Nuestros espacios naturales protegidos tienen una pequeña historia que contar. Ordesa se declaró gracias al impulso de pirineístas como el parisino Lucien Briet. El Moncayo, foco creciente de un turismo de montaña y naturaleza, estuvo a punto de ser un Parque Nacional en el año 1921 por clamor popular de las habitantes de Tarazona… Pero, ¿qué se sabe de la laguna de Gallocanta, ese importante humedal salino situado a más de mil metros de altura en las sierras del Ibérico, entre Teruel y Zaragoza?
La laguna, los caminos y sus gentes (E. Viñuales)
Poco se ha escrito de ello, y ésta es un historia muy interesante porque tras varios intentos de desecación y drenaje, el gran humedal aragonés de resonancia internacional es hoy una Reserva Natural donde también ha habido importantes actores por la conservación como Félix Rodríguez de la Fuente, Adolfo Aragüés o, mucho menos conocido pero no por ello mucho menos importante, Emilio Pérez Bujarrabal.
Patrimonio real, en la Edad Media.
Durante la Edad Media la laguna era patrimonio real y, según los documentos conservados destacaba por la extracción de la sal que allí se hacía. Los posteriores acontecimientos y las escasas referencias históricas que encontramos están muy relacionados con la laguna, y nos hablan de la importancia también de los ingresos que se producían para el erario municipal por su caza e incluso, curiosamente por la pesca que hoy por hoy no existe: “Sólo el pueblo de Gallocanta en 1673 sacaba de arrendamiento de su pesca ochenta mil reales de vellón y diez y ocho mil arrobas de tencas, sin contar la caza de gansos, anadones, fochas, chilladeras, gumietas, chorlitos de varias especies y hermosos gorriones, sin otras desconocidas que se ven muchos años”, dice un antiguo manuscrito de 1789 en el que Domingo Mariano de Traggia hace la descripción general del partido de Daroca.
La laguna en el siglo XVIII era arrendada y, por tanto, considerada como un bien patrimonial de los pueblos ribereños, una situación que se prolonga hasta que en el año 1874 entra en vigor la Ley de desamortización de los bienes públicos en manos muertas, momento en el que el Estado se incauta de la finca 375 del Registro de la Propiedad de Daroca y la adjudica en subasta pública por la cantidad de 8.001 pesetas (32.004 reales) a don Bernardino Rocasolano y Serrano, vecino de Zaragoza, quien la pagó en quince plazos. Posteriormente, la laguna sería vendida y no siempre inscrita a nombre de los siguientes propietarios, entre ellos Isidoro Gamundi y su esposa María del Camino Pons, quienes la adquieren y escrituran en 1895.
Restos de la Casa Gamundi, antiguos propietarios de la laguna (E. Viñuales)
Pero Gallocanta quiso ser borrada de los mapas, desecada y drenada.
El 22 de octubre de 1897 se crea ante un notario de Barcelona la “Sociedad Banco Agrícola Comercial e Industrial, S. A.” cuyo objeto principal no es otro que la desecación de la Laguna de Gallocanta, cuya finca una vez desecada decían que pasaría a llamarse “Dominios del Pilar”. Su pretensión –como documenta un trabajo reciente de María del Carmen Sanz Escorihuela- era la de crear canales recolectores y un gran canal de desagüe que diera salida a las aguas estancadas, utilizando aguas fluviales y manantiales para riegos y fuerza motriz, alimentando el gran canal que serviría de guía fluvial para transportar los productos hasta la vía del tren, estableciendo cultivos, cría de ganado de cerda, caballar, vacuno, lanar y cabrío, construyendo molinos harineros, fábricas de electricidad, elaborando mantecas y quesos, embutidos y otros artículos susceptibles de ser explotados en esos terrenos.
Antigua memoria para la desecación de la laguna
Felizmente, la citada sociedad se disolvió en el año 1931 sin llegar a cumplir sus objetivos, y los derechos de la misma -adjudicados a Joaquín Moreno y Collanes- pasarán con dicho patrimonio a manos de Procopio Pignatelli de Aragón, citando que se trataba de una “laguna que cristaliza en varias partes en sal común, que posee una pequeña isla de tierra laborable, y con una cabida de mil ochocientos cahices, seis hanegas y quince almudes, equivalentes a mil treinta hectáreas”.
