Rebollo es el nombre que recibe el quejigo (Quercus faginea) en las sierras de Teruel. Los bosques de rebollo, son los rebollares.
Es un roble mediterráneo. De hecho, es endémico de la península Ibérica y del norte de África.
Se trata de un árbol de porte regular y esbelto, que puede alcanzar los 15 metros. Dispone de un sistema radicular muy potente, que le permite acceder a niveles profundos del suelo pero que, al tiempo, le posibilita desarrollar raíces superficiales productoras de estolones. La corteza es pardo oscura y agrietada. Y la copa, bastante laxa, a diferencia de la carrasca, que la tiene muy tupida.
Las hojas son pequeñas y tienen unos lóbulos agudos. El limbo es menos coriáceo y sus extremos tienen pinchos más finos y menos rígidos que los de la carrasca, aunque también tiene presenta vellosidad en el envés. Se renuevan cada año, aunque permanecen secas sobre las ramas durante el invierno. Es, pues, una especie marcescente. Entre la hoja caduca y la perenne.
Este carácter matiza muy bien la personalidad ecológica del rebollo. Más austero que el marojo, pues tiene hojas de menor superficie y más endurecidas, pero más exigente en humedad que la carrasca, ya que tiene que asumir el esfuerzo de renovar el follaje anualmente, cosa que no le ocurre a aquella. En lo tocante al terreno, aunque prefiere los sustratos básicos (calizas y margas), también puede crecer sobre suelos ácidos desarrollados sobre areniscas, cuarcitas o pizarras.
Es una árbol de transición, ni estrictamente mediterráneo pero tampoco atlántico. Refleja muy bien ese carácter fronterizo, también en lo ecológico, que tienen estas sierras, un corredor entre regiones naturales muy diferentes.
En esta parte de la cordillera Ibérica es una de los árboles más representativos. Escasea en las zonas más secas, en las exposiciones desfavorables (solanas) y en enclaves más venteados. Es la especie hegemónica en las rañas de buena parte de Sierra Menera y la cuenca de Gallocanta, en las zonas más frescas de la sierra de Cucalón o sobre las margas del valle del Pancrudo y de la Sierra de Lidón. Pero antaño, lo fue mucho más.
El rebollo rebrota con gran facilidad tras su tala produciendo abundantes chirpiales (rechitos). La mayor parte de los actuales rebollares son, en realidad, densos arbustedos de entre tres y seis metros de altura, Y esto es así por que los rebollares actuales se han salvado de la roturación por ser productores de leña, un bien tan valioso en nuestra tierra. Estas se realizaban mediante suertes, un sistema en el que se iban talando las parcelas del rebollar de cada pueblo de forma rotatoria para proveer de combustible a los hogares todos los años sin que llegara a faltar.
Crea un ambiente menos umbrío que la carrasca, tal vez por vivir en ambientes más frescos. Su abundante hojarasca retiene como una esponja buena parte del agua de lluvia al tiempo que se humifica favoreciendo el desarrollo de una tupida red de micelios de diversas especies de hongos.
En el rebollar, un descanso bajo el dosel de hojas te impregna del olor del humus, te lleva la vista hacia los pequeños invertebrados del bosque o hacia las delicadas plantas que florecen bajo la tenue, pero suficiente, sombra que les aporta. Construye por sí mismo todo un microclima.
Los resecos veranos de nuestras tierras son la estación crítica para este árbol exigente en humedad. En el rebollar se aprecian incluso los cambios sociales de las últimas décadas. El butano y la despoblación han reducido la presión humana. Los turnos de cortas, cada vez más largos han permitido que algunos rebollares “tomen aire” y vayan construyendo un verdadero ambiente forestal. Hacía muchos años que no veían así de prósperos.
Pero, al tiempo, las temperaturas crecientes pueden estar jugando en su contra, al hacerlo vulnerable ante un incremento en la transpiración. Es posible que, como siempre ha ocurrido, se esté dando una silenciosa y sorda guerra entre carrascas y rebollos, un caso más de competencia interespecífica. La ley de la vida.
En el rebollar, en los cada vez más esporádicos otoños húmedos, se ofrecen las doradas hojas adornando laderas o salpicando de amarillo los oscuros carrascales. Lejos del cromatismo de los bosques caducifolios eurosiberianos, en consonancia con la humildad de estos paisajes, el rebollo regala unas pinceladas de color que resaltan sobre los pardos y grises.
En el rebollar el silencio de los días grises inviernales tan solo es roto por lo bandos de mitos y la lejana algarabía de los perros cazadores que resacan los jabalíes o corzos, verdaderos dueños y señores de estos montes.
Pero, también, desde el pasado jueves, En el rebollar es también una nueva sección del programa Jiloca en la Onda emitido desde la cadena Onda Cero Calamocha, una nueva aventura que comparto con Eduardo Escudero y sus oyentes, para hablar de los espacios naturales de estas comarcas, de especies singulares o comunes que nos hacen vibrar con los pulsos de la vida, de los proyectos y estudios que se llevan a cabo para conocer mejor estos ecosistemas, pero también de problemas ambientales, de movimientos ciudadanos o de opciones y pequeñas decisiones personales que pueden mejorar nuestro medio ambiente.
Los jueves, a las 13.40, te esperamos En el rebollar.
Si se pincha en este enlace se puede reproducir este primer programa.
1 comentario:
qué bueno tener un programa así, lástima no poder escucharlo la diáspora...
Publicar un comentario