Hace unos años fueron cambiadas unas vigas en un granero de la casa familiar de Calamocha. Eran vigas de chopo y aunque eran muy viejas, le propuse al albañil que no las tirara junto al escombro por si se podían aprovechar como leña. Así fue, las vigas fueron depositadas sin mucho orden en un huerto abandonado donde han permanecido unos tres años sin que les prestara mucha atención.
Este mes de febrero decidí hacerlas en tarugos. En varias tardes, entre Rodrigo y yo, nos pusimos dale que dale con la motosierra. Con cuidado para no dañar el corte de la máquina, pues las vigas estaban cargadas de clavos, tanto para fijar el cañizo que soportaba la tierra aislante y las tejas, como para colgar las palancas de perniles, longanizas y blanquiles, pues era el granero de la casa más expuesto al cierzo.
Se notaba el efecto de los hongos y de los insectos que se alimentan de la madera muerta. Algunas vigas, sobre todo las que habían contactado con la tierra, tenían la madera muy porosa, con muy poca densidad. Algunas eran puro escarzo. Las más tenían una delgada periferia de madera querada, de quera vieja, y el resto con madera íntegra. Con su color blanquecino característico.
Conforme bajaba el montón de leña, abrigábamos la esperanza de que bajo los troncos saliera algún erizo. No fue así. La vida silvestre no es tan previsible como uno piensa.
Fuimos recogiendo los tarugos, los cargamos en los coches y los llevamos a las respectivas casas. En mi caso, los almacené en la leñera que tengo bajo una terraza, por delante de otros tarugos de chopo que aún tienen demasiada humedad para ser quemados. Vamos, a mano para usar. De hecho, estos trozos de viga del granero han sido la leña que hemos quemado este final de invierno.
Este invierno ha sido húmedo y las vigas, que estaban a la intemperie, se cargaron un poco en humedad. Algunas no ardían muy bien. Por ello, antes de subirlas a la estufa, las cortaba con el hacha en mitades o porciones menores.
Una tarde, preparando tarugos, me puse a preparar con uno que estaba algo podrido. Procedía de la punta de una viga que se había apoyado en el suelo del huerto. Tenía una grieta longitudinal completamente cubierta de tierra. Al abrir el tarugo, me llevé una sorpresa.
El filo del hacha abrió una cámara habitada por una gran larva de robusta cabeza y alargado abdomen.
En el tarugo se observaba muy bien el creciente diámetro de la galería. Era muy estrecha en el extremo próximo a la intemperie donde fue depositado el huevo. La larva al crecer fue migrando hacia el interior de la viga abriendo un conducto paralelo a su eje. Sin atisbo de acercarse al exterior en su recorrido. La cámara quedaba cerrada del conducto por trozos de viruta y serrín, que estaban algo cohesionados por la humedad y que funcionaban a modo de tapón.
Tras tomar unas fotos, volví a colocar la otra mitad del tarugo procurando cerrar la cámara sin afectar a la larva.
Una primera impresión me hizo creer que se trataba de una larva de ciervo volante. Un coleóptero amenazado que habita en la ribera del Jiloca y cuya población venimos estudiando desde hace unos años venimos estudiando dentro del Grupo de Trabajo de Lucánidos Ibéricos (GTLI). El aspecto lo tenía, pero la larva de Lucanus cervus es muy parecida a la de otras especies de Lucánidos e incluso de otras especies de coleópteros pertenecientes a otras familias, como la de los Escarabeoideos.
Desde hace unos diez años hemos tenido en un rincón del jardín unos grandes trozos de tronco de olmo que usábamos a modo de mesa y asientos.
En contacto con el suelo, la madera –incluso siendo muy dura- se ha ido deteriorando de abajo hacia arriba por la acción combinada de los organismos saproxílicos, fundamentalmente hongos e insectos.
