Paseo matinal de mayo, disfrutando de la primavera. En la vega del Jiloca ya hay vida humana tras el largo paréntesis invernal. Los primeros calores aprietan y los huertos son un hervidero de actividad. Los primeros planteros. Tomateras, acelgas, lechugas, cebollas... Aquí y allá, tirando de azada y abriendo surco.
Algunos son auténtica ingeniería rural: un bonito y práctico sombreado para las tomateras. Se comenta que el año pasado el fuerte sol arruinó la cosecha de tomates. A mí también me pasó en Zaragoza, ¿pero en pleno Jiloca? Pues si, demasiada radiación para la solanacea parece ser...
En mi paseo me topo con el río de las Monjas, algo más arriba de la Cangrejera, junto al Gazapón, el primer puente. Veo cómo bajan flotando restos de algas y vegetación acuática. El río baja turbio, de aspecto gris limoso con restos de plantas flotando. Esto me recuerda a las antiguas limpiezas del río -mientras pienso en otros tiempos, hace años, paseando con la bici por el mismo camino, o con la caña de pescar camino de El Trascón-
En efecto. Unos metros más arriba dos personas dentro del río con las dallas, repasando márgenes y fondo. Movimientos lentos, como de astronauta paseando por la Luna, pero aun así parece que les cunde, la acequia es ancha pero poco profunda…
Manteniendo las acequias de riego. Sin herbicidas, sin secar el río, un trabajo manual, duro pero respetuoso con el medio. A base de jornales de trabajo manual, como se ha hecho toda la vida…
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