Puente de San José. Escapada a la Serranía de Cuenca. Decisión de última hora. Problemas con el alojamiento en los pueblos serranos. Carmen encuentra plaza en un hotel de un pueblecico del que no habíamos oído hablar antes: Ribatajadilla. Todo un acierto, como pronto descubrimos.
Viaje nocturno desde Teruel, por Guadalaviar, Tragacete, Las Majadas .... hasta adentrarnos en un territorio para nosotros ignoto. Bajábamos la serranía mientras nos adentrábamos a través de unos montes en los que, por el rabillo del ojo y la la luz de los faros del coche, se atisbaban tierras de labor y pinares de rodeno con romero. Estábamos en el Campo de Ribatajada, una comarca conquense también conocida como El Campichuelo. Nos recibe con amabilidad la propietaria del hotel rural. Estamos cansados tras días difíciles en el trabajo de cuyos problemas intentamos (vanamente) escapar. A descansar. A ver qué nos encontramos mañana.
El hotel es, al tiempo, el bar del pueblo. Desayunamos con los propietarios mientras la televisión predica las noticias cotidianas de esa jornada laborable. Les hablamos de nuestro destino: las dehesas de Carrascosa y Valsalobre. Y de nuestros intereses, los árboles viejos, sobre todo los robles, aquí conocidos como quejigas, y si son muy grandes, chaparros. Nos remiten a sus vivencias personales en unos sabinares de pueblos cercanos de nombres que nos suenan igual. Pero de robles viejos, poco. Allá vamos.
Salimos de Ribatajadilla dirección Ribatajada. La primavera también entra tarde también aquí. Los apagados frutales y los ribazos de la estrecha vega nos recuerdan la altitud de estas tierras (900 m), aunque la presencia de plantas como el romero nos indican de la influencia atemperadora de las masas de aire que remontan por el valle del Tajo y que se extienden desde las cercanas tierras alcarreñas y manchegas hasta estos piedemontes serranos.
Sembrados cerealistas y barbechos. Tierras royas y fuertes, arcillosas. Un tallar de quejigos aprovechado en otra época por sus leñas. Salimos a un cruce. Más tierras de labor se extienden por una serie de lomas que se extienden hasta unos montes calizos. Carmen advierte la presencia de unos grandes árboles que crecen entre los campos. Nos acercamos. Son robles quejigos de más de medio de diámetro normal de tronco el cual, en muchos casos, termina en una toza de la que arrancan ramas de desigual grosor nacidas de rebrote. Son trasmochos. Claramente.
El arado apura al tronco. Para labrar se cortan las ramas bajeras, las que rozan con el tractor. A los árboles les prueba muy mal carecer de espacio en su entorno. Las raíces superficiales, las que captan la mayor parte del agua, se dañan. Los hongos no prosperan en estos suelos permanentemente volteados. El árbol necesita un espacio de protección si se desea que no mueran a medio plazo.
Seguimos la rectilínea pista agrícola que se abre paso entre extensas parcelas de límites trazados con regla y cartabón, fiel indicador de la ejecución de una concentración parcelaria. Entre los campos sobreviven añosos y robustos quejigos en los que entran y salen unas abubillas recién llegadas de sus cuarteles de invierno en África.
Muchos árboles mantienen una o dos gruesas ramas paralelas al suelo (la horca) y otras tantas ramas verticales (el pendón). Es el viejo estilo de poda promovido para asegurar la producción y la vitalidad de los árboles trasmochos por los reglamentos de la Corona de Castilla y que puede verse desde Burgos a Guipúzcoa, desde Cuenca hasta Salamanca.
Seguimos la rectilínea pista agrícola que se abre paso entre extensas parcelas de límites trazados con regla y cartabón, fiel indicador de la ejecución de una concentración parcelaria. Entre los campos sobreviven añosos y robustos quejigos en los que entran y salen unas abubillas recién llegadas de sus cuarteles de invierno en África.
