Cuando se va por la autovía Mudéjar desde Zaragoza hacia Teruel, a la altura de Villafranca del Campo se yergue una montaña altiva culminada por una elevada antena de televisión. Es el monte de San Ginés.
Hace un par de semanas nos animamos a realizar esa ascensión partiendo de la localidad de Ródenas a la que accedimos desde Villafranca del Campo y Peracense.
La lluvia de los días anteriores se manifestaba en el paisaje. Los rastrojos y labores de Villafranca estaban empapados y las ramblas que descienden de Sierra Menera, secas prácticamente durante todo el año, eran verdaderos arroyos.
Los nuevos regadíos creados en Villafranca en estos piedemontes, con cultivos de alfaz o de sorgo, aportan una nota de verdor al paisaje en este final de verano.
Al pasar por el castillo de Peracense, los jirones de nubes le conferían un aspecto legendario. Todavía más hermoso de lo que suele mostrarse.
Iniciamos el ascenso a San Ginés desde el pueblo de Ródenas, que amanece fresco y tranquilo, mostrando su cuidado patrimonio urbano.
El recorrido sigue el sendero marcado como PR (rayas amarillas y blancas) que une Ródenas, el castillo y Peracense. Sale del núcleo urbano por la carretera por la que hemos llegado y poco antes de alcanzar el depósito de agua se desvía a mano derecha para tomar un camino que atraviesa una llanura cerealista.
La densa niebla se extiende por los rastrojos.
Un joven de aguilucho lagunero sale de entre estas nubes bajas.
Las recientes lluvias han empapado el suelo y los pequeños roedores que viven en los campos y los pastizales aprovechan para ampliar sus madrigueras. Están mucho más activos que de costumbre y salen a la superficie en cualquier hora del día. Las pequeñas aves rapaces de estos espacios abiertos parecen saberlo y merodean los ribazos.
Poco a poco, la niebla se va difuminando. Se va ganado perspectiva.
Atravesamos unos campos y nos acercamos hacia una repoblación forestal de pinos en cuya orla hay unos prados salpicados de estepar. Sobre las matas, resalta la silueta de un ave común en la contornada en esta época del año: la tarabilla norteña.
Tarabilla norteña. Foto tomada de Jynx-t
Este pajarillo cría en los prados con setos de las campiñas atlánticas y centroeuropeas y marcha al final del verano hacia África atravesando la península Ibérica.
Llegamos a contar tres individuos diferentes sobre las estepas de un mismo prado. En los campos y lomas del entorno de esta montaña habrá cientos y cientos de ellos en estos días. La inestabilidad atmosférica de esta semana ha promovido su sedimentación, deteniendo su viaje migratorio por lo que aprovechan para reponer su depósito de grasa antes de cruzar el mar y abordar el terrible paso del Sahara.
Pero, ¿qué es lo que buscaban en los prados?
Observando un poco, en seguida lo supimos: saltamontes.
Un buen número de diversas especies de estos insectos se movían con dificultad entre las hierbas mojadas por la baja temperatura de la mañana.
Como no entendemos de saltamontes solo nos fijamos en el tamaño y color. Unos eran mayores y de colores verdosos …
otros eran marrones y con el dibujo ajedrezado …
y aún había otros más pequeños y completamente pardos …
Me doy cuenta que nuestra rudimentaria clasificación es la que harían los niños y la que en otros tiempos debieron hacer otras culturas.
Dejamos una vieja paridera a mano derecha y toda la planicie cerealista que se extiende hacia la paramera de Pozondón.
Continúan los prados hacia el pinar sobre el que comienza a asomar el monte de San Ginés desdibujado entre las nubes.
La pradera está agostada. Y más, tras este seco verano.
Sin embargo, aún podemos observar muestras frescas de Aster aragonensis, una de las especies características de estos matorrales y bosques aclarados que crecen sobre terrenos silíceos, como son las arenas que se acumulan en las laderas de las areniscas triásicas y las cuarcitas paleozoicas que forman estas montañas.
Esta delicada planta de floración tardía y que pertenece a la familia de las Asteráceas, fue descubierta por el ilustre botánico Asso quien la dedicó a su tierra concediéndole el nombre científico específico.
La vegetación potencial de estos montes se hace presente. En los sectores menos soleados y con suelo más profundo el rebollo sería la especie forestal más representativa. Restos de aquellos frondosos y extensos rebollares talados y roturados hace muchos siglos salpican el cultivo de pino rodeno y hoy serían masas densas en estos montes si no se hubieran descuajado sus cepas para implantar a esta conífera.
