Un bancal es una construcción humana para conseguir la puesta en cultivo de una porción de terreno con notable pendiente. El objetivo es transformar una banda de una ladera inclinada en una terraza horizontal con el propósito de reducir la escorrentía superficial, de incrementar la infiltración y, por consiguiente, también la producción agrícola.
Un bancal con cultivo de algarrobo en los montes de Castellón
Para ello, hay que retirar tierra de la parte elevada del terreno y llevarla a la parte opuesta, la baja. Para estabilizar estos taludes tan verticalizados, se construyen muros de piedra, generalmente seca, aunque en ocasiones con argamasa de tierra. La construcción de estos muros de mampostería es todo un arte, sobre todo cuando las piezas son poco angulosas. Las piedras más gruesas se disponen en la parte baja. Sobre ellas se colocan otras menores. En ocasiones, cerca de la base y entre el muro de piedra y la propia tierra de cultivo se introducen pequeñas piezas a modo de zahorra.
El abancalamiento ha permitido la puesta en cultivo de grandes superficies de terreno en regiones montañosas. Normalmente, su construcción ha coincidido con periodos de crecimiento demográfico en los que coincide la escasez de superficie cultivable con la abundancia de mano de obra para su obtención. En algunos territorios son un elemento clave en el paisaje. Son famosas las terrazas del Bajo Duero dedicadas al cultivo del viñedo (Oporto), las dedicadas al olivo o al almendro (Marinas Alta y Baja, en la Comunidad Valenciana) y las del Maestrazgo (aragonés o valenciano), con cultivos herbáceos de cereal o leguminosas.
Estrechas terrazas con cultivo de olivar
Los terrenos abancalados reducen notoriamente la erosión. Es un sistema muy eficaz aunque requiere de un continuo y paciente trabajo de mantenimiento ya que las piedras de las partes altas de cada muro se pueden desprender. El sistema funciona pero requiere de un aporte continuo de energía. Cuando este cesa, se inicia la erosión en cada terraza.
Esto es lo que está ocurriendo desde hace varias décadas. El abandono de las tierras menos rentables, de más difícil mecanización y el éxodo rural han dejado a su suerte miles de hectáreas abancaladas en la cordillera Ibérica.
Cuando se inicia el desmoronamiento de un muro en su parte superior, todo el proceso se invierte. La erosión se acelera. Unos inestables taludes casi verticales se desmoronan rápidamente. La tierra de labor, el capital, es arrastrado por las aguas salvajes, rápidas e imparables en unas inclinadas vertientes.
Esta es la realidad de miles y miles de hectáreas de la cordillera Ibérica y de muchos cientos de las comarcas del Jiloca y Campo de Daroca. Especialmente, en las cuencas del Aguas Vivas, Pancrudo y Jiloca.
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