Las plantas se ven sometidas a multitud de presiones ambientales desde el medio físico.
Las más son inapreciables al ojo humano. Forman parte de las exigencias funcionales para soportar una elevada o una deficiente concentración de algún nutriente. Han sido resueltas a lo largo del miles y miles de años por los vegetales, cada cual a su modo, mediante un repertorio de adaptaciones fisiológicas.
Sin embargo, hay algunos factores abióticos que ejercen presiones fáciles de apreciar.
El enebro común es un arbusto, en ocasiones arbolillo, de tronco erguido y algo ramificado, que tiene una hoja acicular con una línea blanca central y que reúne a sus semillas en el interior de un esférico gálbulo de color azul violáceo. Tiene una forma variable, a veces muy columnar ….
en otras más ensanchado cerca del suelo y progresivamente apuntado en su copa….
Las numerosas ramillas, que crecen casi verticales, mantienen multitud de cortas y recias acículas cuyo conjunto forma una auténtica fortaleza. Esta espesura de hojas punzantes disuade a muchos herbívoros el mordisqueo de sus ramas (¡con el tiempo que les ha llevado su crecimiento!), cierra con eficacia el paso del viento a su interior y, dirige la caída de las propias acículas para que se concentren en torno al tronco, concentrando así la acumulación de humus y, por tanto, garantizando para una mayor retención hídrica.
Los enebros, como las sabinas y los pinos, son plantas muy austeras. Son capaces de vivir sobre suelos pobres y degradados, bajo condiciones de escasas precipitaciones, intensa iluminación y vientos permanentes. En la península Ibérica tuvieron varias épocas de esplendor a lo largo del final del Cuaternario durante las glaciaciones, episodios en los que el clima se hizo muy frío y seco en la mayor parte de su interior gozando de hegemonía al quedar recluidas los árboles y arbustos planifolios a los valles abrigados próximos al litoral.
Los enebros y las sabinas soportan bien los ambientes de acusada continentalidad. Aquellos en los que carrascas, robles marcescentes e incluso pinos, eluden por su sequedad, por la presencia de vientos desecantes, de oscilaciones e inversiones térmicas, así como por sus suelos en exceso permeables, poco estructurados y rocosos. Son unos auténticos espartanos. En la actualidad estas cupresáceas encuentran ambientes apropiados en las altas montañas del interior de la península escasamente beneficiadas por las masas de aire húmedo procedentes del litoral. Tienen su óptimo en los altos páramos de la cordillera Ibérica. Buenos ejemplos son los sabinares y enebrales de Burgos, Soria, las parameras de Molina o las sierras de Javalambre.
Sin embargo, uno tiende a pensar que un mayor aporte hídrico siempre favorecerá a estas austeras plantas, como el enebro común. Pero pronto se comprende que no siempre es así ya que también beneficiará a los árboles planifolios, de hoja perenne o caduca, mejor preparados y frente a los que se encuentran en desventaja funcional.
Parece sorprendente la selección de los enebros por las solanas y las crestas venteadas. El pasado domingo encontré una posible explicación.
Recorríamos el barranco de La Riera de Olalla. La noche del jueves anterior el frente había dejado una nevada de unos veinticinco centímetros de tal modo que, a pesar del ascenso de temperaturas de la tarde del viernes y, sobre todo, del sábado, recorrer aquellos montes era un hundirse en la nieve a cada paso dado.
En la parte baja de una inclinada encontré este enebro.
El peso de la nieve acumulada entre sus acículas doblaba completamente el tallo. Su elasticidad le permitía con dificultad el no quebrarse. No muy lejos, bajo la nieve, se apreciaban grandes ramas de enebro que se habían desgajado por completo. Ahora comprendo la causa de la existencia de ramas rotas y secas al pie de muchos de estos arbolillos en estas montañas.
Se comprende que la nieve es un meteoro muy beneficioso para los árboles y arbustos. A diferencia de la lluvia, sobre todo la torrencial, la lenta fusión favorece que las aguas se infiltren recargándose los acuíferos y garantizando su aprovechamiento por la vegetación. Año de nieves, año de bienes.
Pero las nevadas, aún sin ser muy copiosas como la comentada, suponen un factor selectivo para las plantas leñosas. Soportar varios kilos de nieve sobre las delgadas ramas no resulta fácil. Y si esa nieve permanece varios días, como ocurre en las umbrías donde la iluminación es reducida, sobre todo durante los meses invernales, las posibilidades de que las ramas se quiebren se multiplican.
Estos enebros de Olalla, su crecimiento en umbría les deparó buenos momentos durante aquellos veranos de intensa sequía. El agua retenida entre las arcillas de su empinada ladera les aseguró sobrellevar el acusado estrés hídrico, a diferencia de los enebros que crecían en la ladera de solana. Sin embargo, quien lo iba a pensar, estas nieves marcinas les han supuesto un serio trauma.
Y es que, como a menudo les decimos a aquellos niños que no se cansan de pedir:
“Uno quiere todo … y todo no puede ser”
Las luces y las sombras, las virtudes y los defectos, los beneficios y los perjuicios … siempre van repartidos.
1 comentario:
Magnífico. Didáctico....fenomenal.
José Luis
Publicar un comentario