Nos lo habían contado y no llegaba la ocasión. Hablamos del recorrido comprendido entre Puertomingalvo y el río Linares. Era el mes de abril y teníamos unos días de vacaciones. Y allí que nos fuimos. Queríamos conocer la cascada del Arquero y un paisaje espectacular, al tiempo que observar aves e incrementar nuestra lista para El Gran Año.
El río Linares, a la altura del Molino Viejo, ofrece unos paisajes completamente diferentes a los que predominan en el término de Puertomingalvo. Comparte, sin embargo, rasgos con los abruptos cañones de Els Ports de Morella, así como el beneficio del aire templado y húmedo, que remonta por los valles desde el mar Mediterráneo.
La propuesta recomendable es seguir el PR-TE 25 que recogió Rodrigo Pérez en el capítulo 134 del libro “150 paseos en familia” (Ed. Prames) y que sigue el recorrido que realizaban los vecinos de El Puerto para llevar sus cargas de grano al Molino Viejo, el más importante del término. Esta ruta resuelve los más de quinientos metros de desnivel atravesando docenas y docenas de bancales construidos sobre la abrupta ladera del Tormorroyo, y acercando a las mases de La Carrera, La Penilla, La Solana y el de Gil, antes de alcanzar el cauce del río. Nosotros decidimos hacer un tramo del recorrido en coche y el resto caminando por el sendero.
Salimos del pueblo por el Portal Alto dejando a un lado un peirón a pie de carretera.
Al llegar a la ermita de Santa Bárbara y el cementerio tomamos una pista asfaltada que asoma al valle del Linares pero sin dejar ver el fondo. Al poco dejamos el PR que baja y pasa junto a una granja. Nosotros seguimos por la pista.
Alegra comprobar que aún se cultivan algunos bancales, los más amplios y de mejor acceso. Sobre uno de de los sembrados comían unas cabras. La mayor parte se han abandonado y sobre ellos se despliega la sucesión ecológica. Herbáceas anuales, herbáceas vivaces (lastón), tomillos, aliagas y, salpicados, algunos enebros y pinos negrales.
La pendiente es acusada y las altas paredes de los bancales han comenzado a desmoronarse en puntos de debilidad bajo el peso del suelo retenido, sobre todo, tras episodios de recarga hídrica tras las nevadas que favorecen la creación de superficies de despegue y la aparición de deslizamientos a escala métrica.
Las sabinas negrales prosperan en los peñascos tras la desaparición de los rebaños de ovejas y cabras.
Son días apropiados para la observación de aves. Bandos de abejarucos y de golondrinas remontan hacia el norte en paralelo con la cresta que separa la sierra de Gúdar y Els Ports.
Entre las ramas de un arbusto se deja ver y oír una curruca zarcera.
Curruca zarcera. Foto: Rodrigo Pérez
Pequeños grupos de pajareles recorren los pastizales secos. En el extremo de una sabina negral reclama el colorido macho de un roquero rojo, suponemos que recién llegado a su territorio de cría.
Roquero rojo. Foto: Rodrigo Pérez
Desde la distancia llega la potente voz del cuco. Tal vez desde alguno de los densos matorrales que crecen junto a los pequeños arroyos que descienden hacia el río. Junto a los peñascos que asoman bajo el Alto del Pellejero sobrevuela un cuervo solitario.
Buscamos sin éxito a la collalba negra y al roquero solitario. En su lugar, son comunes los escribanos montesinos y las totovías.
Escribano montesino, Foto: Rodrigo Pérez
La vegetación potencial de buena parte de esta montaña corresponde a la carrasca (en solanas y zonas de suelo menos profundo) y al rebollo (en umbrías y vaguadas). Aún se encuentran ejemplares añosos en los ribazos de algún bancal o entre los pastizales.
Sin embargo, también son comunes los pinos, en general, jóvenes. Tanto el pino royo (o albar) …
como el negral (o laricio), este último bastante afectado por la procesionaria en este invierno escaso en hielos.
Sobre los pinos y los arbustos merodeaban buscando insectos algunos inquietos carboneros garrapinos.
Carbonero garrapinos. Foto: Rodrigo Pérez
Y, no lejos, en un afloramiento de areniscas blancas, crecían también algunos pinos rodenos.
Los cercados con pastor eléctrico y, más tarde, las esquilas nos advierten de la presencia de vacas. El abandono de la agricultura y los incentivos de la PAC han favorecido la ganadería de vacuno de carne también en estas sierras. Unas vacas de capa roya y de testuz cornijunta nos observaban tranquilas nuestro paso.
Al atravesar los bosquetes de carrascas vemos algún arrendajo y oímos al petirrojo.
Petirrojo. Foto: Rodrigo Pérez
Pasamos junto a la Masía de Chaparro. Desde allí se contemplan cercanos cantiles …
Y la Masías de las Juncosas (de Abajo y de Arriba). Se confirmo el modelo de aprovechamiento disperso del territorio de los mases: tierras de labor, pastos y bosques en una misma propiedad.