Este año es año de bellotas en estos montes.
Cuenta de ellas darán ratones, jabalíes, torcaces y ovejas a lo largo de los próximos meses.
La estrategia de las quercíneas en zonas de escasas precipitaciones es la de producir una ingente cantidad de frutos ciertos años saturando a toda la corte de frugívoros y asegurando que algunas bellotas quedan a salvo. Los otros años, no producen prácticamente frutos, concentrando sus excedentes de glúcidos en la fabricación de leño. Vamos, en crecer el tallo.
Nos internamos en el pinar cambiando el ambiente. Nos reciben el pájaro carpintero, el petirrojo y el carbonero garrapinos. No hay hongos todavía.
Pico picapinos. Foto: Rodrigo Pérez
Ascendemos hacia la ya próxima cima entre los claros del pinar y a través de un denso matorral de estepas y aliaga. En la parte alta afloran los bloques de cuarcitas y los prados son tapizados por la sabina rastrera, especie escasa en la comarca del Jiloca y que a estos montes accede desde la sierra de Albarracín donde sí que es abundante.
Pasamos junto a la preciosa ermita de San Ginés y descansamos en la cima, a los pies de la gigantesca antena de telecomunicaciones.
Chabi junto a las ruinas de la antigua ermita
La vista del valle es incompleta por la presencia de nubes. El monte de San Ginés, casi en el límite de la comarca del Jiloca y la de la Comunidad de Albarracín, es la cima indiscutible de las tierras del JIloca con sus 1.603 m. de altitud. El posible acceso por carretera y el artefacto metálico le restan un poco de magia a la montaña, aunque la vista es muy hermosa.
Es un mirador de obligada –y fácil- visita para conocer bien a esta comarca ya que la vista alcanza los llanos de Pozondón, el fondo del valle del Jiloca, el altiplano de Gallocanta y se enfrenta a su vecina Peña Palomera.
Descendemos por el cortafuegos que arranca desde la cima.
Al poco contemplamos el costurón abierto en el paisaje por la construcción de carretera que sube desde Peracense a San Ginés.
Junto a nosotros, las últimas crestas de cuarcita ofrecen grietas entre las que encontramos diversos helechos rupícolas y a otras plantas exigentes en ambientes frescos, umbríos y que requieren suelos ácidos, como los que se forman al meteorizarse estas rocas silíceas.
El cortafuegos es en realidad una inclinada pradera tapizada por pequeñas matas de cantueso, biércol y alguna alfombra de gayuba, por esta fecha en plena fructificación.
Hace no más de veinte años, aún se recogían en estos pueblos las matas de gayuba para su venta a empresas farmaceúticas, las que extraían principios activos eficaces en ciertas enfermedades renales.
Sobre una fina pajiza de una gramínea encontramos a una diminuta rana de San Antonio haciendo equilibrios para no caer.
Seguramente la elevada humedad ambiental y las recientes lluvias han activado a estos anfibios que viven en ambientes forestales, tras semanas de inactividad.
El cortafuegos termina y sale a un camino que, al poco, cruza con otro que une Peracense y Ródenas. Seguimos recto en dirección oeste por un pinar con prados y pasaremos junto a Peña Grande.
Esta mole de conglomerados formada por clastos silíceos muestra indicios de sedimentación cruzada, propia de aquellos ambientes fluviales de alta energía que debieron darse en aquellos momentos del Triásico.
A través de los primeros campos salimos a la carretera. A nuestra derecha otros bloques de conglomerados y areniscas del Buntsandstein, relieves también catalogados como Punto de Interés Geológico.
Corzo entre campos de mies de trigo. Foto tomada de Industriaóptica
A lo lejos, tranquilo, cruza un corzo entre los rastrojos que hace las delicias de una caravana de excursionistas que lo contemplan desde sus coches. Caminando, mientras recogemos alguna mora, podemos observar que los brotes de las zarzas están completamente mordisqueados. Un indicador de su abundancia local.
Este arbusto, alimento preferido del cérvido, está es cada vez más abundante en un medio rural con la ganadería extensiva en retroceso. Indirectamente es una causa de la expansión de este ungulado, presente en la comarca desde hace unos treinta años.
Ya en el pueblo, nos acercamos a la pequeña fábrica de quesos de oveja. Compramos un par de piezas y nos sorprendió el exquisito sabor del producido a partir de leche cruda. Exquisito.
4 comentarios:
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