Natura xilocae

Journal of observation, study and conservation of Nature Lands Jiloca Gallocanta (Aragon) / Journal de l'observation, l'étude et la conservation de la nature et des Terres de Jiloca Gallocanta (Aragon) / Journal der Beobachtung, Erforschung und Erhaltung der Natur und der Lands Jiloca Gallocanta (Aragon) / Gazzetta di osservazione, lo studio e la conservazione della natura e Terre Jiloca Gallocanta (Aragona) / Jornal de observação, estudo e conservação da Natureza e Jiloca Terras Gallocanta (Aragão)

lunes, 2 de diciembre de 2013

LA (ÚLTIMA) SABINA DE LECHAGO

Los montes de Lechago tienen tres tipos de rocas.

Las pizarras de origen paleozoico, que se extienden hacia Luco, son la más antiguas.

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Las rocas más abundantes en el entorno del pueblo, pero también hacia Calamocha, Navarrete y Cuencabuena, son las arcillas rojas y los conglomerados silíceos que se depositaron al Mioceno (Terciario).

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Sobre estos materiales y de forma concordante, se depositaron unas calizas en ambientes lacustres que aprecian muy bien al recorrer la rambla de Cuencabuena por la A-23.

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Estos tres tipos de rocas se corresponderían con tres ambientes forestales primigenios, antes de que la acción perturbadora de la mano humana transformara los ecosistemas y construyera los paisajes que hoy podemos contemplar.

Los montes de pizarra serían densos carrascales. Estas rocas impermeables tienen una limitada capacidad para la retención hídrica, tan solo la carrasca, con su hoja esclerófila y perenne, es capaz de sobrellevar las limitaciones del medio. Eso sí, formando unos carrascales tan densos en los que no penetraría la luz hasta el suelo. Tras siglos de aprovechamiento de sus leñas, esos montes son hoy tallares con matas de aspecto semiesférico y con espacio entre ellas.

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Las arcillas rojas y los conglomerados silíceos son materiales poco permeables. Sin embargo, las profundas raíces de los árboles abren vías de penetración que, junto con los niveles de arenas, facilitan la infiltración del agua tras periodos de precipitaciones abundantes. Entonces, estas rocas se embeben y mantienen una humedad edáfica que puede prolongarse durante los meses del estío. Es el territorio del rebollar. El rebollo debe fabricar cada año cada hoja y debe disponer de agua en el subsuelo para realizar la fotosíntesis el verano, pues dispone de muy pocos meses de actividad para su nutrición. Sería un rebollar mixto. Esto es, con carrascas. Estas se irían enseñoreando conforme el rebollar original se fue clareando por la acción humana. Hace unos cincuenta años, varios cientos de hectáreas de estos montes arcillosos que eran empleados como pastizales, fueron plantados con pinos rodenos y laricios de Austria. Entre los pinos, el rebollar vuelve a recuperar sus dominios.

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Por último estaría el mundo calcáreo. Las duras calizas que cumbrean las muelas y las margas que las acompañan en los montes que se extienden hacia Cuencabuena y Valverde. Zonas altas con intenso y secante viento, calizas fracturadas en cuyo interior se infiltran las aguas, pendientes abruptas con mínima infiltración y con unas solanas sobresoleadas.

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Este era el país del sabinar. La sabina albar, a diferencia de la sabina negral también presente en la crestas de esta zona, formaría unos bosques abiertos, en los que los árboles no formarían un dosel cerrado, para evitar la competencia por el agua. Las desarrolladas raíces de las sabinas entrarían en contacto mucho antes que sus copas. Esta estructura sabanoide es otra adaptación, a las que se añaden la escasísima superficie foliar y su carácter pernnifolio, a la sequedad del medio.

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Estos sabinares se extenderían por los montes calizos de Navarrete y conectarían con los de El Villarejo, donde puede encontrarse un pequeño bosque de entidad y desarrollo. En su entorno, tanto hacia Bañón, hacia Barrachina y hacia Navarrete, estos pastizales comienzan a repoblarse de jóvenes sabinas procedentes de la diseminación por los zorzales y los mamíferos carnívoros (zorro y garduña), una vez que ha cesado el sobrepastoreo y el fuego ganadero.