Y se reconocen algunas fallas de cizalladura, testimonio de la gran actividad tectónica que se produce en estas sierras.
Tras dejar varios bosquetes de carrasca y de pino negral, prados con vacas blancas y muchos bancales con aliagas, la pista nos acerca a la Masía de la Solana, en obras de acondicionamiento que parece de segunda residencia. Algo cambia. Balsas de goma, tubos, vallas metálicas y truferas. Inversiones posiblemente al rebufo económico de los pueblos cercanos a la Plana de Castelló.
Ahí dejamos el coche y retomamos el sendero que cruza la pista. Se nota la menor altitud en la vegetación. Coscoja, pino carrasco y romero nos advierten que estamos entrando en el piso mesomeditarráneo. En los peñascos de la margen derecha del río afloraban unos estratos de areniscas rojas que parecían del Trías, algo que se antoja imposible en un territorio en el que todas las rocas son del Cretácico. Entre las peñas y el bosque pastaba un rebaño de cabras monteses. Una hembra recorría estas crestas con una soltura pasmosa obligándole a su pequeña cría a seguirle y a adquirir destreza en este territorio vertical. Sobrevolándoles los aviones roqueros bien querenciosos en su territorio.
A través de la calzada vamos descendiendo con rapidez. Los bancales están cubiertos por romero y las abejas zumban tranquilas visitando las primeras flores. La mariposa podalirio también es común en este matorral heliófilo.
Podalirio. Foto: Rodrigo Pérez
Dejamos a un lado el Mas de Gil y, tras atravesar una ladera formada por arcillas violáceas algo acarcavadas, llegamos al Molino Viejo.
Algo nos parece extraño. El edificio carece de tejado, sin embargo se observan detalles de haber recibido cuidados recientes. Incluso hay enseres de cocina y juguetes modernos. Es como si se hubiera abandonado súbitamente. Por la noche, en el pueblo, nos dieron más información. Al parecer el Molino Viejo de Puertomingalvo tuvo bastante resonancia entre los jóvenes inconformistas del los años ’70. Entre los hippies, vamos. Era un punto caliente en el mundillo alternativo al que acudían gentes de todo origen a hacer cursos o para pasar temporadas. Evidentemente, esto era la dijenda en el pueblo. Según nos contaron, los más se fueron y algunos se integraron quedándose en El Puerto.
Cruzamos el río por una palanca en dirección de la cascada.
El río Linares, con un modesto caudal y aguas cristalinas, disponía de un dosel arbolado formado por sargas y arces. Nos sentamos un rato por si pasaba el mirlo acuático. Sin éxito.
Los troncos de la palanca tenían unos firmes anclajes, evidencia de la violencia que pueden tener las avenidas en ciertos momentos en estos ríos de montaña con fuerte desnivel en su curso.
Un viejo chopo crecía junto a un bloque de caliza pugnando en el desarrollo de la base por cubrir este pétreo obstáculo.
A través de un bosquete de arces (Acer opalus) y de frutales abandonados llegamos a la Cascada del Arquero. Mitos, chochines y currucas capirotadas se movían entre las ramas de los aligustres, majuelos y cornejos.
Macho de curruca capirotada. Foto: Rodrigo Pérez
La ausencia de coscoja y romero en el fondo del valle nos hizo pensar que no deben ser raros los procesos de inversión térmica y la formación de nieblas que mantienen temperaturas inferiores a las que se dan a media ladera.
Un edificio de tobas calcáreas es colonizado por musgos, helechos y otras plantas higrófilas que se organizan en el espacio según su tolerancia al impacto, a la saturación del sustrato y al empuje del agua durante los episodios de lluvias abundantes.
El agua tiene tu caída por una zona muy localizada pero en otro momento debió tener más caudal o estar más repartido a juzgar por la extensión del edificio tobáceo. Las raíces de las vecinas carrascas y la erosión que ha socavado la base del edificio han provocado desprendimientos.
Volvemos remontando el sendero. Esto nos permite observar mejor algunos detalles geológicos de estos cantiles, como el sinclinal asociado a una falla normal.
Unas parejas de chovas piquirrojas revoloteaban el peñasco multicolor.
Alcanzamos el coche y remontamos la ladera. Cuando ya casi salíamos a la carretera a Villahermosa, vimos de cerca una pareja de águilas calzadas en sus vuelos nupciales.
Águila calzada en fase clara. Foto: Rodrigo Pérez
Y en el páramo, en muros de piedra seca y los pastos secos con erizón, vimos la primera collalba gris de la temporada. Y poco, después, aprovechando las horas centrales del día, el blanco plumaje de una culebrera europea …
… nos dejó la última vivencia ornitológica de una jornada en la que pasamos del territorio del pino carrasco, al del rodeno y negral, para terminar en el del pino royo. Una síntesis biogeográfica de estas sierras.
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