En 1925 Francisco Hernández Pacheco y Pedro Arantegui visitan Gallocanta para escribir en el Boletín de la Real Sociedad Española de Historia Natural
Pero este no fue el primer intento en este sentido para hacer desaparecer el humedal natural. Y es que se sabe que en 1797 el párroco de Gallocanta emitió un informe para la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos de País, solicitando que fuera desecada la laguna, acción para la cual el conde Sástago llegaría a nombrar a personal técnico cualificado de entre los empleados del Canal Imperial. De ahí que ya en 1798 hubiera voces contrarias como la del ilustrado y naturalista Ignacio Jordán de Asso, quien advierte seriamente de la existencia de este tipo de proyectos y del peligro de inundaciones que supondría además para la vega del Jiloca el desagüe de dicha zona húmeda.
Voces discordantes a tal desastre ecológico que volverían a surgir en tiempos bastante recientes, cuando en 1978 el famoso divulgador y naturalista televisivo Félix Rodríguez de la Fuente acude a dar una conferencia en el cine de Daroca, en unas jornadas científico-culturales donde respondería al entonces Consejero de Agricultura del Gobierno de Aragón, Alberto Fuertes, quien había manifestado en la prensa el viejo deseo de desecar Gallocanta para la puesta en cultivo de mil hectáreas, perforando pozos y dando vida a una urbanización. Félix Rodríguez de la Fuente responde: “Gallocanta es la Doñana de Aragón. Hay que prestar el apoyo para lograr un Parque Natural”, dice quien dirigió el conocido programa televisivo de “El hombre y la Tierra”.
El precedente a dicha idea estaba ahora radicado en otro proyecto del año 1928 que los ingenieros de la Confederación Hidrográfica del Ebro habían diseñado con canales de drenaje que evacuarían las aguas mediante un túnel de siete kilómetros trazado por debajo de las sierras, hasta desaguar en el río Jiloca por el barranco de Valdembid, dentro del término de Báguena. El doctor Rodríguez de la Fuente, en compañía del ornitólogo Adolfo Aragüés, responde contundentemente y explica que “el peligro de desecación es grande, puesto que estas situaciones son irreversibles dado que en España han desaparecido casi todas las lagunas. Y ésta es la mayor extensión de agua salobre de la península, es una maravilla y no debe permitirse que sea estropeada”, concluye con su voz cautivadora, entre aplausos, con un auditorio lleno de niños y vecinos.
Félix R de la Fuente pide un Parque Natural. Heraldo de Aragón, Julio de 1978
Comienza entonces, a partir de los años 70 del pasado siglo una nueva situación que pone fin a la amenaza y vulnerabilidad del ecosistema. La historia dará un vuelco y se comienza a hablar en un lenguaje diferente sobre la conservación de la laguna en relación a las aves, declarándose la Zona de Caza Controlada (1972), lo que con el tiempo –ya con muchas grullas en paso migratorio y poca agua en el vaso de la laguna- daría lugar a la declaración de otras figuras actuales de protección como Zona de Especial Protección para las Aves (1987), Humedal de Importancia Internacional Ramsar (1994), Lugar de Importancia Comunitaria (1998) y Reserva Natural Dirigida (2008).
El primer impulso, callado y discreto, de Emilio Pérez Bujarrabal.
Como hemos visto, hasta el año 1978, cuando Gallocanta era un auténtico hervidero de patos y de fauna acuática, en algunos círculos sociales aún se hablaba de desecación de la laguna. Lamentablemente, cientos y miles de zonas húmedas de toda España desaparecieron por la acción destructora del hombre con sus ideas de “equivocado progreso”. Lagos, navas, estancas, y charcas y superficies encharcadas, grandes o pequeñas, fueron borradas de los mapas.
Sin embargo el texto de la Ley de Aguas y el artículo 407-4 del Código Civil permitieron que la laguna de Gallocanta pasara a ser un bien de dominio público en manos del Estado. Y es ahí, entonces, donde aparece una persona clave en la administración forestal que ya en los años 70 marcará el devenir proteccionista de la laguna y un cambio de inflexión en muchas ideas anticuadas: el ingeniero de montes y Jefe de la Unidad de Caza y Pesca de Zaragoza, Emilio Pérez Bujarrabal, quien fue un adelantado de su tiempo y un técnico de la administración pública que realmente se creyó las siglas de lo que era el antiguo ICONA, el Instituto para la Conservación de la Naturaleza.