¿Dónde están hoy en Lechago aquellos sabinares? Siglos de talas, sobrepastoreo y roturaciones han barrido casi todo vestigio. En su lugar puede encontrarse un matorral abierto rico en aliagas, lastón y labiadas aromáticas (tomillo, espliego y salvia), salpicado por algún enebro y matas de efedra.

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Recorriendo este otoño el barranco de Valondo, al pie de Muela Alta, nos llamó la atención un árbol solitario. Estaba situado en el ribazo de un campo de cultivo, en el límite del pastizal con las tierras de labor. Era una sabina. Una vieja sabina albar. Una de las últimas supervivientes de aquel bosque original.

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Se trata de un árbol desmochado. Ha perdido la rama principal y aquellas orientadas al mediodía que permanecen al pie del tronco sin descomponer. Desconocemos la causa de la desarboladura. Las ramas supervivientes crecen hacia los lados confiriendo al árbol un aspecto desfigurado. Maltrecho.

¿Cómo ha llegado este náufrago hasta nuestros días? No lo sabemos. En algunos casos por esperarse de ellos protección frente a las inclemencias atmosféricas. Ofrecían la única sombra a los labradores a la hora de descansar en el almuerzo al tiempo que hacían de pararrayos vivos ante el riesgo de descargas eléctricas, peligro real en las tierras altas de Teruel.

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Es también el único árbol viejo en aquel monte. Lo sabe muy bien jabalí que utiliza su tronco como rascadero ….

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La Sabina de Lechago es uno de los muchos árboles singulares que pueblan la cordillera Ibérica y que no aparecen en ningún catálogo oficial ni en ningún libro bellamente ilustrado. Es uno de los muchos árboles repartidos aquí y allá, tal vez no muy estéticos, o carentes de una tradición que los hiciese populares. A veces desconocidos por sus vecinos, salvo los dueños de los campos próximos o por los cazadores. Sin embargo ahí están. Resistiendo en un medio adverso desde hace décadas, posiblemente siglos.

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Hace unos años, los pioneros del movimiento conservacionista aragonés quisieron hacer un emblema de la Sabina de Villamayor, uno de los últimos ejemplares de los antaño extensos sabinares monegrinos. Este árbol monumental era un símbolo, incluso político pues formó parte del cartel electoral de una candidatura en la que participaba un conocido naturalista zaragozano, José Manuel Falcón.

Por entonces, lejos de la ciudad, las gentes de OTUS tuvimos noticias de la magnífica Sabina de Blancas, tan robusta, tan solitaria, y también quisimos hacer de ella un emblema para la comarca del Jiloca llevándola a la portada del número 2 de Xiloca.

Muchos de nuestros pueblos tienen viejos árboles. Sabinas, carrascas, rebollos, pinos, chopos, azarollos, enebros, sauqueras u olmos.

Árboles que tienen detrás una larga historia, una trayectoria vital de siglos de adaptación a un difícil medio, de infortunios, de hechos azarosos de los que han conseguido sobrevivir, tras siglos de extrema presión humana sobre el medio. Son árboles que deben formar parte del reconocimiento popular, de llevarse a las revistas locales o a los programas de fiestas, como el peirón, como la ermita. Son árboles que, aunque entrados en su senescencia, tienen por delante muchos decenios en los que pueden continuar realizando funciones en los ecosistemas en los que habitan.

Son árboles a los que hay que permitir envejecer a su ritmo.

Entre los amantes de los árboles y de los paisajes rurales británicos es muy famosa esta cita de Anon:

An oak tree grows for 300 years, rests for 300 years,

and spends the next 300 years gracefully declining.

Ese elegante declive al que se refiere este autor es el que deben seguir ofreciendo estos viejos árboles que sobreviven solitarios en los solitarios montes y en los valles de la cordillera Ibérica.

Tan solo requieren respeto. Ellos ponen el resto.

2 comentarios:

Diego dijo...

Que bonito articulo Chabier, efectivamente algunos somos de muy cerca y no conocemos esa sabina pero por lo menos yo, iré a verla en cuanto pueda

Sigfrido dijo...

Muy interesante artículo y más para quienes hemos nacido en esas tierras. He leído con interés sumo el artículo que nos ilustra sobre el paisaje de nuestra niñez/juventud y que ahora adivinamos por la autovía. En el yermo de la antigua viña familiar en Navarrete crece una sabina que es para mí un emotivo referente cuando paso por la autovía. Gracias por todo, Chabier.