Su descomposición ha sido precioso ejemplo de sucesión ecológica. Entre los organismos asociados e la madera muerta muerta en descompsición destacaba unas larvas blancas que siempre aparecían acompañadas de ejemplares adultos de ciervo volante menor (Dorcus parallelepipedus) lo que me hizo pensar que pertenecía a la misma especie. Este extremo nos fue confirmado después por Marcos Méndez, coordinador del GTLI.
Comparando las dos imágenes llegamos a la conclusión de que la larva encontrada en el tarugo de la viga bien pudiera tratarse de ciervo volante menor, coleóptero muy común en la vega del Jiloca en Calamocha.
Entre nuestros alumnos, el ciervo volante es una especie popular desde que la llevamos estudiando. Pensamos pues, que llevar el tarugo y su inquilino era una oportunidad para aprender en el aula. Con cuidado, dispuse cubre la mitad del tarugo con la otra mitad cerrando la cámara y evitando molestar a la larva. La dejé a la intemperie, como venía estando desde hace semanas. Al día, siguiente, llevé el tarugo al instituto para su observación con los grupos de alumnos de mayor edad.
Tras verla y comentarla con cada grupo volvíamos a cerrar los troncos. La mantuvimos al principio en el laboratorio, lugar fresco y umbrío. Después la llevamos al departamento, algo más cálido y luminoso. Pensando que la luz pudiera molestar, colocamos una cartulina sobre la misma cámara larvaria.
Al segundo día vimos que disminuía la movilidad de la larva. Algo pasaba. Al tercer día, se estaba oscureciendo. La larva se había muerto. No nos podíamos imaginar el desenlace. ¡Qué delicadeza!
¿Qué podía haber ocurrido? Pensamos que el problema no estaba en la temperatura. Nos llamó la atención que la cartulina que cerraba la cámara se había humedecido en contacto con la madera del tarugo. Tal vez la apertura del tarugo inició la disminución de la humedad relativa del aire de la cámara, lo que resultó fatal para la larva.
Consultando a posteriori la bibliografía sobre el desarrollo larvario de los lucánidos encontramos una propuesta de trabajo para su investigación también realizada por el GTLI. En ella, además de insistirse en el escaso conocimiento de esta etapa del ciclo biológico, por cierto, la que supone la mayor parte de la vida (la fase adulta es un breve epílogo con fin procreador), se apuntan unos consejos sobre el mantenimiento. Y, efectivamente, se recuerda que conviene mantenerlos en serrín húmedo.
Como dice el refrán: Para aprender, perder.
2 comentarios:
Dadas las fechas en las que estamos, y dado el lugar elegido para morir,habrá sido un mártir, y su muerte no sera en vano, en uno u otro nacerá la pasión por la naturaleza y en cualquier caso, todos nos lo pensaremos dos veces cuando no encontremos con una larva y la dejaremos tranquila en lugar de, en fin,... de darle matarile como si tal cosa.
Recuerdos
Esto me suena... el pasado fin de semana estaba yo en la puerta de mi casa, en el pueblo, cuando mis vecinicos de 7 y 10 años vinieron corriendo a enseñarme su descubrimiento: -gusano grande! debajo de un tronco!!- Como estaba yo con mi ordenador nos pusimos a investigar en la red lo que podía ser.. llegamos a la conclusión que quizás un escarabajo rinoceronte (los que nos rondan en verano en la farola de la puerta de casa), el descubrimiento y la mini-investigación les puso muy contentos y decidimos (ahora veo que mal pensado) ponerlo en un pequeño terrario improvisado con serrín y restos vegetales muertos. Nuestra ilusión.. poder ver algún día como se transformaba en escarabajo.. leímos que quizás tardaría tres años.. nos pareció alucinante.. Esto fue el pasado domingo, mañana los veré y les preguntaré.. pero viendo el interesante artículo de natura xilocae.. me temo que se cual será la respuesta..que pena!
Como siempre: gracias Chabier!!
Toñi
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