... y para el Jiloca, el Huerva, el Pancrudo o para el Aguasvivas.
La bicicleta tiene múltiples usos en nuestra sociedad. Juguete infantil, deporte, transporte diario y, recientemente, turismo. Es un medio de transporte sano, ecológico, sostenible y económico.
A pesar de la hegemonía del automóvil, con un gran retraso con respecto a los países del centro y norte de Europa, algo está cambiando en la sociedad española. Al margen de su creciente uso deportivo, tanto en carretera como por el monte, comienza a tener peso como medio de transporte real en el medio urbano. La bicicleta ha llegado para quedarse en las ciudades, como no podía ser de otra manera, a pesar de la gran resistencia de los lobbys automovilistas, del diseño urbano pensado para el coche y de la inercia social.
Pero, en paralelo y de un modo incipiente, está comenzando su uso turístico tanto en largas rutas (Camino de Santiago) como en territorios con atractivos para el viajero y con un relieve accesible a la mayor parte del público. Es común ver bicicletas en los coches o en las caravanas de los turistas europeos que vienen de vacaciones por España. Pero, también está siendo cada vez más común la combinación de la bicicleta con el tren, y más que lo sería si la política ferroviaria de RENFE no fuera la que es.
Las comarcas del Jiloca y de Daroca tienen grandes posibilidades para el cicloturismo campestre. Especialmente, aquellas zonas con relieve suave, una densa red de caminos y paisajes hermosos. El Campo Romanos y, especialmente, la cuenca de Gallocanta son las zonas más propicias.
También existen otros muchos lugares apropiados, como el valle del Jiloca, aprovechando la ruta del Cid, pues integra los paisajes de secano, con la vega y los sotos fluviales.
En otros territorios ya resulta más difícil evitar las carreteras, con poco tráfico pero muy veloz, o las zonas de mayor relieve. Aunque siempre hay viajeros intrépidos y animosos que buscan superar estos retos.
Por eso considero un acierto la iniciativa de los gestores de la Reserva Dirigida de la Laguna de Gallocanta o en algunos establecimientos turísticos (Allucant) de ofertar el alquiler de bicicletas en este espacio natural.
Así como la propuesta de las últimas ediciones de la Fiesta de las Grullas de incluir una ruta en bicicleta: el bicipajareo.
Y no tanto por ser el mejor medio para la observación de las aves, pues todo el mundo sabe que lo mejor es quedarse quieto y esperar a que ellas se acerquen a uno, sino para disfrutar de un conjunto de sensaciones, entre las que también se encuentra el poder ver fauna silvestre, el contemplar paisajes a un ritmo humano y el hacer un ejercicio suave dando un un paseo sobre una bicicleta.
En la última edición de la Fiesta de las Grullas me animé a participar en el bicipajareo. Los días previos los informativos meteorológicos pronosticaban lluvias para aquel sábado. De hecho, el viernes por la noche ya llovió. Esto frenó a afluencia del público a la jornada y, especialmente, a la participación en la ruta ciclista. Aún así, me animé, cargué la bici de los chicos sobre la baca del R-4, y me presenté en Las Cuerlas. Se había preparado para la ocasión una decena de bicicletas para ofrecerlas a los participantes. Tras la estupenda charla sobre aves esteparias que impartió Antonio Torrijo en la Sala de la Avutarda comenzamos nuestro paseo.
Tan solo lo hicimos cuatro personas. Dos expertos, los Diegos (Bayona y Colás) y dos aficionados (Ángel y un servidor). Fue una lástima esta escasa asistencia. Pero para mí fue una vivencia preciosa. Se trataba de recorrer el camino que conduce desde Las Cuerlas hasta Gallocanta, dejando a un lado los prados de La Reguera y pasando junto a la ermita de la Virgen del Buen Acuerdo.
Amena conversación entre amigos pedaleando por caminos. De los rastrojos salían pequeños bandos de alondras comunes y algún que otro bisbita común recién llegado para invernar. Frente al viento del suroeste se colgaba sereno un cernícalo que no perdía ojo de lo que se movía en el herbazal de la cuneta.
