Estos días de final de primavera está terminando la floración de una de las plantas más características y comunes de los páramos y de los matorrales abiertos. Se trata de la zamarrilla lanuda (Teucrium gnaphalodes), nombre castellano poco habitual en nuestra zona, donde desconocemos su denominación popular.
Es una matita rastrera que casi no levanta 10 cm. por encima del suelo. Tiene unos tallos de los que nacen densos cogollos de pequeñas hojas. Estas tienen la disposición opuesta propia de la familia Labiadas, además del limbo muy revoluto y el borde claramente festoneado. Las hojas están densamente tapizados por unos pelos lanosos y blancos que les confieren un color verde blanquecino. Del extremo de los tallos surgen unos glomérulos formados por unas flores con corolas de un color rojo violáceo con el aspecto propio de las labiadas aunque con el labio superior reducido.
Suele presentarse de forma dispersa aunque en ocasiones se agregan formando comunidades no muy densas.
Es propio de los matorrales secos y soleados, degradados o muy pastoreados sobre sustratos carbonatados. Es un endemismo de la península Ibérica propio de los sectores continentalizados de la mitad oriental. En Aragón es muy abundante en el valle del Ebro y es bastante común en la cordillera Ibérica, donde prosperan importantes poblaciones.
La encontramos en plena floración en el Alto Piedra a mediados de mayo ofreciendo un humilde punto de color a las laderas blanquecinas y desnudas tan expuestas a la erosión.
La intensa presión de los herbívoros o del pastor sobre los matorrales de las etapas intermedias de la serie de los carrascales y rebollares favorece indirectamente a estas hierbas que, de otra forma, se verían sofocadas por los aliagares y espinares. Es, como la terrera común (nuestra corrugaña) otro beneficiario del diente de la oveja.
1 comentario:
Tengo entendido que esta planta se reproduce facilmente, para animales herbívoros debe ser un manjar.
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