Nos gusta el esquí de fondo. Solo para pasear por el bosque nevado, sin hacer alardes de esfuerzo ni medir tiempos. Es una forma amable de disfrutar las montañas en el invierno. Un paseo por la montaña mediterránea.
Así, cada invierno, si el tiempo acompaña y deja alguna nevada consistente en los Montes Universales, nos acercamos a la Muela de San Juan. Está cerca de casa. Es un tranquilo paraje. Y sueles encontrarte con amigos, con muchos amigos.
Una mañana de sábado de mediados de febrero nos acercamos a Griegos. Era un día frío y de cielo gris. Un par de semanas antes había caído una serie de nevadas. Y la pista estaba prácticamente cubierta, sin claros …
Y nos dejamos llevar …
Pese al deshielo y el viento aún se conservaba algo de nieve sobre las ramas de los pinos royos.
En algunos árboles las ramillas de diferentes ramas llegan a entrecruzarse y forman trampas para las pequeños palos que caen desde la copa. Se forman así unas plataformas sobre las que quedan retenidas numerosas acículas formando así una especie de nidos. Son capaces de atrapar nieve y esto crea tensión en las ramas. Por ello las ramas de muchos viejos pinos royos acaban dirigiéndose hacia el suelo.
La nieve acumulada sobre las copas puede comenzar a fundirse en las horas centrales del día. A veces el goteo se concentra en ciertas ramas y se forman chupones, cortos y finos, pues no es mucha la nieve almacenada. Estos chupones, pueden perder la verticalidad si el viento es prolongado, intenso y de dirección constante, como en la cima de la Muela de San Juan.
Son unas singulares estalactitas. Algo efímeras.
El muérdago (Viscum album), almuérdago como llaman en la sierra, mostraba sus frutos en plena madurez en lo más crudo del invierno…
siendo el alimento de los zorzales durante estas fechas a juzgar por la abundancia de excrementos caídos sobre la nieve…
Mala suerte para esas semillas al no caer sobre otra rama en la que insertarse..
En la cresta de la muela, donde el viento es más intenso, las acículas de pino retienen los cristales de nieve creando unas heladas fundas blancas a lo largo de cada hoja.
En las ramillas de la arlera (Berberis hispanica) llegaban a formarse pequeñas láminas, también a sotavento …
a partir del viento que asciende desde el valle hacia la Muela.
Abajo, el pequeño pueblo con su caserío recogido, lucía –aún en un día de apagada luz- sus rojos tejados sobre el blanco de los prados nevados y el oscuro del pinar.
Seguimos el itinerario. Esta vez el largo, de unos diez kilómetros. Un silencio solo roto por las risas y bromas de Chabi y una animada –e inesperada- tertulia en pleno bosque. Un silencio que alimenta.
¡Cuántos rincones preciosos encierran estas solitarias sierras!
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