Nada más conocer mi calendario de vacaciones, hablo con Emilio Benedicto para planear las excursiones del mes de agosto. La primera que organizamos nos quedó pendiente el año anterior. Se trata de ir al punto más alto de la Sierra de El Poyo, al Mojón de Valdellosa que Emilio llama de los Soldados no sé por qué motivo.
Nunca me ha llamado especialmente la atención la Sierra de El Poyo, pero esta andada tiene para mí algo especial pues de muy joven la hizo mi hermano Chesús con mi padre y dejaron algunas fotos de recuerdo. Yo no quise acompañarles pues tenía mejores cosas que hacer, seguramente salir con los amigos, ir a la peña u holgazanear por Calamocha. No debió ser muy divertida la alternativa pues luego me arrepentí de no haberlos acompañado. Eso sí, nunca se lo dije a ellos.
Quedamos en salir el viernes 7 de agosto a las 7’30 de la mañana enfrente de la iglesia de Calamocha. Como amenaza un día de calor fuerte vamos bien pertrechos de agua y de almuerzo, así como bastón para caminar y ropa cómoda y fresca. Puntuales como tenemos por costumbre, salimos por el puente romano, y doblamos enseguida a la altura del viejo molino siguiendo el cauce del río El Cubo, por la Casa de Ejercicios ya lo largo de toda la fachada del Castillejo, las Rinconadas, la Estación Vieja donde se desarrolla buena parte de la novela calamochina de Paco Rubio (alias Jon Lauko), hasta coger el camino de El Poyo por El Salto.
La mañana es estupenda. Hace un fresco muy bueno y da gusto caminar siguiendo el cauce del río y oyendo el rumor del agua. Pero se acaba pronto. Al llegar a las primeras casas de El Poyo nos desviamos a la derecha buscando las estribaciones de la Sierra. Me cuenta Emilio cosas de su tesis doctoral que va a leer en breve, y me muestra la piedra de la zona, porosa y poco pesada pero que tiene la propiedad de aislar muy bien del frío. Todos los pajares y parideras que encontramos están hechas con esta “piedra de El Poyo”, y me informa que muchas casas de Calamocha y por supuesto del pueblo las han utilizado siempre.
Llevamos una hora de camino cuando nos cruzamos por allí con Capote y con su esposa que también van de paseo. Un saludo cordial, y aprovecha Emilio para decirme que en Calamocha es una costumbre muy extendida esta de salir a caminar de mañana o de parte tarde. Llegamos a una cantera que hay en plena explotación y Emilio la pone como ejemplo de industria local que ha sabido aprovechar la coyuntura de las pasadas grandes obras públicas de la autovía y del pantano de Lechago, para consolidarse como una pequeña empresa que funciona bien.
Empieza entonces la subida de verdad, pero vale la pena el esfuerzo aunque sólo sea por el maravilloso paisaje que vamos dejando a nuestras plantas. A medida que ascendemos se abre un amplio horizonte que permite descubrir la belleza de la planicie de Blancas, el monte de Fuentes Claras, divisando Villalba de los Morales, Caminreal, Torrijo hasta Monreal del Campo. Por detrás de unas lomas queda Torralba de los Sisones, Blancas y Odón. Los pueblos de la ribera se adivinan con agua en abundancia, los del campo se nutren de algunas fuentes que todavía permiten buenos corros de huerta.
La subida es penosa por momentos, el suelo es pedregoso y duro, pero Emilio lo ameniza hablando de las viejas minas de hierro de El Poyo que encontramos en el camino. Una de ellas con una modesta edificación. Debe adivinar mi cansancio, él es muy buen andarín, y se explaya en las condiciones de las explotaciones y demás. El motivo de su tesis son precisamente las antiguas explotaciones mineras de esta parte del Sistema Ibérico, y sabe tanto del tema que bien pudiéramos llamarlo Emilio “el Geólogo”.
Subimos y subimos ya en pleno bosque de pinos y de carrascas, aunque en un momento dado la pendiente remite. Estamos ya en el corazón de la Sierra de El Poyo, que no es como parece desde Calamocha una sucesión plana de montes, pues es bastante ancha y tiene numerosas vaguadas. En realidad, el camino da una vuelta casi completa a la sierra buscando atenuar los desniveles. Un ciclista desciende por allí después alcanzar la cumbre. Mientras ascendemos por la parte oeste todo es sombra y frescura, pero al llegar a la parte alta el sol nos hiere de frente y empezamos a sentir los primeros calores. No te preocupes, me dice, falta ya poco para llegar a lo alto. Y así es, en efecto, al volver un recodo vemos muy próximo un enorme repetidor de telefonía convenientemente vallado, y un centenar de metros más adelante el Mojón de Valdellosa o de los Soldados. Llegamos a las 10 en punto de la mañana. Hemos empleado dos horas y media en el trayecto.
Desde Calamocha parece, eso, un pequeño mojón, pero, amigo, allí te encuentras con un gran monolito cilíndrico sobre el cual se asienta otro cilindro más pequeño. Se trata de un vértice geodésico con la placa correspondiente que indica su altitud, que no recuerdo, y la advertencia de la pena que hay para quien lo maltrate. Por una rudimentaria escala de piedras llegamos a lo más alto del mismo, y extendemos la mirada por toda la comarca del Jiloca que se tiende a su alrededor. La vista es magnífica, se aprecia incluso la laguna de Gallocanta, Berrueco y otros pueblos de alrededor. Sin embargo la calima nos impide ver hasta el Moncayo, según me dice Emilio que se ve en los días claros.
Es el momento y el lugar apropiado para refrescarnos y para almorzar. Sacamos nuestros bocadillos y damos buena cuenta de ellos en un periquete. A mi memoria viene el recuerdo de la excursión juvenil de Chesús y de mi padre hace unas docenas de años. Lo mismo que veo ahora debieron ver ellos entonces.
Iniciamos el descenso por la vertiente norte. Se baja mejor que se sube pues, aunque el sol ya calienta de firme, la sombra del bosquecillo mitiga los calores. Le cuento entonces a Emilio mi única aproximación a esta sierra que hice también en mi infancia y en solitario, precisamente el domingo que se jugaba la final del mundial de Inglaterra (¿1964?) entre este país y Alemania, que ganaron los británicos 2-1 y que pude ver en la televisión del Casino de Calamocha. Excursión que frustró casi en sus inicios el encuentro casual que tuve con un jabalí que me pareció enorme. Tuve miedo y di media vuelta al instante.
Llegamos así al parque de ICONA donde tantas meriendas hemos hecho, y me pregunto cómo es posible que hubiera agua allí. Ahora es un secarral que en nada se parece a lo que hubo en tiempos. La vuelta, por la carretera, a pleno sol y sin una sombra es lo más pesado de la excursión. Al fondo siempre la torre de Calamocha que parece que esté allí mismo pero que nunca la terminas de alcanzar.
Por fin, sobre las 12’10 llegamos a la plaza. Es el momento de tomarnos dos cervezas bien frías en El Fogaril de Luis. Ha sido una mañana magnífica, una buena andada (Emilio le echa unos 19 ó 20 kilómetros) que hemos aprovechado también para preparar la próxima excursión.
José María de Jaime Lorén
1 comentario:
Buen paseo. Se echan en falta rutas locales señalizadas que entren y salgan del pueblo hacia entornos naturales cercanos. Los de casa las conocemos, pero nuestros visitantes se llevarían una grata sorpresa.
Lo de Icona es una verdadera pena y habría que darle una solución. El ayuntamiento tendría que tomar medidas ante el abandono y la falta de alternativas de este lugar.
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