Tengo un pequeño huerto en casa. Cuidarlo me resulta muy satisfactorio. Te produce hortalizas a lo largo del verano y del otoño pero, sobre todo, te proporciona muy buenos ratos cuando ves el fruto de tu trabajo o el desarrollo de las plantas día a día. Decía el antropólogo Eudald Carbonell, que también cuida el suyo, que al él le permitía tener una completa dimensión de la vida, de su trabajo … En una sociedad tan desquiciada como la actual es lógico el auge de los huertos urbanos o en las propias terrazas de los pisos. Lo de menos son las lechugas, casi importa más la satisfacción en el espíritu.
Lo cierto es que este año, tras el largo abandono invernal a mediados de abril tenía plantados los puerros y la cebollas. Sí, ya sé que es el momento e incluso tarde, pero normalmente planto todo a la vez tres semanas más tarde. Me las prometía felices.
Tras la nevada de finales de abril me animé con las tomateras y los pimientos. Llegaron los días fríos de mayo y a pesar de no tapar a las planticas, aguantaron las heladas, aquellas mañanas de un par de grados bajo cero. De esas maneras, iban sorteando las contrariedades. Siguieron las lluvias de mayo y junio. Despacio, pues han sido meses de frío, pero sin descanso, las planticas robustecían sus tallo, producían su primera flor e incluso desborlicé los brotes axilares.
Como no acierto con los semilleros de calabacera ni de pepinera, opté por comprar la planta. Fracaso. El caracol y la babosa liquidaron a las plántulas en dos noches. Las repuse. Nuevo fracaso, el mismo resultado.
A finales de mayo mi compañero Tomás me proporcionó lechuguino. Prosperaron casi sin riegos en el mes de junio. Por entonces puse las judías (en Calamocha insisten en sembrarlas o en abril o en junio, pero no en mayo), que pronto comenzaron a germinar asomando al poco las primeras hojas. Todo iba bien, incluso mejor que otros años a pesar del frío de mayo.
Junio es un mes de mucha faena para los docentes. Y el huerto lo acusa. Las verbianas, más altas que las tomateras, cubrían todos los campales. Después de unas semanas de corregir exámenes y cuadernos, de reuniones de evaluación, de informes y memorias … tenía decidido dedicar la tarde del viernes a arreglar el hortal.
Acabábamos de comer. El cielo estaba gris. A lo lejos se oía un extraño ruido sordo. Nunca había oído algo así. Me subí al palomar y no veía nada especial. Fue cosa de minutos. De repente comenzó llegó el pedrisco. Una batida intensa caía contra los cristales de la casa. Temías por ellos. Quince minutos eternos estuvo cayendo piedra sin cesar.
El trabajo del huerto se venía abajo. Hasta las tejas protectoras iban por los suelos. La piedra formaba un blanco manto.
Le siguió la lluvia. Litros y litros … hasta una precipitación total de 50 mm. Pero el daño ya estaba hecho.
De las tomateras y las pimienteras solo quedaron los tallos, algunos tronzados. La borraja, que ya estaba para coger, completamente deshecha. Como las lechugas. Las fresas, trituradas, tanto el fruto como la planta. Las maticas de acelga, con la hoja perforada. Las judías verdes, eran ya solo un palito verde. Solo aguantaron el tipo, aún con mucho daño, los puerros y las cebollas.
Y, después, ¿qué hacer? Hay quien ha pasado la mula mecánica y lo ha dejado para el próximo año.
Pero no me apetece tenerlo yermo todo el año. Es lo mejor del jardín. Así que, con dos meses de retraso vuelvo a replantar.
Siembro de nuevo borraja y judía verde. También pepineras y calabaceras. Reemplazo las tomateras y pimenteras más dañadas, la mayoría, confiando en el rebrote del resto. Planto las primeras coles de hoja.
Sé que corremos contra el reloj. Que las plantas tienen un límite en su velocidad de crecimiento. Que no veremos los tomates hasta finales de agosto. Y que los hielos de septiembre pueden frenar antes de hora las cosechas. Lo sé.
Pero vale tanto ver el huerto cada mañana de verano….
3 comentarios:
Me dice el amigo Ventura que agricultor tonto patata gorda.
Por mucho que evolucionemos hacia una sociedad más urbana siempre nos unirá un nexo muy fuerte con la tierra y su cultivo, es algo que no se debe perder, no lo debemos permitir. El placer de sembrar, plantar y recolectar nos hace partícipes del ritmo de la naturaleza domesticada, del arte de cultivar. Y por cierto, de los mejores sabores y aromas, grandes manjares para el paladar indomable, más allá de la fruta y la verdura de plástico de los grandes centros de distribución.
No hay nada como la tierra, cuantas veces lo habré oído, y en concreto la del Ajutar, acompañada la frase, eso si, con aquella otra de, si el tiempo acompañara, mejor que la huerta de Valencia. Calamocha seria el paraíso.
Habrá que tirar para adelante, sembrar, plantar, esperar... es lo que toca.
Recuerdos.
Íbamos al huerto con un pozal de ceniza de la Gloria para rodear las calabazas, pepinos y demás con el fin de que los caracoles y babosas, no se las comieran. Y para San Roque, coger tomates, era poco menos que imposible. Todo más tardío.
La verdad es que cultivar plantas comestibles es una satisfacción, coseches más o menos. Merece la pena.
Aquí es importante fomentar las variedades no comerciales, como las que cultivan y promueven las personas de la Red de semillas de Aragón. Pues las multinacionales trabajan para que llegue el día en que el código genético y, por tanto, la propiedad legal, de todos los alimentos que consumimos estén a su nombre. Las consecuencias serían tan atroces que marean.
No olvidemos tampoco la satisfacción de criar árboles y arbustos autóctonos, para añadir biodiversidad a nuestros castigados montes, para alimentar a la fauna con sus frutos, para intentar que algún día haya bosques maduros en estas tierras.
Saludos
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