Todos los mares son un mar
interior, a todos sin excepción acuden las personas cotidianas y sencillas para
depositar en su mantel húmedo y salino todas sus esperanzas, los sueños y
anhelos que los mantienen con vida, de acuerdo con el propósito último de que ellos
queden a buen recaudo y no se marchiten.
O arrojan sus preocupaciones, sus arrepentimientos y tristezas para que
las corrientes implacables los arrastren a lo hondo y queden para siempre
sepultadas sin opciones a regresar.
Éste, aun diminuto para los
estándares de la superficial sociedad actual nuestra, no es distinto al
resto. Aunque se vean sus aguas siempre
fuertemente condicionadas por el irregular régimen de las precipitaciones que
por estos páramos acontece y lo condena, los soberbios vientos inclementes que
lo azotan y resecan y las sofocantes temperaturas estivales que lo disminuyen. Aunque de cuan en vez sus aguas se agoten y
no sea mar, y quede como la suela anónima de la que se deshace en su labor el
zapatero en remendar el calzado hecho trizas.
Todos los mares son un mar interior |
Todos los mares son un mar
interior. Los demás han escogido el suyo, a él vuelan en
los días de asueto y frente a sus aguas, atormentadas o en calma, desarbolan
sus tumbonas y sombrillas, o extienden sus toallas como el ritual inconsciente
del aprendiz que, recién integrado en la plantilla, desconoce la singularidad
de sus cometidos pero se autoimpone una rutina con la que sobrellevar esa
tensión insoportable de los primeros días.
Yo, sin embargo, acudí a las
orillas de éste un fin de semana tras otro, durante meses, sin tumbonas,
sombrillas ni toallas, armado únicamente con el humilde proceder de mis pasos
honestos para que él tuviera a bien elegirme.
Así hizo, y cantó en mis entrañas como si yo fuera un nuevo Odiseo
amordazado al mástil de la nave en complicaciones y, desde
sus acantilados calizos, las hermosas sirenas buscaran convocarme para que yo
acudiera dócil a su encuentro y quedara naufrago dichoso en sus escollos
jurásicos. Así, en su canto, yo pude
reconocer todos los portentos de la Tierra.
El bramido incandescente de
las salicornias
Reconocí el paso elegante de las
damas del frío y su trompeteo inefable y persistente, el fraseo indómito
mediante el que anuncian su presencia.
El cuarzo de las playas del ordovícico aupado a la nubosidad itinerante,
como arraclanes rampantes y en guardia.
Y el incandescente bramido de las salicornias en los salinos prados
lagunares.
Reconocí el ladrido del corzo
despreocupado y el trote impetuoso del verraco-jabalí señor de las raíces. El blanco despertar reproductivo de las
orondas avutardas y sus ademanes exultantes y pomposos. Y la consuetudinaria anochecida a la que los
homínidos, desde su alborada, se han entregado maravillosamente maravillados.
Los antediluvianos
acantilados calizos
Y reconocí el impetuoso aleteo de
la calzada y el juguetearse con el viento de los laguneros aguerridos. El etéreo desplazarse frágil de las
cigüeñuelas y su acertado pasearse nutritivo por donde se confunden el agua
definitiva y la tierra cándida. Y los
océanos antediluvianos en los calizos acantilados que emergen como testimonio
vivaz de que nada, siquiera este piélago espontáneo, es inmutable.
Todos los mares son un mar
interior. Esta laguna humilde decidió
ser el mío. Quizá pudierais permitir que
decidiese, también, ser el vuestro. Si
es así, quizá nos encontremos a la orilla del anochecer, cuando las imponentes
elegantes se acerquen al dormidero y su trompeteo sea el preludio inequívoco de
la belleza que se abrirá a vuestros ojos, en el preciso instante en que la
marea hermosa se inicie en su cantar.
Orilla del anochecer
Diego Colás (texto y fotos)
3 comentarios:
Y la sola idea de perder, ese mar interior a donde acudir, cualquiera de los muchos que uno pueda tener en distintos lugares, resulta aterradora.
Recuerdos
Muy bueno Diego, si una pequeña parte de la población buscase ese mar, propio y compartido, en la laguna el Cañizar pronto habría playas rebosantes de paz.
Bien poliu Diago Colás.
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