DE NAZARENOS Y PIPIRIGALLOS

El nazareno (Muscari neglectum) es una delicada planta herbácea que tiene unas largas, carnosas y tubulares hojas que no destacarían entre las hierbas de los prados si no emitiera un alargado pedúnculo con un racimo terminal de redondeadas flores que tienen un color morado tan intenso que destaca y la hace muy conocida.

Es una planta arvense, es decir propia de campos de secano y barbechos, pues requiere suelos algo removidos y aireados, a los que entra desde pastos pedregosos y desde baldíos y ribazos, pues también tiene un cierto carácter ruderal. Es indiferente a la naturaleza química del suelo.

Al inicio de la primavera produce las hojas y el pedúnculo floral. Alcanza un desarrollo muy variable que depende de la humedad del suelo y, por tanto, de las precipitaciones de otoño e invierno. Oscila entre los cinco centímetros de periodos secos a los 20 centímetros de los inviernos lluviosos. Como ha sido el presente.

A primeros de abril recorríamos el valle formado por el principal afluente del arroyo del Val, entre la sierra de la Pajaranca y el Alto de San Martín (1.219 m.), dentro del complejo montañoso de la sierra de El Peco. Es tierra de bosques de carrasca y rebollo y de pastizales (ahí el topónimo de Alto de Las Vaquerizas, pero también de campos de cultivo, en su mayor parte próximos al pueblo de Fombuena. Este año, buena parte de ellos están sembrados de pipirigallo, lo que sugiere la importancia que aún tiene la ganadería extensiva de ovino y, tal vez, la concesión de ayudas agroambientales para su siembra.

Este mes de abril los pipirigallos están espléndidos. De cada roseta basal surge un explosivo brote que auguran una abundante producción foliar (y de heno, tras el primer corte) y una generosa floración y producción de semilla.

Y, en los huecos que dejan entre sí las matas de pipirigallo, los nazarenos asoman sus delicadas flores haciendo de estos secanos auténticos y extensos jardines en donde disfrutar esta primavera.