Se trata de nuestra tercera excursión del mes de agosto calamochino, motivada en parte por el olvido en la jornada de los Corporales de Daroca de avisar a David Navarro que había mostrado interés en participar en la misma. Con un poco de remordimiento, quedamos con él para hacer una andada de ida y vuelta de Murero a Villafeliche. Finalmente decidimos salir el lunes 19 de agosto a las 6 de la tarde. David insiste para hacer la marcha por la mañana, pero Emilio trabaja ya y sólo tiene libres las tardes. Contactamos con nuestro primo de Murero Antolín Guillén, pero ese día no está ya en el pueblo. Otra vez será.
Quedamos a las 5’30 en Luco para recoger a David. En coche saldremos hasta Murero y de allí, ya andando, hasta Villafeliche. Esta era la idea, pero pronto aparecen los cambios. Por la mañana nos llama el arquitecto Tomás Guitarte que desea acompañarnos en la excursión. No me esperaba esta afición suya por los paseos pedestres. Con su coche salimos por la tarde a Luco donde nos espera David, nos muestra la Casa Grande donde vive, bebemos agua y marchamos sin demora a Murero. Por el camino nos comunica algunos cambios en el programa, pues ha quedado con un amigo que veranea en Montón de Jiloca que se ha brindado a mostrarnos el pueblo. No es lo previsto, pero nos parece bien.
En Daroca salimos de la carretera general para tomar la de Murero, pasamos Manchones con su ermita de San Roque y, por la calle Mayor de Murero, salimos a los huertos de la ribera dejando el coche en un ensanche del camino.
Iniciamos entonces la andada por un camino bueno junto al mismo cauce del río en su margen derecha, protegidos en todo momento por la sombra de chopos, sabimbres y algunos arces. Al dejar atrás la última huerta de Murero el camino se convierte en senda estrecha, siempre junto al río que baja con muy buen caudal de agua. El antiguo ferrocarril de Caminreal a Calatayud va por la otra orilla, hasta que cruza a la nuestra por un bello puente metálico que se conserva en bastante buen estado.
Mientras tanto David nos habla de las visitas que ha hecho a esa zona con antiguos profesores de Geología. Se trata de terrenos cuaternarios muy originales pero que nosotros no entendemos. El cauce del Jiloca allí es muy estrecho, de hecho el tendido del ferrocarril de Murero a Villafeliche pasa nada menos que por debajo de cuatro túneles. El río y la senda que lo circunda, hacen sucesivas eses entre las montañas. Notamos la llegada de las huertas de Villafeliche porque de nuevo la senda se hace camino, aunque en general están bastante abandonadas. Hay algunos frutales (comemos alguna ciruela), maíz y muchos campos sin cultivar.
En la orilla opuesta del río se ven algunas fábricas de pólvora. En la más próxima al pueblo, a la entrada del camino, nos cuenta Emilio que residía el guarda que controlaba la producción de las mismas. Se trataba de una industria que dependía del Rey pero también con participación económica privada. Tal vez esta circunstancia motivó que resultaran rentables estas explotaciones durante tanto tiempo, mientras las de exclusiva propiedad real cerraron mucho antes.
A la entrada de Villafeliche nos espera la bella ermita de San Marcos, con planta de cruz latina y paredes de mampostería. Se trata de una singularidad constructiva muy antigua, pero cuyas paredes precisan con urgencia una imprescindible restauración. Ya en el casco urbano, coronado por los restos de una fortaleza árabe, nos encontramos con un sencillo monumento al beato de la localidad, el P. Ignacio Delgado, prefecto de las misiones de Tonkín en China. La imagen del santo y una placa en su casa natal que está allí al lado, lo recuerdan.
Pero Villafeliche es un pueblo que tampoco olvida su pasado industrial, con sendos monumentos a los antiguos ingenios que fabricaban pólvora y a los maestros alfareros de la localidad.
Al paso por las calles Mayor y Real, Emilio nos informa del origen de estas denominaciones viarias tan frecuentes en nuestros pueblos. Se solía dar el nombre de calle Real a la que coincidía con el trazado del camino Real a su paso por el pueblo, mientras que calle Mayor es el nombre que los paisanos daban a su vía principal que, generalmente, pasaba siempre por las inmediaciones de la iglesia, en este caso puesta bajo la advocación de San Miguel, edificio de ladrillo que los expertos sitúan en el siglo XVII.