Muchos árboles mantienen una o dos gruesas ramas paralelas al suelo (la horca) y otras tantas ramas verticales (el pendón). Es el viejo estilo de poda promovido para asegurar la producción y la vitalidad de los árboles trasmochos por los reglamentos de la Corona de Castilla y que puede verse desde Burgos a Guipúzcoa, desde Cuenca hasta Salamanca.
Hacia el oeste, en la ladera de unos cerros, se adivinan unos árboles de gruesos troncos de tonos claros dispuestos formando un bosquete abierto. Una dehesa. A por ellos. Antes cruzamos un curso de agua que resulta ser el río Liandre. Un aguilucho lagunero sobrevuela un carrizal socarrado en el que querría hacer nido. Algunos chopos y sauces dispersos apuntan la existencia de un antiguo soto previo a las obras de rectificación y canalización asociadas a la concentración parcelaria del término. Una pena.
Llegamos a Villaseca.
Un pueblo, hoy casi deshabitado (cinco vecinos) que antaño tuvo mejores tiempo a juzgar por la factura de su iglesia románica, seguramente levantada en el esplendor de la ganadería mesteña y de la ruta de la lana hacia el centro mercantil de Burgos. Conocíamos solo dos pueblos de esta comarca conquense, en ambos, sendas iglesias románicas de líneas sencillas y sobrias. Románico rural, le llaman.
Nos dirigimos hacia el norte. Nos sorprendió una preciosa dehesa de quejigos, cercana al pueblo, junto al camino que sigue paralelo al río Liandre.
Afloraban unas arcillas con cantos calizos. Seguramente depósitos terciarios acumulados el pie de los relieves carbonatados mesozoicos. Estas arcillas son la clave de la existencia de estos robledales.
Algunos de los árboles mostraban indicios de antiguos aprovechamientos en forma de podas.
Otros árboles eran bravíos. También había rebrotes y algún tallar. Se percibía la vigencia de su uso ganadero, por las ovejas de una cercana granja. Sin embargo, la abundancia de espinos, aliagas y de otras matas apuntaba ya la regresión de la ganadería extensiva.
Algunos de los árboles mostraban indicios de antiguos aprovechamientos en forma de podas.
Retornamos por el mismo camino hacia el cruce de Ribatajadilla para dirigirnos hacia Ribatajada donde nos desviamos hacia el oeste siguiendo las aguas del río Trabaque, igualmente desnaturalizado, hasta el desvío hacia La Frontera. El paisaje iba haciéndose cada vez más montano, a pesar del dominio de la agricultura.
Al pasar por La Frontera, frente a la carretera y al otro lado de un arroyo, encontramos otra dehesa de robles. Dimos media vuelta para conocerla volviendo al pueblo. Este nos pareció luminoso y cuidado, muy manchego. Muy cerca se encontraba las partidas de El Prado y La Dehesa. Y una granja nueva en plena actividad.
Un par de trabajadores marroquíes, tan simpáticos como atentos, echaban de comer en las canales de unas ovejas que estaban acompañadas por sus cordericos.
Les pregunté por los quejigos. "Este año no bellota. Otros sí", me comentaron sin perder la sonrisa. Poco más me contaron sobre los árboles.
Les pregunté por los quejigos. "Este año no bellota. Otros sí", me comentaron sin perder la sonrisa. Poco más me contaron sobre los árboles.
Cerca, encontré al propietario manejando un tractor. Pablo Hervás, un joven de veintiocho años, gestionaba la explotación. En diez minutos, pues no quería entretenerle en su faena, me contó muchas cosas. Me hubiera gustado disponer de más tiempo para aprender con él. Me habló de sus ovejas de raza alcarreña, de la finura de la carne de sus corderos, de las inversiones que exige hoy la ganadería, del daño que causa la importación de cordero australiano o argentino (de calidades inferiores) para su venta en las grandes superficies a unos consumidores que solo consideran el precio ... Era evidente la pasión por su trabajo, el conocimiento del oficio, el orgullo de continuar la explotación ganadera familiar. Y el aprecio por los viejos robles.
