Uno tiende a pensar que los paisajes de su entorno han sido siempre como uno los conoce. Los valles y montes que vemos tienen campos, pastizales y bosques, sistemas de aprovechamiento del suelo y el agua realizados por el ser humano desde hace siglos. Tres, diez, quince siglos, tal vez menos … solo se acercan a saberlo los historiadores.
Antes de que comenzara la acción transformadora humana debieron ser completamente diferentes. Resulta difícil imaginar cómo serían.
Frondosos carrascales y rebollares se extenderían por las llanadas y los montes de forma continua quedando sustituidos por matorrales en las crestas rocosas y por los bosques de ribera y los humedales en los fondos de valle, donde el freático próximo favorece a los árboles caducifolios frente a las quercíneas.
Rebollar de Bea (Alta Huerva)
Pero, donde el encharcamiento fuera prolongado el paisaje correspondería a herbazales con carrizo, cárices y megaforbias bien adaptadas a la inundación permanente. Estos ambientes, que aún se han conservado en puntos del valle del Jiloca, vuelven a prodigarse en el del Pancrudo al abandonarse una actividad agrícola que requiere mantener los sistemas de drenaje.
Vega del Jiloca en Gascones (Calamocha)
Conservar esos paisajes agrícolas para garantizar en el tiempo su producción ha debido exigir un esfuerzo e ingenio permanente de la mano del hombre, sobre todo en tiempos de limitados recursos tecnológicos.
Estos humedales de fondo de valle debieron ser muy extensos y presentar una continuidad mayor de lo que imaginamos.
Este mes de julio he recorrido junto con mi hijo Chabi el curso de La Riera, desde Olalla hasta su desembocadura en el Pancrudo, en El Regajo de Navarrete. Al llegar a Cutanda, al pie del núcleo urbano, nos sorprendió la existencia de varios campos completamente inundados, parecían pantanales. Era algo que no podíamos imaginar.
En algunos campos no se había podido labrar. En otros permanecía sin recoger una cebada crecida y granada, que había sido plantada hacía dos otoños.
Algunas plantas higrófilas (cárices) procedentes del próximo curso de agua han podido prosperar en este par de años comenzando a colonizar las zonas inundadas, a poblar las aguas abiertas, cada vez menos extensas. En este ambiente, cientos de pequeños sapos corredores recién eclosionados recorrían los suelos húmedos debiendo nosotros poner atención en nuestro paseo para no pisarlos por ser tan numerosos. Alguno de ellos ha tenido su propia aventura ….
¿De dónde surgen estos humedales?
Las rocas que afloran el valle de la Riera nos lo explican.
En su cabecera, en los montes de Olalla, predominan los materiales detríticos silíceos poco consolidados (arenas y gravas del Plioceno Inferior). El agua de las precipitaciones se infiltra en estos materiales permeables. Tras periodos húmedos prolongados, el freático aflora y alimenta manantiales y arroyos en cada barranco, como ocurrió a final del pasado invierno.
Al cesar las lluvias, el freático comienza a descender y estos arroyos a perder caudal …
llegando primero a formar pozas conectadas por el flujo subaéreo y después a secarse de forma completa….
… como ocurrió a primeros de julio.
Sin embargo, cuando La Riera entra en el término de Cutanda se encuentra con un sustrato muy diferente: limolitas rojas y margas yesíferas del Mioceno Inferior…..
… que fuerzan a emerger al flujo subálveo, como pudimos ver al cruzar el puente de la carretera en su salida hacia Olalla.
Los campos situados aguas abajo del puente se benefician de este fenómeno en los años secos. Sus cosechas son entonces seguras.
Ahora bien, en periodos prolongados de aguas altas cualquier acarreo de gravas en el cauce producido por alguna crecida favorece la inundación de esos campos.
¿Qué sería de estas tierras si cesara la mano del hombre? En pocos años se reconstituirían los humedales que se extendían hasta su desembocadura en el valle del Pancrudo.
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