En Camarillas (Comunidad de Teruel) le llaman agüerro, curiosa denominación que en aragonés significa otoño. Desconozco el nombre popular en nuestra comarca o en otras zonas de Teruel. Pero debe tenerlos, y no pocos, pues se trata de una planta muy conocida, inconfundible.
El eléboro fétido o hierba de los ballesteros, como es conocida en los tratados de botánica, es una planta que se reconoce durante todo el año por presentar una roseta de hojas palmeadas compuestas por numerosos foliolos de forma lanceolada y borde dentado, sin vellosidad y con un verde intenso.
Foto: Naturalia Astur
En la Ibérica Aragonesa florece a finales de invierno y principios de primavera. En estas fechas produce inflorescencias ramificadas en las que, sobre un tallo recio y suculento, se disponen numerosas flores colgantes, con forma de taza y color verde. La envoltura de la flor (periantio) está formada por cinco piezas de aspecto sepaloideo y con su extremo de color púrpura rojizo. Rodea a un conjunto de numerosos estambres y a un grupo de entre dos y cinco carpelos pluriespermos que están ligeramente soldados en su base.
Flores de eléboro. Foto: Miguel Ángel Bueno (Herbario de Jaca)
Según los botánicos, es un modelo de flor muy primitivo.
Es una especie de amplia valencia ecológica. Sobre todo se la encuentra en bosques (pinares, hayedos y robledales) de montaña, en peñascales y en pastos pedregosos, pero también lo hace sobre campos abandonados, en cauces de ramblas y en terrenos removidos (taludes).
Tiene un olor muy desagradable. Todas las partes de la planta son tóxicas para el ser humano y el ganado. Presentan glucósidos cardiotónicos (heleborina y heleboreína) que por sus efectos tóxicos su consumo no se recomienda pues incluso puede ser mortal en caso de ingesta copiosa. Históricamente se ha empleado para emponzoñar las puntas de las flechas, de donde le viene su denominación popular.
Prefiere sustratos calcáreos, por lo que es muy común en las montañas calizas del Maestrazgo-Gúdar, Javalambre y Albarracín, aunque penetra por las serranías montalbinas (Aliaga) hasta la sierra de Cucalón, donde fue registrada por Asso en los Baños de Segura y posteriormente Ferrer la cita en la peña de El Castellar (Cucalón) y el puerto de Rudilla (Fonfría).
Nos llama la atención la notable ausencia en los valles del Jiloca, Pancrudo y ciertas sierras laterales (Santa Cruz, Menera y Lidón). Tal vez le resulte difícil soportar la intensa continentalidad de este territorio.
En nuestras andanzas por el valle del Nogueta-Santa María (cuenca del Aguas Vivas) hemos encontrado unas poblaciones dentro de los términos de Loscos (Los Barrancos, en la parte de Piedrahita) y de Monforte de Moyuela (Umbría del Tirado y Molino de Enmedio). En los dos primeros casos nos sorprendió su presencia en laderas con sustrato de pizarras y con vegetación de tomillo-lastón-aliaga, a la débil sombra de esta planta espinosa, algo alejado del hábitat que le es propio en el sur de Aragón.
De hecho, entre los tonos pardos de esta vegetación aún sin brotar y el tono oscuro de las pizarras, el verde vivo de la inflorescencia del eléboro destacaba notablemente. Era, otro heraldo de la primavera.
Sin embargo, ya no la vimos aguas abajo en el término de Plenas, donde la creciente sequedad debe afectarle de forma negativa y donde la superficie de matorral queda muy menguada.
Nos gustaría rendir un sencillo homenaje con este artículo al profesor Carlos Herrera, investigador andaluz que ha dedicado mucho esfuerzo a desentrañar los procesos ecológicos que afectan al eléboro y de los que ha sabido extraer lucídisimas conclusiones que ha tenido a bien publicar en las páginas de Quercus.
Y que, por cierto, es el ecólogo más citado en España.
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