"Mi abuelo ya labraba bajo los árboles", nos comentaba.
Por lo que deduje, los árboles eran podados con turnos largos para obtener leña y rejuvenecer el ramaje, al tiempo que para estimular la producción de bellota. Un bien valioso en la explotación ganadera. Pero también eran cultivados aquellos terrenos, para producir cosecha de cereal y sujetar el desarrollo de los arbustos. Algo parecido a lo que ocurre en muchas dehesas extremeñas de encina o alcornoque.
En la dehesa de La Frontera encontramos algunos ejemplares podados. Los menos. El joven propietario nos comentó la necesidad de mantener el sistema de poda de antaño, claramente perdido en las últimas décadas. "Así, el ramaje se envejece y se seca, y le entra un gusano grande y blanco", nos indicaba. Pero los ingenieros no dejan, se lamentaba a un tiempo. Y así se van a secar.
La administración forestal de la Junta de Castilla-La Mancha no permite a los propietarios las podas de ramas de más de 30 cm de diámetro para asegurar el rebrote. El probema es que muchas de las ramas que nacen de estas quejigas son más gruesas por haber perdido el turno hace décadas. Eso obliga a cortar la rama lejos de la cabeza. Y eso, en el caso de que el agricultor desee seguir cuidando los árboles. Todo es difícil.
Volvió a su trabajo no sin antes recomendarnos recorrer y conocer bien su dehesa, a la que asignaba una edad de unos trescientos años. Bien puede ser.
Y la recorrimos, vaya que sí. Era una maravilla. De nuevo encontramos terrenos arcillosos terciarios. El rebollo exige suelos profundos que retengan agua durante el verano pues, a diferencia de las quercíneas perennifolias, debe aprovechar esos meses para realizar la fotosíntesis antes de parar su actividad en octubre. Esas arcillas le aseguran sobrellevar esa difícil temporada, algo imposible sobre un sustrato calizo. De nuevo un dehesa cercana al pueblo, una razón histórica. Se repite el patrón.
Ya entibiaba el sol a esa hora de la mañana. Las abejas pecoreaban en los romeros. Romero y quejigo, una combinación extraña en las tierras del Jiloca. Una pareja de milanos reales sobrevolaba la dehesa.
Desde allí partimos hacia Carrascosa de la Sierra, haciendo parada en ruta para conocer los campos de mimbreras y la cultura del mimbre en Cañamares. Terminando la jornada en Beteta.
Al día siguiente, Carmen se quedó por la mañana a trabajar en el hotel. Yo seguí rondando por El Campichuelo. Entre lo que me había contado Pablo y lo que había ido leyendo aquí y allá, tracé una nueva ruta. Zarzuela, Fresneda de la Sierra y Ribagorda.
En Zarzuela también había una dehesa de roble y pino negral. Se hizo la concentración parcelaria y, a juzgar por los vecinos, "se tiraron muchos chaparracos y pinos grandes". Cuando llegué al pueblo, al punto de la mañana, pregunté a un vecino y me indicó la pista que sale hacia Sotos. Se despidió diciéndome "no dejan cortarlos". Me costó dar con ella. Campos y campos en los que ya no quedaba testimonio, a diferencia de lo que pudimos ver en Villaseca.
Las primeras quejigas trasmochas estaban junto a una tiná, denominación del cubierto con corral que en el Maestrazgo se llama teñada. Tan abandonados las unas como los otros. De nuevo nos recordaba el tradicional binomio trasmocho-pastoralismo.
El sustrato correspondía, de nuevo, a conglomerados sin cementar de arcillas y cantos calcáreos, aunque en las partes altas también afloraban arenas de tonos amarillentas.
Era una masa mixta de pino negral (Pinus nigra ssp. salzmanni) y de quejigo (Quercus faginea) con sotobosque de espinos, escaramujos y jaral. En algunos sectores se apreciaba la estructura original de la dehesa ...
