Generalmente el concepto de monumento suele asociarse con el de una construcción humana preferentemente arquitectónica, con valor artístico, histórico o social para el grupo que lo erigió. En muchos casos se trata de obras grandiosas y espectaculares.
Sin embargo, en las pequeñas comunidades rurales hay monumentos que cumplen los mismos requisitos, aunque a una escala menor. En su mayoría, son construcciones con un significado y una función religiosa, aunque los hay que también un carácter civil. Suelen desempeñar un papel importante en la identidad del territorio y que suelen ser elementos destacados en el paisaje. Un par de ejemplos son las ermitas o los peirones, pero también pueden serlo los puentes.
Ermita de San Juan en Cañada Vellida (Comunidad de Teruel)
Otro tipo de elementos constructivos han sido levantados por los campesinos con una finalidad productiva. Masadas, graneros, parideras, molinos, casetos, pozos, neveras, cerradas, palomares y otros muchos. Habitualmente no con tenido la misma estima popular que los anteriores por tratarse de propiedades privadas y por tener un menor valor simbólico. Pero, así mismo, han ejercido una impronta profunda en el paisaje. Estas construcciones, en su mayoría, se han ido desmoronando conforme han ido perdiendo su función, debido a los cambios sociales o en los sistemas de producción. Por eso en los últimos años comienzan a ser considerados como monumentos.
Caseto de piedra seca en Bañón. Foto: José Antonio Sánchez
Hoy querríamos hablar de un sencillo monumento: el abejar de Torralba de los Frailes.
Las abejas melíferas silvestres gustan de construir sus panales en los huecos de los árboles y en las grietas de los peñascos. Los seres humanos llevan aprovechando la miel de las abejas desde el paleolítico. Tiempo después aprendieron a ofrecerles vasos para su ocupación y, con el tiempo, a desplazarlas a modo de trashumancia a distancias más o menos largas. Algunos humanos siguen extrayendo la miel de abejas silvestres, generalmente en pueblos no influenciados por el desarrollo tecnológico, pero también en comunidades rurales europeas, como también recoge Severino Pallaruelo en su precioso libro “José, un hombre de los Pirineos”.
El ser humano ha aprendido a construir abejares exentos en lugares apropiados, dotados de abundante flora melífera y con la presencia próxima de agua. Pero, a veces, estas construcciones se han realizado en las mismas peñas, de forma que cuesta deslindar donde comienza la obra humana y donde termina el trabajo de la naturaleza.
El río Piedra, tras su nacimiento en la sierra de Caldereros, se encaja en las calizas cretácicas en Embid y desarrolla un alargado cañón fluvial en los términos de Torralba de los Frailes y Aldehuela de Liestos. En su entorno, los montes presentan un suave relieve que está tapizado por carrascales, destinados al aprovisionamiento de leña, y por pastizales leñosos y secos de aprovechados desde hace siglo por ovejas y cabras. En estos pastos ralos predominan unas plantas aromáticas que están bien adaptadas a la sequedad, el viento, la insolación y los suelos esqueléticos. En ellos abunda la ajedrea, la salvia, el tomillo y el espliego, pero también el erizón, la aliaga y el gamón.
Estas son plantas muy melíferas y han permitido, además, un aprovechamiento pecuario distinto: el apícola.
Como en todo, la competencia por este recurso, habrá sido una constante en el pasado. Ganados y enjambres han competido por el aprovechamiento de las plantas del páramo. Unas extrayendo el néctar de las flores, otras comiendo las partes aéreas, generalmente cuando estas son tiernas. Por eso se explica el refrán:
Donde hay oveja, no hay abeja
Sin embargo, ahí ha quedado el colmenar de Torralba.
Está construido con mampostería obtenida de los clastos desprendidos de las calizas del cañón cementados con argamasa de arcilla. La cubierta está formada por tejas árabes bien sujetadas por un par de hileras de pesadas piedras planas que evitan ser levantadas por el viento. La fachada dispone de una quincena de piqueras abocinadas y con arcos semicirculares. Toda ella está bien enjalbegada con cal, ofreciendo un aire algo andaluz. A sus lados, un par de muros de piedra seca protegen del viento que entra y sale del cañón y, al tiempo, reflejan los rayos solares permitiendo entibiar el aire ante la fachada de la colmena.
Tiene la orientación perfecta. Al solano, al pie del cantil, recibiendo en invierno el tibio calor de los débiles rayos solares. Algo importante en estas tierras frías. Está protegido del cierzo, que lame los páramos y se encaja en el cañón del Piedra. Al estar en alto, está protegido de las habituales crecidas del cercano río Piedra, pero a su vez tiene muy cerca el agua de sus orillas o bien las pozas resultantes tras los largos periodos de sequía.
Pequeño, colgado sobre el barranco, pulcro y coqueto, el abejar de las Hoces de Torralba es una pequeña joya de la arquitectura popular, que a menudo ha pasado desapercibida a los ojos de naturalistas, senderistas o escaladores más interesados en la aparición del halcón peregrino, en la majestuosidad escénica del cañón o en cómo abordar la vía que tiene pensada.
Es, además, una joya bien pulida, en perfecto estado. Hoy por hoy, todo un lujo.
2 comentarios:
Bonita entrada dedicada a uno de los colmenares mejor conservados de nuestra zona, una construcción perfectamente integrada en el paisaje, y construida con materiales de la zona, y que una vez más nos demuestra que naturaleza, aprovechamientos naturales y patrimonio, van perfectamente engranados y equilibrados desde hace años. No rompamos ese equilibrio!!
Una joya de la arquitectura vernacula, no sabia de su existencia, me parece muy interesante y que habria que mapearla y datarla bien, gracias por el articulo Xabier
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