La isla de Córcega es un alargado peñasco. Está recorrida por un conjunto de montañas que la surcan de norte a sur haciendo de divisoria para un conjunto de ríos que se encaminan hacia el mar Mediterráneo y sus variantes regionales, el mar de Liguria y del mar Tirreno.
Estas montañas han sido atravesadas históricamente por una serie de pasos o collados, en francés llamados cols y en corso boccas, muchos de los cuales no estaban franqueables durante largos por la acumulación de nieve en estas altas cotas. De hecho, cuando hace unos años el gobierno francés dotó de autonomía política a la isla y estableció una división territorial creando dos provincias, se basó en buena medida en esta divisoria de aguas que, en buena medida, es también una divisoria de las comunidades humanas.
La tortuosa orografía ha tenido profundas repercusiones en el carácter de los corsos. Cada valle ha permanecido durante siglos muy aislado de los valles contiguos, tanto por la dificultad en las comunicaciones como por la escasa tradición marinera. Gentes de montaña y de tierra adentro. Paradójicamente, tan cerca del mar. Como en el Pirineo de Aragón. De ahí la organización en pequeñas comunidades. En clanes. Incomunicados de los clanes vecinos de los que habitualmente desconfiaban y con los que pugnaban por antiguas rencillas.
Rasgo del carácter colectivo que ayuda a explicar la violencia social de las última décadas y que recogieron Uderzo y Goscinny en el magistral “Astérix en Córcega” en este enfrentamiento entre Figatélix y dos jefes corsos protagonistas de la aventura.
Una tarde de finales de agosto hicimos una excursión por un bosque del Col de Verghio (Bocca di Verghju), el puerto de montaña más alto de Córcega (1.467 m), que separa los valle del río Portu y del río Golo, que recorre casi todo el norte de la isla…
y que está flanqueado por el Tozzo (2.007 m) por el sur y Le Forcelle (2.061 m) por el norte …
Las enormes moles graníticas estaban pobladas por densos pinares que retrepaban por su laderas hasta los 1.700 m. Es el país del pino corso. En realidad es una variedad del pino negral o laricio del mediterráneo occidental (Pinus nigra sp. salzmanni variedad corsicana) que resulta propio de Córcega y de algunas zonas de Italia.
Subespecies y variedades de Pinus nigra. Fuente: Wikipedia
La mayor parte de los pinares que había cerca de la carretera eran muy jóvenes pero observando con atención se podía encontrar ejemplares más robustos, casi todos seniles o muertos, que descollaban sobre una masa uniforme y vigorosa.
Nos internamos un rato por un sendero que lleva hasta la Bergeries de Radule, conjunto de cabañas y parideras, junto al que se accede al mítico GR-20, la más difícil de las rutas senderistas corsas, a unas pequeñas cascadas y a una magnífica vista del valle del Niolo.
Densos enebrales tapizaban las laderas …
entre las que crecían bosquetes de abedules, que optaban por colonizar las zonas más inestables de las laderas, la afectadas por los desprendimientos y la reptación…
Las plantas nos resultaban familiares y extrañas a un tiempo. Eran plantas de géneros propios del ámbito mediterráneo pero pertenecientes a especies endémicas del archipiélago corso-sardo. Todas ellas silicícolas y adaptadas al clima de alta montaña.
Plantas como el heléboro, que estaba con sus últimas flores …
una ruda …
un erizón …
Y helechos, en el sotobosque del pinar y fondos de valle …
Entre los abedules comenzamos a encontrar pinos monumentales por su diámetro y altura …
Pinos que se sustentaban con un trabadísimo sistema de raíces que los nutrían y mantenían sobre unas laderas tan inestables …
Pinos de erectos troncos …
de notable grosor …
con la característica copa aparasolada en la que toda una maraña de ramas …
libera cada año cientos de piñas, miles de piñones …
Algunos habían caído, incapaces de soportar algún vendaval o de mantener su enorme copa …
quedando sobre el terreno para que los organismos culminen, tras varias décadas de trabajo, la descomposición de la madera devolviendo la fertilidad al suelo …
En realidad, estos pinares forman la parte alta del famoso bosque de Aitone.
Los robustos pinos corsos que pudimos ver se aprecian muy bien en la imagen de la foto de Google Maps como pequeños círculos verdes que contrastan con los peñascos deforestados …
y el abedular …
Estos pinos, en realidad, no son más los últimos ejemplares del famoso bosque de Aïtone.
En el pasado tuvo un gran valor estratégico. Veamos.
La República de Génova ocupó y dominó la isla durante cinco siglos convirtiéndola en su fortaleza, en su base logística para sus incursiones comerciales por el Mediterráneo oriental y, sobre todo, en el territorio que le aportara los recursos naturales y que carecía en el continente, constreñida entre los Apeninos Ligures, la República Pisana, su enconada rival hasta el siglo XIII, y por la potencia del Ducado de Milán …
Génova hizo y deshizo a su antojo y sin compasión en Córcega. Explotó a los nativos corsos, a quienes recluía en las tierras de interior, haciéndolos trabajar para producir los alimentos que precisaba la metrópoli y gravando con rigurosos impuestos. Pero también introdujo la lengua de la que deriva el actual corso, el cultivo del castaño y el olivo, convirtiéndola en el granero de la república, y la construcción de puentes y vías para extraer los recursos hacia los puertos. Además de erigir, las famosas torres genovesas para vigilar la llegada de los piratas berberiscos.
¿Cómo podía la República de Génova mantener un imperio comercial que se extendía hasta el mar Negro? Pues mediante la construcción y el mantenimiento de una potente marina.
¿De dónde podía conseguir la madera para construir tantos barcos? Venecia, su rival comercial, se los procuraba de los cercanos Alpes. De nuevo, Génova puso su mirada en los frondosos bosques de Córcega. Por ejemplo, el de Aïtone, que contaba con formidables pinos que llegaban a alcanzar los 60 m de altura. En el siglo XVII, en el declive de la república, los genoveses abrieron una ruta a través de unas agrestes y boscosas montañas para sacar los fustes de los pinos hacia el puerto de Sagone, desde donde se enviaban a los astilleros de Génova.
Estas reflexiones nos evocaba el paisaje forestal cuando íbamos terminando la excursión con la tarde ya vencida. El sol se ponía sobre un mar –cercano- que nos ocultaban unas montañas …
por las que ascendía el aire cálido y húmedo que, al enfriarse, condensaba formando unos jirones de nubes …
… que nos explican las abundantes precipitaciones, el caudal de los arroyos y la frondosidad de estos bosques.
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