En Calamocha, se conoce por Las Lomas a una partida de secano que está situada entre la rambla de la Cepa y la Cañada Honda. Se encuentra junto a la vega del Jiloca, al otro lado de la vía Caminreal-Calatayud, hoy perdida. De hecho, está muy cerca de la estación Calamocha Vega.
Un pequeño arroyo, sin nombre, recogía el agua de la Fuente del Moral, hoy también perdida hasta una pequeña presa.
Mas que un arroyo es una junquera que lleva agua tras los temporales y tormentas.
Son tierras de labor, antiguas viñas, hoy dedicadas a mayormente a cereal, aunque se ha puesto algún almendro y hay años que se rota con forrajeras (alfaz o pipirigallo) y girasol.
En Las Lomas mi familia tiene unos campos y una paridera con pajar. Recuerdo que cuando se cosechaba el ceral nos protegíamos a la sombra de tres viejos chopos cabeceros que crecían junto a la reguera. En muchas ocasiones levantábamos al mochuelo que allí se refugiaba. Esos árboles perdieron el turno de poda, se volvieron puntisecos y, al cabo, se murieron y cayeron. Hoy solo quedan los restos de unos troncos en descomposición sobre la junquera.
Al fondo de la imagen puede verse al último superviviente.
Hace un año me propuse devolverle el arbolado a ese arroyo. La idea era plantar una línea de chopos y, con el tiempo, hacerlos cabeceros. Bueno no es una idea nueva, es un segundo intento, pues hace unos veinticinco año ya lo intenté aunque sin éxito, al parecer, por no haberlos puesto en el mismo cauce, asegurando así la proximidad del freático. Y ello, a pesar de que los regué, y bien, durante los veranos.
En aquella ocasión compré planta en un vivero. Eran, con seguridad, chopos híbridos euroamericanos. Canadienses, vamos.
Ahora quiero tener garantía de que el material genético es de la zona. Así pues, una tarde de marzo, antes de que brotaran, nos acercamos Carmen y yo a la ribera del Pancrudo y estuvimos cortando algunas de las numerosas ramillas nacidas de unos chopos recién escamondados.
Unos en el Regajo de Navarrete.
Otros en la desembocadura del río Cosa, en Barrachina.
En ambos parajes los recogimos de varios árboles con el objetivo de conseguir la mayor variabilidad genética.Tras prepararlas salieron casi un ciento de esquejes.
Y, tras mantenerlos en remojo durante varias semanas, pusimos en marcha el vivero.
¿Dónde? Pues en el huerto. Para ello reservé cuatro hileras. En marzo le di una primera cavada. Lo femé en abril y volví a darle otra cavada con la motoazada. Mientras tanto los mantuve bajo el agua en una pequeña charca del jardín. Para el día 23 de abril ya estaban plantados los 84 esquejes….
queriendo ya brotar alguno …
No sabía cuál iba a ser el resultado de esos brotes. En muchos casos, la savia elaborada retenida en el tallo se traduce en hojas pero no llegan a producirse raíces y no se consigue árbol.
Había que regar mucho. Inundar los dos campales para recrear el ambiente de las llanuras de inundación tras las crecidas de deshielo primaveral. El chopo tiene gran capacidad para arraigar pero requiere mucha humedad. Así pues, manguera en mano, fui regando para mantener la tierra empapada. No era suficiente con la camisa exudante que empleo habitualmente en el huerto.
Y empezaron a brotar. Al mes ya lo habían casi todos (79). Y a crecer.
Algunos de los que brotaron llegaron a secarse. Pero la mayor parte comenzaron a producir varios ramillos, cada cual con varias hojas. Llegó el momento de la esporga. Respeté el brote de mayor desarrollo, el más largo y, generalmente, el que tenía más hojas. Hacía duelo quitar el resto.
Y volví a regar, a regar a balsa, como al chopo le gusta. Y ellos, dirigiendo toda su savia bruta hacia el único brote y agradecidos por tener las raicillas empapadas, siguieron produciendo nuevas y lustrosas hojas …
Esas hojas verdes que fabricarán cada uno de los arbolillos de este vivero artesano.
Algunas varas ya superan el metro de altura. ¡Y aún les queda agosto y septiembre para seguir creciendo!
5 comentarios:
Caramba, por una parte es la historia más bonita jamas contada en la bitácora, y la espera del desenlace, se antoja larga, los días, meses y años, hasta que los chopos se poden. Por otra parte lleva camino de convertirse en una de las mayores gestas llevadas por un calamochino, que el solo, sin reblar en su empeño llevo a cabo una obra visible desde cualquier satélite.
Recuerdos.
PD Más modestamente tengo en la terraza una encina, de aquellas de la España profunda, que tan solo levanta un geme de la tierra, a la espera de que el resto se animen a salir y ver la luz. Por cierto, tienen amo, y no son mías, si logramos que prosperen, el amigo Miguel se las llevara de vuelta a Calamocha y les dara un hogar.
Plas, plas, plas ¡bravo!. Yo llevo ya un par de años con una idea similar pero por h o por b, no hay manera. A ver si a la que viene, aunque sea por envidia... ;) ¡saludos de un vecino costero!
Una iniciativa muy buena. Una iniciativa que, con varias especies, cuidado y unos conocimientos básicos, ojalá podamos convertir en una moda ecológica: planta tus montes con especies autóctonas (e intenta que no desaparezcan las más escasas.
Una línea de actuación que fomentaría el compromiso con el medio ambiente de la gente al cultivar sus propios árboles, cuidarlos y ayudarlos a prosperar.
El que siembra siega.(dicho popular)
A raíz profunda la cosa está mucho más asegurada. Faltan sombras y arbolado en nuestros secanos y los márgenes de las ramblas son zonas perfectas. ¡Suerte a esos arbolicos!
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