Finales de agosto. Caía la tarde soleada. Recorría tranquilo la estrecha carretera entre Acered y Atea en amena conversación con Chabi, mi hijo, que había recorrido caminando dos etapas del Camino del Cid y me contaba emocionado su experiencia en solitario.
Iba disfrutando de un paisaje casi desconocido para mí. Pequeños campos de almendros, viñas y cerezos, con algún rastrojo poblaban las laderas de las barranqueras que drenaban la vertiente de la sierra de Santa Cruz hacia el Jiloca. Y ahí estaba él. Un joven tallo de olmo (Ulmus minor), de olmera como le llaman en algunos pueblos de esta parte de Aragón. Con sus hojas de haz verde intenso y su envés verde claro, comenzando a amarillear fruto del avance del verano y de los efectos de la sequía estival.
En el ribazo, bien arropado por las espinosas y arquedas ramas de la escalambrujera, que ya mostraban sus rojos frutos. Entre la cuneta y el campo de almendros. El pequeño tallo de olomo lucía lustroso su follaje tras haber superado las múltiples pruebas, las numerosas plagas que lo asolan.
Estas olmedas del Bajo Jiloca no son sino que otra muestra de una vieja cultura. Una cultura que se remonta a los romanos. Tal vez antes. Según algunos autores esta especie fue introducida en la península Ibérica desde la Galia por su utilidad en la fabricación de carros. Los romanos lo extendieron como árbol ornamental y de sombra. Pero, sobre todo, por su utilidad.
Las raíces del olmo, una vez penetran hasta la roca madre, mueren a los 10 o 15 años. Entonces desarrollan un sistema de raíces laterales que crecen casi horizontalmente, muy superficiales. En el pasado fueron muy plantados en los linderos entre los huertos, viñas y otros campos donde formaban bosquetes y setos junto con espinos y otros árboles. Sus raíces retenían el suelo. Sus ramas ofrecían un ramón muy apetecido por el ganado. En muchas casas, pelaban las ramas para alimentar a los conejos. Los troncos ofrecían una madera tan dura como la del roble, con múltiples aplicaciones, sobre todo en carretería por su capacidad de amortiguar los golpes.
Era, pues, un árbol propio de ambientes agrícolas. Esto puede verse muy bien en nuestras comarcas. Las ribaceras de las huertas de Daroca o de las viejas viñas de Báguena o de Atea son una muestra.
Es un árbol que padece numerosas plagas. Le afectan los virus y bacterias que le causan flujos y tumores. Sus hojas son atacadas por la oruga de la galeruca (Galerucella luteola) quedando de cada una tan solo con sus nervios al final del estío. Otros coleópteros, los escarabajos minadores, penetran por el cambium y le transmiten un hongo (Ceratocistis ulmi) que origina la grafiosis. Este parásito causa una trombosis de los vasos conductores y la intoxicación de las hojas. Es una enfermedad con efectos devastadores.
En definitva, el olmo tiene una pléyade de enemigos.
Desde hace unos treinta años se ha producido una fase aguda de grafiosis que ha asolado con la mayor parte de las olmedas. No ha sido la única pero sí de las de mayor virulencia. Es posible que los cambios climáticos recientes junto con las características de la nueva y agresiva cepa hayan desbordado la capacidad defensiva de las mismas.
Algunos científicos sugieren que la dificultad que presenta esta especie para repoblarse a través de semilla (nascencia muy baja) y que la escasa resistencia a los parásitos no son si no indicios de su carácter foráneo o de su falta de adaptación a las condiciones actuales. ¿Quién iba a decirlo? El olmo, otro inmigrante.
En cualquier caso, el tallo de olmo de aquel ribazo de Acered lucía ufano sus hojas ante las ramas muertas de otros brotes. Año tras año, resistiendo las oleadas de plagas, la vieja cepa de olma emite nuevos rechitos que intentan doblegar a unos y a otros microorganismos.
Es un caso más de una historia donde lo agrícola, lo forestal y lo ganadero formaban un todo. De una vieja cultura que también se pierde por la intensificación y la productividad a corto plazo. Mientras tanto, sobrevive en el ribazo ante los cambios.
2 comentarios:
El otro día, en Herrera, un amigo me señaló allí, junto al "río" un olmo enorme. Yo, poco conocedora de los árboles en general, me sorprendí porque siempre he oído que casi todos han desaparecido debido a esas enfermedades que comentas.
Muchísimas gracias por esta entrada. Te levanta el ánimo leer sobre estas historias de resistencia y, quizás un poco, de adaptación. Un saludo.
Es cierto, por la grafiosis han perecido grandes y monumentales olmos, pues recuerdo que en algunas plazas de pueblos, como. Picassent, Navajas y muchos otros servian para juegos a los niños, reunión para mayores, los días de fiesta sr cantaba,bailaba y disfrutaba alrededor de estos árboles que eran tan familiares. Y muchos de ellos han desaparecido.
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