Natura xilocae

Journal of observation, study and conservation of Nature Lands Jiloca Gallocanta (Aragon) / Journal de l'observation, l'étude et la conservation de la nature et des Terres de Jiloca Gallocanta (Aragon) / Journal der Beobachtung, Erforschung und Erhaltung der Natur und der Lands Jiloca Gallocanta (Aragon) / Gazzetta di osservazione, lo studio e la conservazione della natura e Terre Jiloca Gallocanta (Aragona) / Jornal de observação, estudo e conservação da Natureza e Jiloca Terras Gallocanta (Aragão)

martes, 26 de abril de 2016

ANOTACIONES DE UN NATURALISTA DESPISTADO: MI MAR INTEROR

Todos los mares son un mar interior, a todos sin excepción acuden las personas cotidianas y sencillas para depositar en su mantel húmedo y salino todas sus esperanzas, los sueños y anhelos que los mantienen con vida, de acuerdo con el propósito último de que ellos queden a buen recaudo y no se marchiten.  O arrojan sus preocupaciones, sus arrepentimientos y tristezas para que las corrientes implacables los arrastren a lo hondo y queden para siempre sepultadas sin opciones a regresar. 

Éste, aun diminuto para los estándares de la superficial sociedad actual nuestra, no es distinto al resto.  Aunque se vean sus aguas siempre fuertemente condicionadas por el irregular régimen de las precipitaciones que por estos páramos acontece y lo condena, los soberbios vientos inclementes que lo azotan y resecan y las sofocantes temperaturas estivales que lo disminuyen.  Aunque de cuan en vez sus aguas se agoten y no sea mar, y quede como la suela anónima de la que se deshace en su labor el zapatero en remendar el calzado hecho trizas.

Todos los mares son un mar interior
Todos los mares son un mar interior. Los demás han escogido el suyo, a él vuelan en los días de asueto y frente a sus aguas, atormentadas o en calma, desarbolan sus tumbonas y sombrillas, o extienden sus toallas como el ritual inconsciente del aprendiz que, recién integrado en la plantilla, desconoce la singularidad de sus cometidos pero se autoimpone una rutina con la que sobrellevar esa tensión insoportable de los primeros días. 

Yo, sin embargo, acudí a las orillas de éste un fin de semana tras otro, durante meses, sin tumbonas, sombrillas ni toallas, armado únicamente con el humilde proceder de mis pasos honestos para que él tuviera a bien elegirme.  Así hizo, y cantó en mis entrañas como si yo fuera un nuevo Odiseo amordazado al mástil de la nave en complicaciones y, desde sus acantilados calizos, las hermosas sirenas buscaran convocarme para que yo acudiera dócil a su encuentro y quedara naufrago dichoso en sus escollos jurásicos.  Así, en su canto, yo pude reconocer todos los portentos de la Tierra. 

El bramido incandescente de las salicornias

Reconocí el paso elegante de las damas del frío y su trompeteo inefable y persistente, el fraseo indómito mediante el que anuncian su presencia.  El cuarzo de las playas del ordovícico aupado a la nubosidad itinerante, como arraclanes rampantes y en guardia.  Y el incandescente bramido de las salicornias en los salinos prados lagunares.
  
Reconocí el ladrido del corzo despreocupado y el trote impetuoso del verraco-jabalí señor de las raíces.  El blanco despertar reproductivo de las orondas avutardas y sus ademanes exultantes y pomposos.  Y la consuetudinaria anochecida a la que los homínidos, desde su alborada, se han entregado maravillosamente maravillados.

 Los antediluvianos acantilados calizos

Y reconocí el impetuoso aleteo de la calzada y el juguetearse con el viento de los laguneros aguerridos.  El etéreo desplazarse frágil de las cigüeñuelas y su acertado pasearse nutritivo por donde se confunden el agua definitiva y la tierra cándida.  Y los océanos antediluvianos en los calizos acantilados que emergen como testimonio vivaz de que nada, siquiera este piélago espontáneo, es inmutable. 
   
Todos los mares son un mar interior.  Esta laguna humilde decidió ser el mío.  Quizá pudierais permitir que decidiese, también, ser el vuestro.  Si es así, quizá nos encontremos a la orilla del anochecer, cuando las imponentes elegantes se acerquen al dormidero y su trompeteo sea el preludio inequívoco de la belleza que se abrirá a vuestros ojos, en el preciso instante en que la marea hermosa se inicie en su cantar.


Orilla del anochecer

Diego Colás (texto y fotos)

3 comentarios:

Jesus Lechon dijo...

Y la sola idea de perder, ese mar interior a donde acudir, cualquiera de los muchos que uno pueda tener en distintos lugares, resulta aterradora.
Recuerdos

Antonio dijo...

Muy bueno Diego, si una pequeña parte de la población buscase ese mar, propio y compartido, en la laguna el Cañizar pronto habría playas rebosantes de paz.

David Pardillos dijo...

Bien poliu Diago Colás.