Concluíamos nuestra breve escapada por la sierra de Gúdar. Era nuestra última mañana. Habíamos leído que en Linares de Mora sobrevivía una población de chopo cabecero cerca del pueblo, en el río Paulejas, y nos acercamos a conocerlos.
Allí estaban …
entre el puente romano …
y la ermita de Loreto …
Muchos crecían en la orilla del “tique”, pequeña balsa encementada realizada en el propio cauce para su uso como piscina durante el verano. En realidad, se beneficiaban del agua del río y de la acequia contigua que discurría en paralelo. Varios estaban escamondados, caudillados como allí dicen, para así reducir el sombreado a los bañistas, que ya de por sí bastante ateridos se quedan tras meterse en tan frías aguas.
Había casi una treintena de viejos álamos trasmochos. Su presencia por esta parte de la sierra de Gúdar fue todo una sorpresa para nosotros pues se trata de un territorio muy boscoso en el que la obtención de fustes para la construcción era fácil a partir de los abundantes pinos negrales o albares y, por tanto, no era necesario hacerlo escamondando chopos.
Un anciano nos comentó que estos árboles antaño fueron mucho más comunes, tanto en el río Paulejas, como en su afluente, el río Valdelinares que tenía allí su desembocadura. De hecho, pudimos comprobar la abundancia de tocones. Y, así mismo, nos indicó que los que estábamos viendo eran los supervivientes de un intento de eliminación por anillado que sufrieron hace unos años a manos del Ayuntamiento.
Efectivamente, casi todos ellos mostraban la línea de corte de la motosierra en la corteza de su tronco. Había varios árboles muertos en pie, aunque la mayoría habían sobrellevado esa agresión. Y es que el chopo negro es una especie muy resistente.
Intentamos encontrar más ejemplares remontando el río Paulejas. Era un paisaje agrícola, con parcelas aún cultivadas y otras abandonadas siendo hoy prados frescos. Era un ambiente apropiado, sin embargo, los chopos presentes en el río eran relativamente jóvenes y no estaban podados. Progresivamente, los pinos negrales y royos, procedentes de los montes próximos, fueron haciéndose cada más abundantes. El soto era el de un río de montaña en un entorno forestal.
Un ambiente en el que comenzaban a florecer las herbáceas propias del sotobosque, como las violetas …
el heléboro …
y las hepáticas …
El río Paulejas mostraba un modesto caudal como consecuencia de un invierno escaso en nevadas en la sierra de Gúdar. Su pendiente era notable, con abundancia de rabiones y pequeños saltos. Los bloques y cantos eran comunes en el fondo del cauce. Las aguas también parecían limpias.
Era el hábitat del mirlo acuático, esquivo pájaro que se nos estaba quedando por ver en esta excursión. No nos podíamos marchar así.
Mirlo acuático. Foto: Fernando Herrero
Nos sentamos ocultos tras unos pinos y armados de paciencia. Entre los escaramujos, guillomeras y espinos albares veníamos viendo mirlos comunes. Y, tras unos minutos…. zass…. Pasó sobre el agua un bólido alado de aspecto compacto y color marrón. ¡Ahí estaba nuestro amigo!
Seguimos remontando el arroyo. Los próximos montes iban estrechando el valle. Grandes bloques se habían abierto paso en su caída entre los pinos. Los canchales casi llegaban al río.
En adelante, el sendero se perdía y había que avanzar siguiendo el recorrido de una antigua acequia. Hasta que fue imposible avanzar por cerrarse el paso por la maraña de espinos.
El Paulejas alcanzaba una mayor grado de naturalidad. Lamentando el no poder avanzar más por el cauce y mientras comprobaba las magníficas condiciones del cauce para los efémeras y tricópteros volvió a pasar el mirlo acuático, sorteando ramas de pino, espinos y bloques rocosos. Ese era su territorio.
Retorné por la acequia, con los márgenes tapizados por los musgos ...
Para salir a un camino …
que, entre el pinar y los campos, me devolvió al punto de inicio.
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