Con el viento a favor llegamos en un momento al pueblo de Gallocanta, asomado a su lagunazo, por estas fechas completamente seco. Aquí terminaba la ruta y aquí se quedaron mis compañeros, pero yo tenía el coche en Las Cuerlas y tenía que recogerlo. Y hacia allá que me fui.
Ya, en soledad, puse mi atención en el paisaje y en las sensaciones y pensamientos que me sugería. Era un día nublo, con viento (ahora en contra) y con alguna rayada de sol. Me acerqué al observatorio de Los Aguanares. Allí me esperaban el prado de Puccinellia, corto y seco, las junqueras, resistentes, y los tamarices, mostrando su dorado follaje otoñal al reflejar una luz filtrada entre jirones de nubes grises nubes. Al fondo, como un faro, la ermita románica erguida sobre la loma.
Bandos de grullas pasaron por encima dibujando círculos fugaces ante el embate del viento de poniente ...
La mayor parte de los campos eran rastrojos, pues las lluvias se han retrasado este otoño, pero había labores de primavera, casi todas por sembrar ....
Crucé los secos cauces de los arroyos de Santed y de la Cañada. Y, para evitar la subida a la ermita, me desvié hacia el lagunazo de Gallocanta ...
Una familia de perdices que estaba enriscada en las peñas de la loma, levantaron vuelo a poca distancia. Parecen saber la ausencia de escopetas en estos parajes por estas fechas. Aquí y allá, las tarabillas comunes y trigueros posados sobre las hierbas secas o las zarzas solitarias sobrellevaban el poniente.
Entre la Loma de la Virgen y los Prados de la Reguera, el Arriñalejo, con su solitario sargatillo y una chopera venida a menos hace de ecotono entre el páramo calizo y los secanos frescos ...
Contra el viento había que redoblar el pedaleo. Un tractor sembraba a buen ritmo cuando comenzó la lluvia. Una sensación de esfuerzo, frescor, silencio y soledad me acompañó hasta los huertos de Las Cuerlas. Tan pronto llegué al coche dejó de llover.
Me dirigía a Gallocanta de nuevo para sumarme a los talleres, encontrarme con amigos y disfrutar de la exposición. Aún no había tomado la carretera, cuando un rayo de sol se abrió paso entre las nubes iluminando la ermita y el cerro de San Pedro. Fue un momento, pero muy especial.
Gallocanta ofrece sensaciones únicas. La bici te permite vivirlas con intensidad.
Texto: Chabier de Jaime
Fotos: Sabi Martínez, Pilar Edo, Diago Colás y Chabier de Jaime
Texto: Chabier de Jaime
Fotos: Sabi Martínez, Pilar Edo, Diago Colás y Chabier de Jaime
2 comentarios:
Buen artículo Chabier. Lo digo siempre, no ha viajado quien no lo ha hecho en bicicleta. Y si bien es cierto que los relieves suaves incitan más a su uso, también te diré que he visto a gente con condiciones físicas nefastas superar unos puertos de montaña que te metían el pánico en el cuerpo al contemplarlos desde su base. Con una buena planificación, sin prisas, la bicicleta permite afrontar cualquier relieve.
Sería una buena opción para el Jiloca, para contribuir a su desarrollo (Vía Verde de Ojos Negros) pero para eso es fundamental que RENFE cambie su política para con las bicicletas. El que se deja la "pasta" en el camino es el cicloturista de alforja, quien ha de pernoctar y avituallarse durante su ruta. Pero los europeos, que nos llevan décadas de ventaja en esto del cicloturismo (http://www.eurovelo.org/routes/) no se van a plantear venir a la península mientras no puedan hacerlo en tren. Como siempre, unos por otros, la casa sin barrer.
Por cierto, cualquier día que te animes ya sabes que te puedes venir conmigo de paseo... ;-)
Y no nos olvidemos de los camioneros europeos en ruta, casi todos llevan la bici en la caja del camión, para pasear los fines de semana, aquí por la playa, o acercarse a comprar a la ciudad, y la llevan, bajo siete llaves, pues los cacos, bien lo saben...
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