Domingo, 22 de enero. Es mediodía. El Sol está en su cenit pero no calienta. A la sombra de las cunetas todavía resisten los restos de la exigua nevada del viernes. Sin embargo, el mejor testimonio de la pasada ola de frío lo encontramos en la orilla de la laguna de Guialguerrero. El gélido viento no agita su superficie. Las olas se han detenido. La laguna se ha helado.
Nos acercamos a su borde y paseamos sobre él. El hielo es sólido. Los carrizos más expuestos a la dirección del viento están petrificados con un vestido blanco. En el extremo opuesto de la laguna el espectáculo es similar: Un espejo invernal.
El aire arrastra copos que quedan suspendidos sobre el hielo. No nos detenemos. No queremos terminar como la laguna. Los animales que pueblan la paramera tampoco. Un grupo de grullas alzan el vuelo desde un campo de cereal cercano. No llegan a veinte ejemplares pero la perfecta formación en “V” de la pequeña bandada recortada sobre el tejado de la ermita dejan en mi retina una bella imagen. El invierno aprieta pero la vida sigue.
No queremos congelarnos. Es hora de partir.
Ramiro Adiego
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