En una ocasión, caminando sin prisa y sin rumbo fijo por los carrascales de la sierra de Herrera, observé como dos grandes aves me sobrevolaban a baja altitud.
Eran dos grullas, las cuales hacían raros giros en el aire con fuertes cambios de rumbo.
Aquello me extrañó. Generalmente a las grullas, en sus desplazamientos migratorios, se les ve volando en altitud en grupos más numerosos, y sus vuelos son más previsibles y ordenados, bien siguiendo la línea de su viaje, bien realizando grandes círculos cuando pretenden replegarse diseminadas por el cielo. Por tanto, deduje, algo les estaba ocurriendo a esas dos grullas, por lo que me mantuve observador.
De repente, otra ave, en este caso una gran águila real, a gran velocidad, cortó el cielo en caída dirigiéndose contra las grullas.
Águila real. Foto: Antonio Sabater
En un instante la rapaz colisionó con una de las grullas y la arrastró en su caída hacía el suelo. Grulla y rapaz desaparecieron al otro lado de la montaña, mientras que la segunda grulla, tras un último vuelo circular, se alejó rumbo al horizonte.
Acababa de asistir al final de una cacería bastante poco común: un águila real cazando a otra gran ave en vuelo.
Raúl Pérez
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