Atrás van quedando los días más fríos del invierno en varios años. La ola de frío siberiano se ha alargado durante casi 2 semanas. En unos días hablaremos en este blog de cómo se ha comportado respecto a la media tanto en temperaturas como en precipitaciones.
Nuestros páramos son frío y soledad en invierno. Más aun cuando este muestra su cara más agresiva y genuina, cuando se hace fuerte y las hordas de viento y nieve nos invaden apoderándose de cada rincón de estas tierras. Resuenan ratos de tertulia en el hogar, junto a la chimenea, recuerdos de otros inviernos, mientras afuera el viento se lleva las hojas azotando, silbando en las esquinas y apagando silencios. El hielo se apodera y en algunos pueblos me comentan que han estado sin agua durante varios días.
En el calor del hogar uno piensa a veces en todo ese mundo exterior. Ahí fuera la vida sigue: la vegetación duerme el invierno, el milano planea por encima de los tejados, el zorro acecha el corral y los pequeños cardelinos se arremolinan en bandos buscando calor y comida, a menudo mezclados con cogujadas, pinzones, parillos... Son días duros para todos ellos. Días de examen y superación, la más cruda selección natural.
A cuatro grados bajo cero y un viento que roza los ochenta kilómetros por hora la sensación térmica ronda los treinta grados bajo cero. No lo sabe, pero apura los últimos rayos de sol detrás de las rocas, al abrigo del cierzo seco y frío, como si fuese la última perdiz o ser vivo del mundo. A lo mejor recuerda entre los pedruscos los tiempos mejores, en pareja, días verdes de cogujadas, trigueros y alondras. O algunos peores, como el sonido de escopetas y perros, tan sólo hace unas semanas, las que hace que concluyó la temporada de caza menor.
Se mire como se mire es una superviviente. Ya no habrá disparos y pronto llega la noche. Y tan sólo el viento… frío y soledad.
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