Mañana de marzo. Excursión entre la Serranía y La Alcarria. Del valle del río Trabaque pasamos al del río Escabas por La Frontera. Uno y otro recogen aguas de la Serranía de Cuenca hacia el río Guadiela, que se represará en el enorme embalse de Buendía, inundando un extenso valle de la cordillera Ibérica para regar tierras murcianas a través del trasvase Tajo-Segura.
Es día laborable y la gente está en sus faenas. La primavera se asoma muy tímidamente a pesar de que estos días no hay heladas. Nos acercamos a Cañamares. Una vega abierta nos hace pensar en la importancia pasada del cultivo y de la industria de esta fibra textil. Bueno, los nietos de los nietos, muestran actualmente interés por otra variedad de cáñamo. Otros tiempos, otros objetivos, otros fines.
En las eras descansan unos ordenados apilamientos de fajos de largas varas de idéntica longitud. Verdes por la base, rojizas en su fino extremo. Son mimbres.
Tan bien atados, tan regulares. Dispuestos para tocar lo mínimo el suelo y para escurrir el agua de la posible lluvia. Es un material delicado en fresco.
Cerca estaban los mimbres desordenados. Eso sí todos de la misma longitud. Parejos. Preparados para formar nuevos fajos.
Un trabajador nos explicó muy amablemente cómo los clasificaban ...
por longitudes ...
Cámara en ristre, tanta pinta de turistas debíamos tener que, un tractor con remolque que venía deprisa por la inmediata carretera, al pasar junto a nosotros, paró en seco. De la cabina bajó un dinámico señor que y nos preguntó si teníamos interés en comprar algún cesto como recuerdo. Que nos los pondría bien de precio. Lo cierto es que no necesitábamos cesto alguno. Tenemos un par para coger setas, otro grande para subir la leña y, como caracolera, una especie de caja de las que antaño se empleaban para llevar la merienda.
Resultaba tan agradable D. José Bermejo, que así se llamaba el propietario, y nos pareció tan interesante el tema, que nos dejamos seducir por su propuesta. Nos llevó al almacén donde guardaba y clasificaba el mimbre, y donde tenía los productos elaborados para su venta.
Allí había mimbres de varios colores y longitudes. Unos eran claros. Es el mimbre blanco. Es el que, tras su corta a principio de otoño, se mantiene sumergido en agua durante varios meses y en primavera se le retira la corteza dejándolo secar al sol.
El mimbre cocido era de un color marrón rojizo. Nos contó D. José que se introducen en agua hirviendo para facilitar la retirada de la corteza, dejándolo a secar al sol durante varios días.
Comentan que, justo al inicio de la temporada de recolección y ya ha caído la hoja, este valle tiene un paisaje verdaderamente único, por el color rojizo que muestran los extremos de las mimbreras. Un paisaje, entre agrícola y forestal, comparable en su belleza al de los cerezos del Jerte o al de los melocotoneros de Murcia.
Actualmente la recolección se realiza de forma mecanizada. Se cortan anualmente todos los mimbres de cada mata prácticamente a la misma altura y se recogen al mismo tiempo.
Cada mata es un tallar. Lo que los británicos llaman coppicing. El sistema de gestión forestal consistente en cortar a ras de suelo todos los rebrotes de un árbol o arbusto planifolio para obtener sus ramas y emmplearlas, generalmente, como combustible (leña o carbón vegetal, tras su transformación mediante carboneo). Aunque, como vemos, también otros productos.
Seguimos ruta con la alegría de saber que estos aprovechamientos tradicionales aún encuentran su hueco en el mercado y se adaptan a los tiempos, conservando culturas y paisajes muy singulares.
Cerca estaban los mimbres desordenados. Eso sí todos de la misma longitud. Parejos. Preparados para formar nuevos fajos.
Nos acercamos a ver una planta en la que los estaban preparando.
Un trabajador nos explicó muy amablemente cómo los clasificaban ...
por longitudes ...
Muy cerca, docenas de fajos permanecían sumergidos en el agua de una pequeña balsa.
Cámara en ristre, tanta pinta de turistas debíamos tener que, un tractor con remolque que venía deprisa por la inmediata carretera, al pasar junto a nosotros, paró en seco. De la cabina bajó un dinámico señor que y nos preguntó si teníamos interés en comprar algún cesto como recuerdo. Que nos los pondría bien de precio. Lo cierto es que no necesitábamos cesto alguno. Tenemos un par para coger setas, otro grande para subir la leña y, como caracolera, una especie de caja de las que antaño se empleaban para llevar la merienda.
