Recorría el arroyo del Val hace unas semanas en busca de álamos trasmochos. Me llevó José Antonio hasta su cabecera, al pie del Cabezo Manzano (1.182 m.), en la divisoria entre las cuencas del Aguas Vivas y del Huerva, a la que pertenece el arroyo que quería conocer.
La noche había sido fría. Los charcos formados estaban helados. La pista atravesaba unos montes de suave relieve por tener como sustrato unas pizarras muy alteradas. Estaban completamente plantados de pinos, mayormente laricios de Austria. Sin rastro de chopos cabeceros. Todos los pequeños barrancos llevaban su pequeño caudal. Todos.
El suelo forestal, empapado tras este húmedo invierno, liberaba lentamente su cosecha de agua. Al agruparse los pequeños regatos el arroyo de la Val iba cogiendo. Se acaudala. Tras unas recurvas y, muy poco antes de pasar bajo el puente de la carretera Badules-Herrera de los Navarros (Z-151), el arroyo de El Val recibe primero por su derecha un riachuelo de viene del Cabezo de Murrea y, al poco por su izquierda, el que drena el barranco de La Dehesa.
En la desembocadura de este último observé esto.
Un depósito que se produce en la zona en la que se mezclan las aguas de los dos sistemas fluviales.
Y que se extiende por la margen izquierda tiñendo también las rocas de tonos blanquecinos y marrones.
Visto de cerca y después de tocarla, compruebo que se trata de una finísima capa de depositada sobre las partículas de limo que parecen impregnados de algún compuesto orgánico. Incluso empiezo a pensar que pudiera ser alguna especie de bacteria como las que prosperan en las balsas mineras.
Sigo el curso descendente del arroyo de la Val por el margen y, en ocasiones, incluso por el propio cauce.
Aguas abajo observo algo de espuma blanquecina que sobrenada el agua, ya completamente cristalina, y que se acumula en las orillas.
Desconozco su origen. No hay vertido urbano ni ganadero en esta parte de la cuenca. Es algo extraño.
Las aguas atraviesan montañas en las que afloran pizarras bituminosas, cuarcitas y areniscas ferruginosas, además de algunos filones de andesitas grisáceas.
Algo más allá de cuatro kilómetros aguas abajo del puente, desemboca por la derecha el barranco de los Tiemblos (nombre vernáculo del álamo cano) y poco después, ahora por la izquierda, el arroyo del Barranco de la Peña del Tormo, que drena todo el entorno de Fombuena.
En la confluencia de los dos arroyos observo esta imagen.
¿Qué fenómeno extraño era este? Me venían a la mente las imágenes de un documental sobre los ríos de la cuenca amazónica en donde que se mostraban diferentes tonos en las aguas de algunos ríos y su dificultad para mezclarse tras su desembocadura. Pero creo que no tenía relación.
Aguas abajo, incluso percibo una cierta turbidez en las aguas, sobre todo cuando se acumulan en las pozas, que toman un color azul blanquinoso.
Mientras seguía mi ruta recordé la presencia de yacimientos de baritina y de otros minerales en la cuenca. Y el color lechoso de un medicamento que se expendía bastante para pruebas radiológicas. También me vino a la memoria algo que aprendí en las clases de Química Inorgánica con el profesor Moratall. Cuando dos disoluciones no saturadas de ciertas sales de escasa solubilidad se ponen en contacto, en ocasiones se produce la precipitación de los productos obtenidos por un intercambio iónico. Tal vez pudiera explicar estos depósitos que se observan en la confluencia entre los dos arroyos.
Llego a casa y consulto el CD “Lugares de Interés Geológico de Aragón”. Ahí estaba el Sistema Geoquímico del Arroyo del Val, en la Rama Aragonesa de la Cordillera Ibérica.
Según la interpretación que hacen los geólogos, la explicación se encuentra en la composición litológica de la cuenca. Las aguas lavan los regolitos de la meteorización de pizarras, areniscas y cuarcitas, adquiriendo un carácter ácido y transportando en disolución diversos iones metálicos. Al mezclarse las aguas de los diferentes arroyos, se forman unas partículas blancas en suspensión que forman unos flóculos blanquecinos que terminan depositando en el lecho.
El profesor Juan Llorens (Universitat Politècnica de Valencia) me comenta que una diferencia de acidez entre las aguas que provienen de los arroyos confluentes puede ser la causa de la precipitación. Los cationes metálicos son más solubles en medio ácido que en medio básico o neutro; a veces basta un ligero aumento del pH para que un metal precipite como hidróxido, y este precipitado suele ser coloidal, ya que se produce en condiciones tales que se forman muchos núcleos de precipitación simultáneamente, dando lugar a un tamaño de partícula muy pequeño (microcristales) produciendo un sistema coloidal. Este fenómeno se puede observar con una disolución de Fe(III) en medio ácido (completamente transparente) que se va enturbiando a medida que se neutraliza, produciendo flóculos de Fe(OH)3 en medio básico.
Otro aspecto a también a considerar son los afloramientos de pizarras bituminosas que podrían liberar pequeñas cantidades de sustancias hidrofóbicas susceptibles de emulsionar en el agua; sobre todo si ésta se encuentra en contacto con residuos vegetales que, a su vez, pudieran proporcionar pequeñas cantidades de sustancias tensoactivas. La presencia de sustancias procedentes de las pizarras bituminosas podría comprobarse extrayendo con hexano un volumen importante de agua que contenga dichos depósitos, para después analizar el contenido del extracto.
La presencia de diversos riachuelos subsidiarios del arroyo de la Val crea un característico sistema hidrogeoquímico que se repite en los 10 kilómetros de su recorrido.
Merece la pena recorrer estos montes y conocer este singular Punto de Interés Geológico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario