástico no sirven... en casa siempre había una de madera, con forma ovalada..
Si no quieren guisantes, dales un tiempo, y que recapaciten, déjales pasar hambre. Al fina, no había más remedio que llevar el panizo al molino, así que deberás improvisar uno en la Cangrejera y moler.
Por dios, yo creo que al dieta que les das, ya solo le falta la fruta, todos los restos y de vez en cuando alguna sandia, pepino o calabaza... ahora que ya comen carne.
En casa cada vez que se mataba un conejo las gallinas lo notaban y pedían su parte... pronto te saldara alguna voladora y deberas córtale las alas, y al gallo cuando coja algún kilo de mas, atarle las patas para que no pueda montarlas. Lo mejor será que te hagas otro y a este para San Roque le des matarile.
Algo se me olvida
Recuerdos
PD Si, ya me acuerdo, ahora que han probado la carne, hazte con algo de "pachuli", por si tienen hambre y deciden empezar a comerse a la mas floja y sacarle las tripas, asi podras untarle y curarle
Con este mismo con el que cuidáis a vuestras amadas gallinas,no os habéis planteado alimentarlas con pienso ecológico?Mucho me temo que los productos del Campo de Romanos no son precisamente muy ecológicos...
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