El martes pasado nos acercamos a comer a la orilla del embalse de Lechago. Teníamos ganas de disfrutar de estos días soleados de inicio de primavera, de las aves que inician su cría o que recalan en su migración en este pequeño humedal y del despertar del reposo invernal de las plantas más precoces. No nos defraudó.
El nivel más alto nos recordaba la entrada de agua desde el Pancrudo y desde la rambla de Cuencabuena. La turbidez, del reciente aporte de sedimentos y del activo oleaje en ese venteado mediodía.
Gaviotas reidoras, azulones, cercetas comunes, chorlitejos chicos, cormoranes grandes, garcetas blancas, fochas comunes, somormujos lavancos, avefrías, zampullines chicos y un águila calzada nos acompañaron con sus idas y venidas, con sus afanes alimenticios o reproductores. Estos días hay mucho movimiento en el pantano.
Gaviota reidora. Foto: Rodrigo Pérez
En una antigua parcela de cultivo, hoy yerma por estar dentro del vaso, nos llamó la atención el crecimiento de los cardos.
Parecían del género Onopordum, pero no estoy seguro.
Numerosas plantas crecían, a veces muy juntas entre sí, formando alfombras de rosetas basales entre el verdín de las gramíneas …
Crecían con prisa.
Prisa por aprovechar el agua del suelo antes de que el resol de abril y la activa transpiración acaben agotándola antes de que la raíz haya alcanzado niveles más profundos.
Pero, sobre todo, prisa por extender las hojas de sus rosetas lo suficiente para solapar a las plantas vecinas y hacerse con un territorio lo suficientemente amplio que le garantice el crecimiento en primavera y verano.
Estos cardos formarán herbazales de casi dos metros de altura si el verano no viene muy seco o si el nivel del embalse no desciende mucho.
Para satisfacción de los bandos invernantes de cardelinas centroeuropeas …
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