Mañana gris y lluviosa del 1 de febrero. Salgo al balcón y descubro que los preciosos álamos canos del descampado de enfrente han desaparecido. No queda ni rastro de ellos, ni una rama, tan solo algún tocón se deja ver por encima de la hierba. Perplejo pienso que formará parte de las labores de limpieza del descampado, pero ¡sorpresa! La porquería sigue allí. Resulta que lo que debía de molestar y la sensación de abandono era de los árboles, no de la basura que incomprensiblemente se amontona desde hace años en pleno corazón del pueblo. ¿Es esta razón por la cual se han eliminado estos árboles? ¿No se podía haber hecho una poda o haber eliminado sólo los que divergían hacia la calle, si es que había peligro de caída? ¿se va a construir próximamente en el solar?
Ya sólo quedan unos maltrechos olmos que esquivan como pueden la grafiosis todos los años.
Los álamos pasaron su último otoño sin brillo, pues con las temperaturas tan suaves que tuvimos sus hojas no se tornaron rojas como otros años.
Las nieves del invierno ya no se depositarán sobre sus ramas. Ya no cantará más el verdecillo en lo más alto de sus ramillas durante los primeros y soleados días de primavera. Tampoco será el escondite del ruiseñor común, ni el posadero de las tórtolas turcas, ni gorriones. No se oirá más el viento entre sus ramas.
Languidecen cada vez más los últimos retazos de la Huerta Grande, los últimos árboles que han sobrevivido a la urbanización. Y ahí queda el solar, cubierto de basura. Ahí yace nuestro legado.
2 comentarios:
Ya se sabe, la cosa no es como empieza si no como acaba, pero si no lo comentas nosotros ni nos enteramos, pasaríamos por allí en el verano y diríamos, mira que curiosos, apañaos y limpios son estos de Calamocha, ahora igual se convierte en lugar de aparcamiento, ferias en San Roque, o le dan una capa cemento y lo pintan de verde, o pongámonos en lo peor, lo convierten en un vergel, con palmeras y una fuente, o te sorprenden y te plantan arces del Canadá….
En fin, somos incapaces de ver lo bonito de los árboles, arbustos, plantas, zarzas y demás con los que hemos crecido, viajamos tanto que todo lo que vemos fuera nos parece mejor. Por dios, si hasta los niños creen ya que las copas de los árboles son cuadradas, con esa manía de podarlos como si estuvieran en la mili…
Desde la ventana veo los geranios en flor, y el azafrán que va dando el mango, con un tamaño que parece balago, el canario hace un par de semanas que canta y el pajarel aun no tardara, aun esta falta del tono rojo en las plumas. Si me asomo a la calle, la cosa cambia, a peor, aquí como allí.
Recuerdos
Los álamos canos son una singularidad de la cordillera Ibérica. Hay grupos de trabajo en investigación que estudian estos árboles.
En el valle del Jiloca hay algunos retazos, pequeños enclaves donde sobreviven unos pocos ejemplares. En el valle del Pancrudo también, pero el cerco se estrecha cada vez más. Muchos crecen también en antiguos cajeros de acequias que ahora ya no llevan agua, o están entubadas, poco a poco van muriendo.
Son árboles de apariencia frágil pero su belleza en otoño es espectacular, el rojo de sus hojas en su batalla contra el frío nos recuerda que es de los últimos árboles que pierden la hoja en estas frías tierras. Deberíamos preservar esta especie y asegurar su superviviencia, especialmente los cuatro ejemplares que quedan en el entorno del pueblo.
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