Eran ejemplares notables, con el turno perdido, con ramas puntisecas y abundantes huecos. Muchos ejemplares muertos. Un gran valor ecológico.
Aunque en la periferia, aún se conservaba y mostraba su estructura adehesada ...
Era un pálido reflejo del paisaje que durante siglos caracterizó estos montes ...
Invadidos por las carrascas y enebros del cercano monte ...
Unos árboles que atesoran una historia de aprovechamiento. Una cultura. Una vida silvestre.
Al día siguiente, Carmen se quedó por la mañana a trabajar en el hotel. Yo seguí rondando por El Campichuelo. Entre lo que me había contado Pablo y lo que había ido leyendo aquí y allá, tracé una nueva ruta. Zarzuela, Fresneda de la Sierra y Ribagorda.
Las primeras quejigas trasmochas estaban junto a una tiná, denominación del cubierto con corral que en el Maestrazgo se llama teñada. Tan abandonados las unas como los otros. De nuevo nos recordaba el tradicional binomio trasmocho-pastoralismo.
La fuente y el gamellón de cuatro troncos nos sugieren la importancia de la cabaña de ovino (y vacuno) que debió pacer en esos frescos prados donde prosperan juncos, mentas, ranúnculos y otras especies higrófilas.
El sustrato correspondía, de nuevo, a conglomerados sin cementar de arcillas y cantos calcáreos, aunque en las partes altas también afloraban arenas de tonos amarillentas.
Era una masa mixta de pino negral (Pinus nigra ssp. salzmanni) y de quejigo (Quercus faginea) con sotobosque de espinos, escaramujos y jaral. En algunos sectores se apreciaba la estructura original de la dehesa ...
Los pinos negrales eran igualmente monumentales. En su base mostraban cicatrices, indicios de haber sido resinado en otros tiempos. Las ramas jóvenes estaban sofocadas de bolsas de procesionaria, insecto que se ha visto muy beneficiado en este invierno tan suave.
Aunque la escasa presión ganadera estaba favoreciendo la entrada de los espinos, jaras, agracejos y aliagas cerrando el pasto ... arbustos que compiten con los árboles, que reducen su vitalidad.
Desde Zarzuela, remontando el arroyo Villalbilla y pasando por Villalba de la Sierra, Portilla, Arcos de la Sierra y Castillejo-Sierra me acerqué a La Fresneda de la Sierra, lugar donde se encontraba una de las dehesas con quejigas más grandes,según me habían informado. Y vaya que lo eran.
La sierra de Las Majadas, con sus calizas cretácicas, se levanta hacia el nordeste. Tras su erosión, los cantos calcáreos, las arcillas y las arenas se acumularon al pie de este relieve -durante el Eoceno- formando unos bancos profundos en donde prosperaron quejigos y pinos negrales.
A diferencia de los de Zarzuela, los pinos de Fresneda de la Sierra no eran muy viejos. Parecían haber prosperado al cesar la actividad ganadera. En los claros de la dehesa de quejigos entraron las especies propias de las etapas pioneras e intermedias de la sucesión, aquellas que eran controladas por el diente de la oveja y de la cabra. Los pinos estaban igualmente sofocados por procesionaria que estaba en plena dispersión formando las características hileras sobre el soleado suelo de aquel día marzo.
Los rebrotes de las viejas quejigas, los enebros, los espliegos, y las aliagas habían desplazado a las plantas herbáceas del pasto ...
Eran ejemplares notables, con el turno perdido, con ramas puntisecas y abundantes huecos. Muchos ejemplares muertos. Un gran valor ecológico.
Aunque en la periferia, aún se conservaba y mostraba su estructura adehesada ...
Era un pálido reflejo del paisaje que durante siglos caracterizó estos montes ...