Resultaba tan agradable D. José Bermejo, que así se llamaba el propietario, y nos pareció tan interesante el tema, que nos dejamos seducir por su propuesta. Nos llevó al almacén donde guardaba y clasificaba el mimbre, y donde tenía los productos elaborados para su venta.
Allí había mimbres de varios colores y longitudes. Unos eran claros. Es el mimbre blanco. Es el que, tras su corta a principio de otoño, se mantiene sumergido en agua durante varios meses y en primavera se le retira la corteza dejándolo secar al sol.
El mimbre cocido era de un color marrón rojizo. Nos contó D. José que se introducen en agua hirviendo para facilitar la retirada de la corteza, dejándolo a secar al sol durante varios días.
El mimbre ha sido empleado tradicionalmente en la confección de productos de cestería. Sin embargo, la expansión de las viviendas unifamiliares con jardín y el deseo de cercar estos espacios ha ofrecido una segunda oportunidad a los cultivadores de estos sauces. A los asiáticos y también a los castellanos.
Algunas varas gruesas y cortas son dirigidas a la industria de los lapiceros para transformarlos en caboncillo. En la mina de los lápices.
Y el resto del material se emplea en la confección de recipientes y de muebles. La emigración rural ha causado estragos en estas tierras castellanas. En estas comarcas conquenses es la artesanía del mimbre tiene poco peso, habiéndose reservado la función de producción de la materia prima. De gran calidad, eso sí. Los mimbres preparados se envían en camiones a Los Villares (Jaén) y a Villoruela (Salamanca) donde todavía se mantienen importantes comunidades de artesanos. Compiten con dificultad con los productores chinos, con precios imbatibles pero muy inferior calidad.
El propietario vende mimbre y compra productos manufacturados. Como buen vendedor, nos ofreció -a muy buen precio- toda una gama de sillones, silletas, arcas, cestas, cesticos, caracoleras, capazos que tenía amontonados en un cuarto.
Nos llevamos dos cestas de igual forma y diferente tamaño. Algún centro de flor seca se puede preparar para decorar la casa. Nos hizo un barato y nos llevamos una tercera de la serie algo más pequeña. Y aún nos regaló un cestico para huevera. ¡Qué bien sabía vender!
Nos fuimos metiendo los cestos en el coche y con el recuerdo de una grata experiencia personal. Da alegría comprobar cómo se resisten a desaparecer los productores y los artesanos, cómo se adaptan a los nuevos tiempos, cómo se mantiene una agradable relación comercial con el cliente ...
Pasamos por Cañamares dirección hacia la Sierra. En la vega del Escabas se extendían hectáreas y hectáreas de plantaciones de mimbre. Muchas aún por recoger ... ¡y ya iba bueno marzo!
Actualmente la recolección se realiza de forma mecanizada. Se cortan anualmente todos los mimbres de cada mata prácticamente a la misma altura y se recogen al mismo tiempo.
Cada mata es un tallar. Lo que los británicos llaman coppicing. El sistema de gestión forestal consistente en cortar a ras de suelo todos los rebrotes de un árbol o arbusto planifolio para obtener sus ramas y emmplearlas, generalmente, como combustible (leña o carbón vegetal, tras su transformación mediante carboneo). Aunque, como vemos, también otros productos.
Seguimos ruta con la alegría de saber que estos aprovechamientos tradicionales aún encuentran su hueco en el mercado y se adaptan a los tiempos, conservando culturas y paisajes muy singulares.
Toda esta historia está detrás de un sencillo cesto.
2 comentarios:
Por dios que alegría, volver a recordar los mimbres de principio a fin...
Recuerdos
Las mimbreras de la Alcarria son un ejemplo de cómo la agricultura, la cultura y el medio ambiente pueden coexistir de manera sostenible. A través del cultivo de mimbre, los agricultores no solo contribuyen a la economía local, sino que también preservan una parte importante del patrimonio cultural de la región. La combinación de prácticas agrícolas sostenibles y la tradición artesanal convierte a las mimbreras en un elemento valioso tanto para el presente como para el futuro de la Alcarria.
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