No sabíamos casi nada de Córcega. Bueno, algo sí. Nos habíamos leído “Astérix en Córcega”, que nos enseñó mucho y nos puso en ganas de conocer la isla.
A finales de agosto no hemos escapado una semana y nos ha sorprendido muy gratamente. Uno piensa. Europa, Francia, Costa Azul, verano, turismo masificado, territorio antropizado desde siglos. Vamos, paisajes degradados. En general, no ha sido así.
Córcega tiene una extensión equivalente a dos tercios de la de la provincia de Teruel. Tiene forma alargada. Su longitud y anchura máximas son de 180 y 80 km, respectivamente. Hay muchos lugares interesantes y parecían distancias fácilmente asumibles para recorrerlas durante esos días. Error.
Pronto comprendimos que es muy montañosa. Realmente es una gran montaña que se levanta sobre el Mediterráneo. El monte Cinto alcanza una altitud de 2.706 m y se encuentra a 28 km de la costa. Las distancias se miden en horas, no en kilómetros pues hay muy pocas carreteras en los que puedas llevar una media de 60 km. La mayoría son muy estrechas y tienen trazados tremendamente sinuosos, además de asomarse a desfiladeros que cortan la respiración.
Así pues, decidimos alojarnos en Cargèse (Carghjese, en lengua corsa) y centrarnos en conocer solo una zona: el noroeste. La costa más abrupta y las montañas más altas.
Y comenzamos con una excursión al Capu Rossu. El Cabo Rojo. Uno de los más occidentales de la isla.
Es muy conocido por presentar una torre de vigilancia costera erigida por los genoveses y por los impresionantes acantilados que se abren a sus pies sobre la cima de una montaña.
Como casi toda la zona central y occidental de la isla, el sustrato geológico corresponde a rocas magmáticas plutónicas de carácter ácido. Rocas que liberan, tras su meteorización, arenas y cantos silíceos. Rocas, sobre las que se forman suelos ácidos, pobres en nutrientes minerales. Una constante en todas las excursiones.
El clima de la zona es netamente mediterráneo. De inviernos poco fríos y con abundantes precipitaciones. Y de veranos calurosos y secos, como así fueron nuestros días. Pero la influencia de la altitud es determinante.
El paisaje vegetal, de nuevo, es el propiamente mediterráneo bien adaptado a la acusada sequedad estival, la intensa insolación y a la recurrencia del fuego. En el litoral, está matizado por el efecto desecante del viento, especialmente en este saliente rocoso, y por la influencia de los aerosoles de agua marina que seleccionará cerca de la costa a las plantas tolerantes a la salinidad.
Capu Rossu, además de la vigilancia costera de la torre, tuvo un poblamiento humano en el pasado con aprovechamiento agrícola y ganadero de los montes. Su abandono, sin embargo, ha permitido una recuperación de la cubierta vegetal que, por las limitaciones del medio físico, se encuentra como un matorral arbustivo y cerrado, de menos de tres metros de altura y formado por especies esclerófilas de hoja perenne. De macchia, como allí la llaman. La maquia.
El camino se interna en la península que forma el enorme peñasco de Capu Rossu manteniendo altura por la parte alta de la solana. Las sombras son escasas, tan solo en algunos puntos la de la maquia crecida o la de las oliveras abandonadas ofrece algo de protección frente al insolación.
Dentro de los pisos de vegetación de la región Mediterránea nos encontrábamos en el dominio del piso termomediterráneo, como muy bien marcaban especies como la estepa negra de hoja estrecha y glandulosa (Cistus monspeliensis) cuyos aceites esenciales conferían un aroma intenso al aire conforme avanzaba la mañana …
el igualmente aromático mirto (Myrtus communis) que ya se encontraba en plena fructificación …
la zarzaparrilla (Smilax aspera), una liana que trababa los arbustos altos y las oliveras …
o el lentisco (Pistacia lentiscus) con sus racimos de frutillos en plena maduración que serán el alimento de las poblaciones de pájaros norteños que llegarán en las próximas semanas para invernar en estas benignas tierras …
También encontramos otras especies que también acceden al piso mesomediteráneo, como el romero (Rosmarinus officinalis) …
que mostraba rasgos diferentes a los que muestra en la península Ibérica como unas hojas más estrechas y pequeñas, además de unas ramas algo péndulas y rastreras en su parte baja.
El brezo blanco (Erica arborea) era de las plantas que más biomasa aportaba al matorral …
y, de forma más esporádica, el chinebro o enebro de la miera (Juniperus oxycedrus) en forma de arbolillos de tronco inusualmente gruesos …
e incluso la alborcera o madroño (Arbutus unedo) …
que, junto al lentisco, le aportaba un verde brillante al matorral que contrastaba vivamente con los tonos verdes rojizos del estepar o al verde oscuro del brezal.
Algunas plantas eran nuevas para nosotros, como esta especie de aliaga de gran talla (más de 3 m) con frutos en legumbre de sección triangular …
El sendero se encaminaba hacia el extremo del cabo. Otros senderistas nos acompañaban en el recorrido. Grupos de amigos, parejas y, sobre todo, familias con niños. Turismo familiar francés y alemán.
