Los medios de comunicación y la sociedad muestran una gran inquietud por los incendios forestales que se declaran en los montes durante el verano.
Mientras tanto las quemas agrícolas invernales incendian kilómetros de ribazos y acequias en las vegas de los ríos del sur de Aragón. Estos incendios provocan erosión de forma indirecta al inestabilizar los taludes y las paredes de los cajeros, que acaban desmoronándose.
Destruyen también el hábitat donde se refugian pequeños depredadores que participan en el control de los herbívoros que pueden ocasionar daños en los cultivos. Al desaparecer el microclima originado por la vegetación espontánea en los márgenes de los campos el ambiente se hace más árido. En definitiva, empobrecen y degradan los ecosistemas agrícolas.
Carrizos, zarzales, espinos y herbazales arden cada año pasto de las llamas al mismo tiempo que miles de sargas, chopos, sauces, fresnos y nogueras. Especialmente sensibles son los árboles con huecos, sobre todo cuando presentan abundante madera muerta.
Estos árboles desempeñan funciones ecológicas muy importantes ya que ofrecen refugio y alimento para la fauna silvestre. En ocasiones, son los únicos árboles. Llevan muchos años, a veces cientos, a la orilla de los campos, ofreciendo sombra a generaciones de agricultores que los han cuidado y aprovechado como parte de su patrimonio.
El fuego generalizado es un problema preocupante en las vegas turolenses. Antaño, los pequeños ganados apuraban los herbazales y los arbustos de los linderos, sujetando la vegetación pero manteniendo el suelo. Los árboles se extendían por los márgenes y aportaban sus cosechas.
Hoy deben soportar el abrasador hálito del fuego. Muchos mueren. Cada año se pierden varios cientos de hermosos chopos cabeceros y de otros árboles en las vegas del Alfambra, el Pancrudo, el Huerva, el Jiloca o el Martín. Algunos eran ejemplares monumentales.
Poco a poco el fuego está transformando las huertas al deforestarlas. Es un cambio lento, no fácil de percibir. Mientras tanto, los medios de comunicación y la preocupación ciudadana no comprenden su alcance y mueren cientos de árboles centenarios en la soledad de los campos de Teruel.
José Antonio Sánchez, Fernando Herrero y Chabier de Jaime
1 comentario:
La quema de ribazos y también la de rastrojos es una muy mala práctica agrícola, para el medio ambiente e incluso para la salud humana. Quemando los rastrojos se desperdicia en el aire, en forma de dióxido de carbono, una gran cantidad de materia orgánica, de la que los suelos agrícolas siempre son deficitarios. Además, se llegan a formar grandes nubes de humo que se acumulan en los valles, dificultando la respiración.
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