De cómo se articuló la primera protección en 1972. Visita de Félix R de la Fuente con E. P. Bujarrabal, 9-10 de junio 1978
Bien documentado con los estudios científicos existentes, asesorado por los mejores naturalistas de la época y amparado en la legislación entonces vigente, Pérez Bujarrabal era consciente del extraordinario valor ecológico y cultural de Gallocanta, e impulsó en el año 1972 la creación de Zona de Caza Controlada –de 6.720 hectáreas-, que en 1985 por Decreto de la Diputación General de Aragón se convertiría en Refugio Nacional de Caza y, por tanto, obtendría así una básica pero efectiva protección para la fauna, a la vez que se prevenían impactos negativos en este entorno natural: evitando el furtivismo, la caza incontrolada, el uso de lanchas motoras por sus aguas, la recogida de huevos, la quema de vegetación palustre y de las orillas o las roturaciones sucesivas de terrenos con un bajo rendimiento agrícola por la salinidad, acciones todas ellas habituales que mermaban el desarrollo de la vegetación y la tranquilidad necesaria para las aves.
Folleto del Refugio Nacional de Caza de Gallocanta
Emilio Pérez Bujarrabal sabía que Gallocanta era la mayor laguna esteparia que existía en España y que ésta encerraba un gran interés como región natural. Por eso para hacer práctica esta protección coloca como responsables directos de la vigilancia al guarda forestal residente en Cubel, José Menés, y nombra a dos guardas jurados de Gallocanta y de Tornos, Pascual Prieto y Pascual Mercadal… un equipo de hombres seleccionados por su gran conocimiento de este medio y de las aves, responsables y laboriosos, y dotados de motocicletas para desplazarse con facilidad por estos paisajes. Los dos últimos eran cazadores, pero para desempeñar su trabajo, colgaron sus armas y las sustituyeron por los prismáticos.
Guardas forestales en 1974 en la Casilla de Camineros de Bello (Col. Pérez Bujarrabal)
En la parte técnica Pérez Bujarrabal se acompaña de grandes botánicos como Pedro Montserrat y su destacado alumno Luis Villar, con quienes organiza varias excursiones por todos los ambientes de la zona endorreica con el fin de catalogar y herborizar el mayor número de plantas que luego, por la noche, eran colocadas cuidadosamente en sus pliegos en la fonda de Tornos. Discípulos del profesor Margalef, del Departamento de Ecología de la Universidad de Barcelona, periódicamente muestrean las aguas en el Lagunazo Pequeño, anotan variaciones de nivel y determinan las características físicas, químicas y biológicas de la laguna, por aquel entonces de aguas profundas y con verdaderas praderas de algas y plantas sumergidas que eran alimento de muchas aves buceadoras. Para la parte faunística el apoyo vino del entusiasta ornitólogo Adolfo Aragüés, que en compañía de Javier Lucientes, Miguel Ángel Bielsa, Francisco Hernández, Henri Bourrut, Mariano Burguete y otros jóvenes naturalistas realizan los censos simultáneos y las campañas de anillamiento de miles de aves y pollos en los nidos. En 1973 se colocan ya los primeros observatorios en forma de torreta elevada.
Para una mejor gestión y control del espacio, las fotos aéreas del año 1975 permiten situar todas las islas, accidentes geográficos y puntos de interés en un plano a escala. Fue una época en la que para una caza controlada se distribuyen hasta treinta y seis puestos o tiraderos por el perímetro lagunar, hasta que fue la última de todas las cacerías de patos en el año 1981. Entonces el personal de la administración tenía la función de organizar y distribuir a los cazadores de madrugada en una compleja operación, desplegando vehículos, personas y barcas… con un cupo reservado a cazadores locales… y luego en la casilla que se usaba de almacén y de cobijo, con los guardas se reponían fuerzas y temperatura para en una amigable charla comentar las incidencias, dificultades y experiencias.
