Sábado 20 de marzo, por la mañana. Apenas han pasado unas horas y oficialmente ya es primavera. Por Zaragoza intenso cielo azul con viento flojo del sureste. Algunas nubes dispersas y ambiente fresco pero agradable, cercano a los 15 grados.
Con la perspectiva de un buen día improvisamos una pequeña excursión incluyendo un pequeño picnic, que con suerte será al calor del sol primaveral.
Esta vez el destino está bien cercano, apenas 1 hora. Pero las nubes y las cortinas de lluvia ya se atisban a lo lejos, en nuestro camino hacia las montañas de la Ibérica Zaragozana, hacia los carrascales del Campo de Daroca.
La temperatura por aquí ya es más fresca, pero ventanas de luz que se abren entre las nubes dejan entrever un paisaje primaveral precioso repleto de agua que discurre por los arroyos. Las últimas lluvias y nieves tardías se notan este año en el campo.
Bajamos el puerto del Huerva tras cruzar el alto Paniza y entramos en la estrecha carretera que nos lleva hasta Cerveruela. El río Huerva serpentea en el fondo del valle, baja con bastante agua de aspecto marrón, resultado de las lluvias en las cabeceras de los múltiples barrancos que se abren paso entre montes y cultivos.
Los árboles de la ribera lucen desnudos. Falta un mes largo aún para que chopos y sauces luzcan sus primeras hojas al viento de estas tierras. La ribera es, pues, gris corteza de chopo.
Cruzamos Cerveruela, pequeño pueblo a orillas del Huerva. Su preciosa huerta, aún entre dormida y abandonada. Las nubes vuelven a tapar el cielo y el valle se llena de sombras, pese a ello se recorta la silueta de chimeneas que humean levemente ya de mañana. En las umbrías brilla el verdín, que con las lluvias y la temperatura más templada comienza a cubrir rinconadas y cunetas.
En Cerveruela hay una granja escuela y un albergue rural (El Tío Carrascón). Una buena iniciativa para dar a conocer la naturaleza a los más pequeños, que acuden en su mayoría de la urbe, con escaso contacto con el medio natural , agrícola y ganadero.
Seguimos ruta en coche y entramos en los estrechos del Huerva. Iniciamos una caminata por el barranco de Valdelacebo, en busca de la Fuente del Tío Carrascón.
Entramos en un estrecho barranco entre el carrascal por el que discurre el arroyo. Llama la atención la sinfonía de pajarillos, entre los que destacan un par de petirrojos distanciados entre sí e igualmente escondidos entre el carrascal.
Seguimos una estrecha senda suave, serpenteante, cruzando el barranco en algún punto y alternando prados encharcados con aguas remansadas con roquedales de roca cuarcita y pizarras por los que corre alegremente el agua. Llegado un punto nos sentamos en las rocas, junto a la pequeña cascada, disfrutando del concierto de aves y agua, de la tranquilidad y belleza del campo, lejos del mundanal ruido de la ciudad. La fuente ya ha quedado atrás, disimulada, discreta… nada de grandes chorros.
Hacemos unas fotos y recogemos los bártulos. Desandamos camino y nos dirigimos a pie, carretera abajo, hacia un enorme paredón rocoso por donde trepan enormes hiedras, alcanzando alturas superiores a los 20 metros. La ladera es umbría, crecen helechos y ombligo de Venus (Umbilicus rupestris, su nombre ya lo dice todo), unas bonitas trompetillas verdes que asoman de las rocas humedecidas.
Cuando acaba el paredón rocoso se abre un extenso carrascal, en una ladera igualmente húmeda, donde reconocemos por sus curiosos frutillos al rusco (Ruscus aculeatus), que salen directamente de lo que parece ser la hoja, aunque realmente es un tallo modificado. Sus hojas son de verde vivo, duras y con la punta bien afilada. En cierto sentido esas "hojas" me recuerdan al mirto mediterráneo, una de las plantas que tuve que clasificar en el visu de botánica de la carrera. Pero no huele ni mucho menos igual. El mirto olía fantásticamente, pura colonia, una dulzura de los montes y ramblas de la costa mediterránea que acompaña a la colorida y también olorosa adelfa.
Aquí el monte huele a tomillo, al de toda la vida. Y se mezcla con el olor a río revuelto, una mezcla de agua y barro que se desprende junto al frescor de las aguas de la lluvia y el deshielo en los páramos y altos de estas sierras…
Comemos por el monte y volvemos a Cerveruela. Disfrutamos de un cafecito al sol primaveral en la terraza del albergue. Un paseo por allí y vemos como las primeras flores ya han florecido entre los roquedos y las eras del entorno, como las vistosas caléndulas…
Y nos maravillamos nuevamente del ombligo de Venus, mucho más accesible que en los grandes paredones rocosos de la mañana…
Nos damos una vuelta por el pueblo, saludamos a sus moradores más fieles…
Y volvemos a casa al caer la tarde, habiendo disfrutado del campo en este primer día de primavera.
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