Muchas veces pensamos que tenemos que hacer muchos kilómetros para poder acceder a la naturaleza “salvaje” y así poder descubrir especies vegetales o animales que consideramos muy interesantes. Sin embargo, también debemos aprender a apreciar lo que tenemos muy cerca de nuestra casa…
Estamos en primavera (aunque este año, por las temperaturas, cualquiera lo diría), y es el tiempo en que empiezan a florecer numerosas especies de orquídeas. La contemplación de las orquídeas me parece todo un espectáculo, no sólo por las complejas y variadas formas que adoptan estas plantas, sino también por las vivas y llamativas coloraciones que presentan, y por lo “fascinante” que me resulta encontrarlas en estado silvestre.
El término orquídea, “orchis” en griego, hace referencia a la palabra testículos y le fue dado por un alumno de Platón tras su observación; y es que las orquídeas presentan en su base, bajo la tierra, un par de tubérculos redondeados que al observador le recordaron… pues eso, a unos testículos. En todo caso, fue Linneo quien adoptó la denominación de Orchidaceae para una familia de plantas muy numerosa, comprendiendo unos 600 géneros y unas 30.000 especies distribuidas por todo el planeta. En España se han registrado unas 62 especies (número parecido al de las que tenemos en Aragón), y muchas son las comunidades autónomas, territorios o provincias que cuentan con estupendos catálogos de orquídeas.
En el Jiloca recuerdo aquel “tímido” proyecto del año 2008 lanzado por Tomás Sanz (a través de Natura Xilocae precisamente), en el que proponía realizar un catálogo de fotografías de orquídeas del Jiloca. Desconozco exactamente si esta iniciativa ha cuajado, se ha desarrollado (si quiera por parte del autor),… o cual es el estado actual de la propuesta. En todo caso, propongo retomar la idea de Tomás y que esta primavera tan inusualmente húmeda de la que gozamos, salgamos al campo con nuestra cámara “a la captura” de estas preciosas flores que, a buen seguro, a todos nos cautivarán.
Y es que ver de cerca orquídeas silvestres es como contemplar pequeñas obras de arte de la naturaleza. Sus flores son cigomorfas, es decir no simétricas, algunas de ellas tienen labios o labelos con una sorprendente forma de insecto (que sirven precisamente para atraer a los polinizadores), y unos espolones estilizados donde se acumula el rico néctar… No es raro que, con todos estos atractivos elementos en la flor, uno “se enganche” a fotografiarlas y contemplarlas con suma facilidad.
En un reciente paseo por los Ojos de Monreal del Campo, me sorprendió una pequeña pradera bajo una chopera de plantación con muchas y vistosas florecillas de color amarillento que enseguida me figuré que eran orquídeas. Lo cierto es que no estaban en todo su esplendor, pues aún no se habían abierto las flores completamente, pero ya destacaban entre el herbazal y llamaban la atención, sobre todo, por su gran altura.
Luego, revisando bibliografía, comprobé que se trataba de la especie Cephalanthera damasonium. (Mill.) Druce.
Se trata de una orquídea que vive en el interior de bosques o formaciones boscosas cerradas, preferentemente en robledales y pinares, pero vemos que también en bosques riparios, en general en zonas sombreadas y húmedas, con herbazales.
Puede alcanzar cerca de medio metro de altura, y tiene las hojas dispuestas helicoidalmente; morfológicamente se parece a Cephalantera rubra aunque se diferencian porque el tallo de C. damasonium es más erecto y glabro, y principalmente porque los tépalos de las flores de C. rubra son de color blanco marfil, cortos y nunca llegan a abrirse completamente. Tampoco hay que confundir C. damasonium con C. longifolia, que tiene flores más numerosas y de color blanco puro en su espiga floral.
Pilar Edo
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