El Golfo de Topiti, hacia el sur, nos ofrecía retazos de una costa agreste y hermosa, en la que el monte descendía suavemente hasta sumergirse en un agua azul intenso formando pequeños cantiles y, algún pináculo sobre materiales magmáticos ricos en cuarzo que parecían ser pórfidos graníticos.
Los indicios de la actividad humana eran cada vez más evidentes.
A veces los muros de alguno de la docena larga de pajares ("pagliaghju”) donde los pastores guardaban la paja del trigo y otros donde se refugiaban ellos y los ganados (“casette”, casetos diríamos nosotros) del rigor de la temperie, ya hundidos e invadidos por el matorral …
los muros de los bancales …
o la antigua era donde antaño se trillaba y aventaba, ahora ya poblada de cardos …
Camuflados entre la vegetación se encontraba la muestra viva más antigua de la antigua presencia humana: el olivo.
Aprovechando los escasos terrenos llanos o donde se acumulaba más suelo unas pequeñas oliveras, abandonadas a su suerte, se esforzaban en producir su menguada cosecha anual que ya nadie aprovechará. Unas pocas y pequeñas olivas medraban sobre las ramillas …
La ausencia del ganado era evidente. Las ovejas y cabras, antes abundantes, hace décadas que no entran en la zona. Estos herbívoros aprovechaban la maquia para producir una aromática leche que servía para producir un exquisito queso: el brocciu. mantenían a raya el matorral, a veces dejándolo esclarecido en beneficio de la estepa. Y limpiaban las matas que crecían bajo las oliveras.
Estos árboles son los más abundantes en Capu Rossu. Las currucas, petirrojos y zorzales que acuden a invernar a estos matorrales descansan sobre sus ramas después de comer los frutillos del lentisco o el mirto y depositan después sus deyecciones que caen bajo su copa. Densas matas, especialmente de lentisco, crecían junto a las viejas oliveras compitiendo con ellas por el agua y los nutrientes minerales.
Animales vimos pocos. La mañana, ya entrada, mostraba un sol inclemente en la solana. En la maquia se oía algunas currucas cabecinegras y rabilargas (o tal vez, sardas), así como algunos petirrojos. La voz áspera del arrendajo sonaba entre las matas altas.
Egagrópilas de mochuelo con abundantes restos de insectos …
Y lagartijas. Unas lagartijas de larga cola y de variados colores desde al marrón al verde, con diseño linear o salpicado con manchas que pensamos que se trata de la lagartija tirrena (Podarcis tiliguerta), endemismo sardo-corso …
El paseo entre el matorral terminó llevándonos al pie de la mole rocosa, ya cerca del mar. Las últimas oliveras, así como los arbustos de la maquia, ya mostraban el crecimiento asimétrico prosperando tan solo las ramillas que crecen alejándose de los efectos dañinos del salitre…
Y comenzamos el ascenso del peñasco. Desde muy pronto encontramos el límite entre dos litologías. Hacia el sur predominaban unos materiales magmáticos (granitos y pórfidos graníticos) ricos en cuarzo y en plagioclasas que le daban a las rocas un tono gris oscuro. Hacia el norte, y extendiéndose por la costa hacia las costas de Portu, predominaba una roca de intenso tono rosa, un granito rosa de grano medio con elevada proporción de feldespatos y escasa de cuarzo. En mi opinión era más próxima a la sienita que al granito rosa que indican las fuentes bibliográficas. Era la roca que le daba el color al cabo: Capo Rossu.
Ascendíamos por la vertiente sur. La solana. La intensa insolación calentaba las paredes rocosas, algunas casi verticales. Diversas especies de líquenes crustáceos tapizaban la superficie de la roca …
Granito o sienita son rocas magmáticas plutónicas. Es decir, rocas que proceden del enfriamiento de magmas en zonas profundas de la corteza terrestre, generalmente en procesos lentos lo que permite la formación de cristales de un tamaño que resulte visible al ojo humano. Estas rocas pueden quedar a la intemperie tras el desmantelamiento por erosión de los materiales que lo recubrían al cabo de millones de años. Estas rocas, estables en condiciones de alta presión, al quedar descubiertas sufren procesos de descompresión que favorece la formación de grietas (diaclasas) incluso en ambientes de escasa oscilación térmica como el que nos encontramos. El agua permanece más tiempo en estas grietas como marca muy bien la ocupación desigual de los líquenes rupícolas, como se muestra en la parte izquierda esta imagen.
La roca, tan compacta y coherente en conjunto, ofrecía unas sorprendentes cavidades de diferente tamaño: los taffonis.
Este término, cuya etimología parece ser de origen siciliano o corso (taffoni significa ventana), se emplea en geomorfología para definir las oquedades o cavidades redondeadas formadas en rocas cristalinas o en areniscas en climas secos y en algunas costas. No tienen un único origen, pudiendo deberse a la erosión eólica, la acción de las sales o a la desigual cohesión interna de los materiales. Las conocíamos en el Rodeno de Albarracín, pero muy diferentes a las que encontramos en la costa corsa.
