Natura xilocae

Journal of observation, study and conservation of Nature Lands Jiloca Gallocanta (Aragon) / Journal de l'observation, l'étude et la conservation de la nature et des Terres de Jiloca Gallocanta (Aragon) / Journal der Beobachtung, Erforschung und Erhaltung der Natur und der Lands Jiloca Gallocanta (Aragon) / Gazzetta di osservazione, lo studio e la conservazione della natura e Terre Jiloca Gallocanta (Aragona) / Jornal de observação, estudo e conservação da Natureza e Jiloca Terras Gallocanta (Aragão)

sábado, 28 de abril de 2012

UNA SUERTE EN EL REBOLLAR DE TORRECILLA

La Rambla del Pinar es uno de los principales afluentes del río Pancrudo. Recoge por su margen derecha aguas de los montes de Godos, Torre los Negros y Torrecilla del Rebollar a través de una serie de arroyos.

Los de la zona norte del valle son Cañarramón, Carramonte y Valhondo, tienen un recorrido más largo y drenan la parte de El Pinar, que se extiende como una suave rampa hasta la divisoria con el valle del Huerva. Es la solana del valle.

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En la parte sur recibe caudal de los barrancos de San Pedro, del Saucal y del Poyal. Son arroyos más cortos, de mayor pendiente y menor caudal. Drenan la zona conocida como La Sierra, una abrupta ladera que se eleva hasta los páramos de San Pedro y Zarzuela.

La Rambla del Pinar viene a deslindar también dos ambientes litológicos. En ambas vertientes afloran rocas sedimentarias depositadas durante el Mioceno, pero corresponden a dos tipos de ambientes químicos y, consecuentemente, florísticos.

En la parte norte, los materiales son arcillas rojas, arenas y conglomerados silíceos procedentes del desmantelado de las cuarcitas paleozoicas. El agua tiende a disolver parcialmente la sílice y los suelos son ácidos y pobres en calcio.

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Por otra parte, estas profundos depósitos detríticos retienen con eficacia el agua. Estos dos factores determinan la comunidad florística, permitiendo el desarrollo de unos robledales que precisan de una reserva hídrica durante el verano para sobrellevar la intensa transpiración de las hojas, que son mucho más vulnerables a la sequía que las de la carrasca, en una zona de intensa sequedad estival. Los rebollares y los marojales, son robles mediterráneos. Sus hojas permanecen secas durante la estación desfavorable. Estos bosques, antaño llegaban hasta cerca del pueblo, pero las roturaciones los hicieron retroceder. Más arriba, estos robledales mantenidos como tallares, se intercalan con el pino royo (o albar), una de las singularidades botánicas de la zona al ser, posiblemente, una de los pocos pinares de origen natural en la comarca.

En la parte sur, afloran calizas margosas dispuestas en estratos horizontales, lo que explica el relieve tabular de esta amplia meseta. Los suelos tienen un pH básico, lo que limita la presencia del marojo y relega al rebollo a grietas sombreadas donde domina la guillomera. Son terrenos antaño muy pastoreados y el paisaje viene definido por un matorral corto de labiadas aromáticas (ajedrea, espliego, salvia y tomillo), salpicado por enebros, zarzas escalambrujeras y alguna carrasca.

En la cabecera del valle, Torrecilla del Rebollar está casi en la divisoria entre el valle del Martín y el del Pancrudo. Con sus 1165 m. es uno de los pueblos más elevados de la comarca. Terreno de clima frío, con inviernos largos y veranos cortos.

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Pero nunca le ha faltado leña. Su apellido alude a la reserva de combustible: el rebollar.

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Antaño sería un bosque denso y frondoso formado por grandes árboles. Las talas y el aprovechamiento histórico de leñas favorecieron su transformación en un tallar. Es un sistema menos maduro pero con una gran capacidad de proporcionar madera, manteniendo su productividad en el tiempo y ofreciendo un ambiente semiforestal.

El régimen de aprovechamiento mediante un sistema de cuarteles consistía en dividir el monte en una serie de parcelas. Cada año se cortaban todos los pies de rebollo de una partida, que previamente había sido subdividida –y sorteada- entre tantas suertes como casas hubiera abiertas en el pueblo. Al año siguiente, se aprovechaban las de otra, respetando y facilitando la recuperación del resto. Y así, sucesivamente, hasta al cabo de veinte o veinticinco años volver a la inicial.

A principios del siglo XX, en Torrecilla del Rebollar llegaron a hacerse más de ciento veinte suertes de leña en los inviernos. Eran tiempos en los que había otras tantas casas abiertas. Coincidió con el máximo demográfico de nuestros pueblos.

Paseando a principio de marzo por Cañamadera vimos esta estampa.

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Al fondo, el rebollar con turno de más de veinte años. Tiene el color gris de la corteza por haber perdido la mayor parte de las hojas. Delante, una suerte de hace pocos años en pleno rebrote con un tono más rojizo por haber retenido la mayoría de ellas.

Aquí y allá, salpican pinos royos que crecen con vigor sobre estos suelos pobres.

Los pueblos van a menos. Cada vez hay menos banderas de humo en los días de invierno. Nos comenta Bernardino que en este año tan solo se han hecho media docena de suertes cuando, hasta hace poco, no bajaba de la quincena.

Pero, con una perspectiva ambiental, esto tiene aspectos positivos que se pueden observar. El rebollar comienza a recuperarse. Al alcanzar más altura y densidad, crea ambientes húmedos que favorecen la presencia de plantas delicadas y escasas, propias de los bosques maduros. El aporte de más hojarasca permite frenar la erosión y recuperar lentamente los horizontes del suelo, la fertilidad, además de permitir el desarrollo de comunidades complejas de hongos. En los ribazos, aquellos pequeños rebollos que escaparon a la motosierra son ya árboles prósperos.

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Es el momento de preservar algunas manchas de rebollar, de marojal e incluso de pinar para dedicarlas a bosques maduros, a producir biodiversidad, evitando talas y limpiezas. Esa filosofía se ha promovido desde el Servicio Provincial de Medio Ambiente de Teruel mediante la confección de los inventarios de bosques singulares realizados por el equipo de José Manuel González.

1 comentario:

Fer dijo...

Es momento de cambio para muchos de nuestros bosques. Las condiciones en el medio rural han cambiado y las masas forestales deben ser encaminadas a otros usos, otros paisajes y otros ambientes, en definitiva. Muchos de los tallares carecen ya de aprovechamiento forestal y deben dirigirse a bosques maduros mediante resalveos de conversión de monte bajo a monte alto de rebollo o carrasca. Sería lo natural y para ello hay que seguir una política de gestión y el establecimiento de PORF (Plan de Ordenación de los Recursos Forestales) desde los propios municipios, que es desde donde deben salir estas ideas. Hablaremos pronto en NX del medio forestal en el Jiloca y de iniciativas que se están llevando a cabo de cara a un aprovechamiento y gestión de algunos de nuestros montes.