Montón queda muy cerca de Villafeliche, de hecho ambos pueblos comparten la piscina que está situada a mitad de camino. Todo un ejemplo de buena vecindad, que muchos deberíamos tener presente. Hacemos allí un alto para tomar un refresco. Nos recuerda Emilio que en alguna ocasión hemos hablado de un gran botánico de Villafeliche. Efectivamente se trata del farmacéutico y botánico Antonio Campillo y Marco, que vivió en la primera mitad del siglo XVIII y es autor, entre otras varias obras, del voluminoso manuscrito Orbe vegetable o Teatro botánico universal farmacéutico-médico y galénico chymico. Un hermano suyo tenemos probado que estudió Medicina en Valencia por esas fechas.
Reanudamos la marcha por la calle Mayor hasta llegar a la carretera, donde se encuentra el obrador de Gil, el último de los alfareros de Villafeliche. Llegamos enseguida a Montón de Jiloca, en cuya entrada nos espera el amigo de David con su hijo, que nos propone una visita detenida a la localidad. Subimos dejando a la izquierda la Casa Grande hoy en ruinas, “Lo que tienen las casas que heredan varios propietarios”. El uno por el otro, la casa se hunde, pensamos. Pasamos por una hermosa fuente y bajo una de las dos puertas de acceso al antiguo recinto amurallado, que aloja un bello retablo de San Roque. Sigue una amplia plaza con una imponente casa solariega y, bordeando la antigua muralla, llegamos a un magnífico mirador desde donde se divisa la vega del Jiloca y otra puerta de acceso al castillo que recae a la carretera.
Un poco más de subida y ya estamos en la iglesia de la Purísima Concepción, edificio de ladrillo de planta rectangular y torre mudéjar. Todo en muy buen estado. Como nuestro cicerone, cuyo nombre desgraciadamente hemos olvidado, dispone de las llaves del templo, podemos visitarlo detenidamente. Magnífico el retablo del altar mayor, lo mismo que la imagen en peana de San Agustín. Nos llama la atención David de los dos escudos con el Señal de Aragón (las cuatro barras características) que hay en la base de las dos principales columnas del retablo. “¿Qué os parece el chute de aragonesismo que os tenía preparado?”, bromea David. No es frecuente encontrar estos símbolos en un altar mayor.
Nueva sorpresa. Esta vez en la replaceta que hay frente a la iglesia. Levantando una pesada plancha metálica nos muestran una profunda oquedad que parece el acceso a las bodegas de la Casa Grande. Debe ser muy largo el recorrido, pues la casa no está cerca. Nos invita a adentrarnos en la cavidad. Se está haciendo de noche y declinamos el ofrecimiento. Pero además, tenemos miedo. Seguimos callejeando en Montón y vemos una especie de campanil en la fachada de una casa particular, nos cuenta que recientemente ha sido restaurado y que se toca desde el interior de la casa al paso de las procesiones.
Se ha hecho tarde y ya no podemos volver andando hasta Murero como habíamos previsto. Amablemente nos lleva en coche nuestro anfitrión hasta allí, por la pista que deja a un lado los principales yacimientos paleontológicos que han hecho famosa a esta localidad de la ribera del Jiloca. Lo mismo que la calidad de los vinos de la bodega Mureri. Aprovechamos para saludar a la familia, a la tía Virtudes que en esos momentos asistía a una cena dedicada a los mayores del pueblo en el pabellón de la plaza, mientras canta un grupo de play-back. Están también los primos Javier y Mariví, que nos invitan a un refresco en el bar de la Piscina. Tenemos prisa por volver a Calamocha, pero David sigue saludando sin parar a primos y amigos. Cuando por fin arrancamos, aparece ahora el primo José María, de Manchones. Casi resultamos groseros por las prisas en marchar. Cuando parece que movemos ya, Emilio reconoce a un antiguo compañero de la Facultad. Al final Tomás arranca el coche y amaga con marchar. Al final regresamos todos juntos. No ha sido exactamente la excursión que habíamos planeado, pero estamos contentos y ya pensamos en nuevas andadas.
Recomendamos vivamente este itinerario de Murero a Villafeliche, sin duda uno de los mejores parajes de todo el curso del Jiloca. Son siete u ocho kilómetros oyendo siempre el rumor del agua, a la sombra de los árboles y recorriendo terrenos de indudable valor geológico.
José María de Jaime Lorén
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