Guardas jurados del ICONA. Años 70. Pascual Prieto -a la izquierda- y Pascual Mercadal -a la derecha-
Adolfo Aragüés despierta el interés de la laguna entre ornitólogos extranjeros, principalmente ingleses. Acuden alemanes y americanos a realizar estudios y quedan entusiasmados por el paisaje. La televisión nacional, para el NO-DO, graba un reportaje de la laguna de Gallocanta. A finales de los 70, tras la visita de Rodríguez de la Fuente, se mejoran fuentes y manantiales en áreas recreativas, se plantan choperas, se tratan de comprar terrenos para crear filtros verdes… y en 1981, bajo la dirección de Eduardo Aranzadi y la coordinación de Julio Guiral, la empresas Proyex elabora el primer gran estudio de la biocenosis de la laguna de Gallocanta y su cuenca.
A partir de los años 80 la laguna baja de nivel y con la ausencia de aquellas grandes concentraciones de anátidas comienza a recibir a otros inquilinos alados: las grullas. Pablo Vicente, de la Asociación Amigos de Gallocanta, recordaba que en los años 80 la grulla cambió su ruta migratoria debido a la desaparición de las grandes zonas húmedas peninsulares: “La laguna se convirtió desde ese momento en un lugar estratégico en sus largos viajes. Hasta entonces los protagonistas del humedal habían sido los patos. Pero la llegada de las primeras grullas coincidió con un periodo de sequía del que ya no se ha recuperado Gallocanta, y su presencia en los campos recién cultivados fue objeto de polémica.
En el año 1989 hogueras, neumáticos ardiendo en los campos, cohetes y tractores circulando de noche con las luces encendidas y a bocinazos trataban de alejar a las grullas de los campos cultivados, espantándolas de los alrededores de lo que hoy es una Reserva Natural. La laguna se ve inmersa en un polémico oleaje. Y los periódicos regionales se hacen eco de esta situación de conflicto con titulares que hablan de que “las grullas han traído la discordia”, de que Gallocanta era “el hotel ecológico de los líos” o de que “la laguna peligra”. Los agricultores exigen indemnizaciones mayores por los daños de las grullas, y los periodistas alertan de que este enclave biológico está en peligro por la protesta de los agricultores. Los ecologistas del grupo Otus en Teruel piden, como ya lo hiciera hace muchos años Félix Rodríguez de la Fuente, la creación de un Parque Natural.
Pero en la actualidad todo eso ha cambiado. Y mucho. Porque en 1987 el Gobierno de Aragón trató de resolver este problema tasando los daños que producían las grullas en los sembrados para pagarlos a los agricultores y, pese a que la tensión creció al inicio de la negociación, luego se pasó al método actual de recibir las ayudas agroambientales con el apoyo económico de la Unión Europea a través de la Política Agraria Comunitaria, la PAC. La lógica imponía una solución: “Grullas sí, indemnizaciones también”.
El 1995 el Refugio Nacional de Caza será reclasificado por la Diputación General de Aragón como Refugio de Fauna Silvestre, en virtud a las leyes cinegéticas vigentes. Y antes, en el año 1986, ya se había creado una de las primeras Zonas de Especial Protección para las Aves (ZEPA) de Aragón. En 1994, a propuesta de la Diputación General de Aragón, Gallocanta había sido declarada Humedal de Importancia Internacional en aplicación del Convenio Ramsar.
Vigilante de la laguna en el observatorio de La Reguera, Las Cuerlas (E. Viñuales)
En 1995 se inicia la redacción de un Plan de Ordenación de los Recursos Naturales, pero hasta diciembre de 2006 no será cuando el Departamento de Medio Ambiente del Gobierno de Aragón termine de urdir la auténtica protección de la laguna mediante la declaración de una Reserva Natural hoy vigente.
Gallocanta, recocida internacionalmente por su gran valor natural en todos los sentidos, celebra cada año la llegada y la marcha de las grullas con un festival, es destino privilegiado para un turismo respetuoso con la naturaleza, atrae a ornitólogos de toda Europa, tiene una asociación de amigos de la laguna formada por vecinos de la zona… y ahora nadie discute que esta laguna nunca debió de ser eliminada, destruida ni tan siquiera alterada en sus condiciones ambientales, que le convierte en una joya única a preservar.
Eduardo Viñuales