Entre estas reflexiones minerales fuimos alcanzando el cambio de vertiente …
… y la perspectiva del inmenso azul del mar Mediterráneo, incluso en bajo el efecto de la calima …
Estábamos en el corazón de Pelagos, un santuario creado por Francia, Mónaco e Italia para proteger a los mamíferos marino en el Mediterráneo occidental de las actividades humanas perjudiciales. Es un territorio de alta concentración de rorcuales, cachalotes y cuatro especies de delfines, así como de grandes peces pelágicos.
Dicen que los grandes delfines son fáciles de observar en las costas. Nosotros no lo conseguimos, aunque tampoco empleamos mucho tiempo en su búsqueda. Capu Rossu y los acantilados del Golfo de Portu son el hábitat de tres parejas de águila pescadora. También la buscamos pero tampoco las vimos. Tal vez estuvieran en dispersión postnupcial. En su lugar, nos rodaron cerca una pareja de hermosos cuervos.
Con la que sí dimos fue con la Torre del Turghiu.
La isla de Córcega fue un territorio vinculado a Génova desde finales del siglo XIII, tras su pérdida por la Corona de Aragón, hasta los del siglo XVIII. Este república, una auténtica potencia económica en el Mediterráneo, siempre mantuvo un gran interés por el control de esta isla por su valor estratégico, tanto para la estabilidad de su red comercial como para la producción de alimentos, ya que la extensión territorial de Génova en el continente era muy inferior a la de la propia isla.
En el siglo XVI, tras la derrota de los turcos en batalla de Lepanto, los territorios berberiscos del norte de África perdieron la prosperidad económica que mantenían bajo el manto protector del Imperio Otomano. A ello, se sumó un flujo de moriscos de la península Ibérica hacia el norte de África tras su expulsión por Felipe II de Castilla (Felipe I de Aragón). Durante veinte años las naves berberiscas asolaron las costas de Córcega. La República Genovesa decidió levantar una red de torres de vigilancia constituida por 85 fortalezas (“torras”) repartidas por todo el litoral corso y situadas en el mismo campo de visión. En una hora un mensaje recorría todo el perímetro de la isla.
La circular torre nos atraía la mirada como un imán. E invitaba a su ascenso. Antes de alcanzar la terraza, a través de la ventana del primer piso, ya se adivina la fantástica panorámica de la costa hacia Piana y de la próxima cima de Paglia Orba (2.525 m) a tan solo 17 km del mar.
Desde lo alto de la torre se disfruta de la grandiosidad del paisaje. A los pies, con un acantilado de más de trescientos metros de caída quedaba la ensenada de San Pellegrinu, inaccesible salvo en barco, y la vertiente en solana por donde transcurre el sendero que lleva a la torre.
Hacia el sur se atisbaban las torres de las puntas de Orchino y de Omigna …
Torre de Omigna, desde la playa de Pero (Carghjese)
… que junto con la de Carghjese denominan a este parte de la costa corsa como la “Tierra de las Cuatro Torres”.
Hacia el este, en dirección Piana y Portu, se extendían los acantilados de la Punta de la Guardiola y de Los Calanques.
Y, hacia el norte, se apreciaba en primer término el Golfo de Portu, cerrado por el Capo Senino y, más allá se intuía el pequeño golfo de Girolata cerrado por la Punta Rossa, en la Reserva Natural de Scandola …
Sobrecogidos con estas panorámicas comenzamos la vuelta. Junto a la torre, en la cima del peñasco, encontramos una planta que nos sorprendió. Parecía tratarse de un erizón similar al que encontramos en los altos páramos de la Cordillera Ibérica. Clima muy distinto pero bajo un denominador común: un intensísimo viento desecante.
Junto antes de retornar al punto de inicio, tuvimos la oportunidad de asomarnos de nuevo a la umbría de esta montaña. Al Golfo de Porto. Tras horas de movernos por la solana, se notaba el frescor en el ambiente. Y también lo notaban los insectos y las aves insectívoras que abundaban notablemente en el pequeño terreno que observamos. Papamoscas cerrojillo, petirrojo y currucas cabecinegra y sarda se movían inquietas entre los lentiscos y los brezos. Ese era el sitio para ese momento.
Papamoscas gris. Fuente: SIOC
Abandonamos la perspectiva del Golfo de Porto y recuperamos la del Golfo de Topiti, con una azul metálico rodeado por el verde oscuro de la maquia …
La serena belleza del mar, las impresionantes montañas que emergían, los densos bosques que llevábamos viendo, el matorral descendiendo hasta el mar, el aroma de las plantas de la maquia y la cegadora luz mediterránea nos recordaron una pasaje del cómic de Astérix en Córcega.
Cuando, volviendo en el barco de los piratas de su exilio en la Galia, Ocatarinetabelachitchix es capaz de captar el aroma del tomillo, el almendro, la higuera y el castaño sobre el olor intenso de un queso corso se entiende el amor a la tierra que tiene este pueblo.
Nosotros lo entendimos esa mañana.
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