Las quejigas más gruesas las encontramos en la partida de la Vega, cerca del arroyo Valseco. Sin embargo, y a pesar de los topónimos, los robledales de Majada de las Vacas y de la Dehesa Boyal no tenían estructura adehesada, siendo en ambos casos densos tallares. Eso sí, salpicados de algunos ejemplares trasmochos de notables dimensiones.
Desde allí volví a Ribatajadilla pasando por Ribagorda, a donde alcanzaba la dehesa de Villaseca. Quería encontrar un árbol monumental que es muy conocido en la comarca: el Roble Dios de Pajares.
Es un ejemplar enorme. Tiene una altura de 18 metros, siendo 3 de tronco y el resto de las ramas que crecen sobre su toza. La copa es globosa, semiesférica, tiene un diámetro de 15 metros. El perímtero normal de tronco (a 1,30 m del suelo) es de 5,52 metros. Se desconoce su edad aunque se estima en unos 400 años. Esta información estaba recogida en un panel informativo. Me llamó la atención la denominación del árbol: el Roble Dios. No sé si es un nombre popular. En el texto aludía al carácter religioso que atribuían los celtíberos a los árboles y a los bosques. Y termina diciendo "en memoria de ello queda el nombre de este roble centenario". Será.
A su alrededor, una valla protectora para reducir el pisoteo al pie del tronco y favorecer la aireación de las raíces y la infiltración del agua. Más allá, un cultivo de pino, fruto también de la época de las reforestaciones del ICONA. ¡Qué paradoja, en el país del quejigo, reforestando con pino!
Ya en el hotel, estuve ojeando el libro "Tal como éramos. Imágenes del pueblo de Sotorribas". Es un libro de fotos antiguas y no tan antiguas, reflejo de la forma de vida de estas gentes serranas. Entre las consabidas fotos del servicio militar, de las verbenas estivales, jornadas de caza, romerías de primavera y matanzas del cochino, hubo una foto, ya en color, que me llamó la atención. Era ésta.
Aquí estaba la clave. Julián Albarca y Gabriel Valiente, desmochaban con motosierra una quejiga en el año 1982 en la localidad de Sotos, la cabecera comarcal. Ya entonces se hacía con máquina lo que hasta poco antes aún se cortaba con hacha. Un documento.
Esa tarde, nos fuimos de excursión a Las Majadas para conocer el espectacular complejo kárstico desarrollado sobre las calizas cretácicas. Pasamos por Villalba de la Sierra, uno de los municipios con más habitantes de El Campichuelo. Un pueblo con crecimiento urbano, con hoteles y segundas residencias construidas para gentes urbanas a las que atraen urbana los paisajes serranos y las aguas del río Júcar, por aquí joven y enérgico.
Al tomar la carretera que remonta hacia la sierra, al pie de las primeras curvas, en el paraje conocido como Majada de las Vacas, ahí estaban. Otra vez.
Entre los campos ...
Invadidos por las carrascas y enebros del cercano monte ...
Unos árboles que atesoran una historia de aprovechamiento. Una cultura. Una vida silvestre.
Las dehesas de quejigos de esta comarca son un patrimonio prácticamente desconocido. Son el reflejo de unos momentos de la historia de la Corona de Castilla en los que el Honrado Concejo de la Mesta, dotados por la monarquía de unos poderes enormes, tenía la potestad de pastar sus ganados trashumantes en la mayor parte de los montes. Los pueblos, para defenderse del poder de los grandes señores, tenían la posibilidad de crear dehesas comunales en los alrededores de los pueblos donde llevaban los pequeños rebaños y los animales de tiro.
Villaseca, Pajares, La Frontera, Fresneda de la Sierra, Ribagorda, Villalba de la Sierra ... aún conservan unos paisajes históricos que encierran un aprovechamiento inteligente de los recursos. Este patrimonio se ha perdido por la decadencia de la ganadería extensiva, pero también por la tala y roturación asociada a las concentraciones parcelarias. Destacar un "roble-dios" está bien, pero hay que ir más lejos a la hora de valorar las dehesas de El Campichuelo.