Durante siglos, mediante la gestión de los recursos naturales, los humanos hemos ido modelando de forma gradual el entorno al tiempo que construyendo un paisaje rural en el que se entrelazan la mano del hombre y el resto de los factores ambientales.
En las últimas décadas, tras un espectacular desarrollo tecnológico, el acceso a energía barata y al calor del abundante dinero público, los humanos nos hemos lanzado a marcar nuestra impronta en la Naturaleza. A superar las limitaciones del medio físico. A trazar nuevos paisajes, acorde con las nuevas necesidades pero también impulsados por nuestro deseo de imponer una estética urbana en el paisaje. De marcar nuestra huella.
En Aragón hemos asistido a la sublimación de este proceso en la Expo 2008. Con la excusa -políticamente correcta- de la gestión racional del agua y del desarrollo sostenible, miles de millones de euros se han dedicado a urbanizar la huerta y el meandro de Ranillas en el entorno de la ciudad de Zaragoza.
Era la oportunidad de cambiar los obsoletos modelos de gestión del agua (construcción de pantanos y despilfarro en regadíos) y el paso del evento se ha quedado en una veneración popular a edificios singulares implantados en un entorno que no es capaz de integrarlos.
Ese culto a la arquitectura y al urbanismo no ha venido acompañado con un conocimiento de los ríos en cuanto a sistemas naturales que son regidos por sus propias leyes y en una reflexión profunda sobre el papel que debe jugar el ser humano en sus relación con los mismos.
El efecto Expo, en cuanto a lo que supone de urbanización (eufemísticamente llamada “recuperación”) de las riberas, se extiende por todo Aragón. Los alcaldes demandan intervenciones para atraer a los vecinos hacia los ríos. Hace cincuenta años la gente se bañaba en unos ríos razonablemente limpios y vivos. Nos hicimos modernos, construimos piscinas, olvidamos el río, los huertos, ensimismándonos en lo urbano, desdeñando un paisaje y una relación secular.
Recuerdo el barranco que pasaba junto a la casa familiar en Retascón.Tardes enteras de verano durante nuestra infancia las pasábamos jugando con mis primos entre junqueras, lampazos y chopos. Hace ya unos años, toda la rambla fue completamente encementada a su paso por el pueblo. Supongo que plantarían rosales y algún que otro árbol (exótico, como no) y habilitarían un parque infantil. Un espacio vivo, con sus sedimentos, sus herbazales, su arroyo, sus animalicos ….. se convirtió en una superficie de estéril cemento y algún jardín recluido dentro de sus rígidos límites.
A finales de invierno recorríamos Carmen y yo la ribera del río Herrera. Este curso de agua resuelve un acusado desnivel en pocos kilómetros. El régimen mediterráneo de precipitaciones, escasas e irregulares, lo asemejan más a una rambla que a un río en el que son habituales los episodios de avenida. En el entorno de Herrera de los Navarros, aguas arriba del pueblo, encontramos un cauce, a tramos constreñido por aprovechamiento agrícola de las terrazas fluviales ….
a tramos más abierto y naturalizado con rápidos (e incluso pequeñas cascadas) y tablas ….
sobre un lecho de gravas y con una vegetación de ribera formada por herbazales, matorral espinoso y algún viejo chopo cabecero.
Al entrar en el pueblo nos encontramos una reciente intervención urbanística, suponemos que a cargo de la Confederación Hidrográfica del Ebro. Grandes bloques de rocas recubren el lecho mientras que otros forman una escollera con un talud de acusada pendiente. Una valla de madera tratada separa el espacio del río del espacio urbano dándole un aire rústico.
Algo más abajo, pudimos observar una intervención anterior. Tal vez de hace unos treinta años. Suponemos también que construida por el mismo organismo que gestiona las aguas y riberas de la cuenca del Ebro. En este caso, directamente el cauce había sido completamente encementado reservando un desagüe al caudal regular en periodos de aguas bajas y una sección mayor para las crecidas.
El lecho es un estéril espacio en el que la única manifestación de la vida son unos alcorques con aligustres del Japón y algún arbusto exótico adquirido en algún vivero. El verano, será un espacio sobrecalentado y casi sin sombra con un resol insoportable durante las horas centrales del día. En invierno, el aire no se beneficiará de la humedad del suelo, completamente sellado. Un espacio hostil.
Podemos pensar que hay una diferencia entre ambos modelos de gestión de ribera. El más reciente es algo menos duro. Pero poco menos. No sabemos si por limitaciones en el presupuesto o por estar operando un cambio de sensibilidad.
Pero lo más lamentable de todo esto es que el presupuesto para realizar estas obras de destruyen las riberas vienen a cargo de partidas económicas del Ministerio de Medio Ambiente (vía Confederaciones Hidrográficas) o del Departamento de Medio Ambiente del Gobierno de Aragón (vía Instituto Aragonés del Agua). Es decir, de los menguados recursos que deberían destinarse a la conservación de la Naturaleza. Al menos que vinieran del Ministerio de Fomento y del Departamento de Obras Públicas y Urbanismo de la DGA.
2 comentarios:
Todas estas actuaciones se basan en dos pilares fundamentales: el primero, la supuesta protección del pueblo frente a avenidas. La segunda, el diseño de una "obra de calado" para que se vea que en el pueblo se hacen cosas. Ni en una ni en otra se tiene en cuenta nada más, salvo la jardinería y los jornales que se emplean, que siempre son bienvenidos.
Estos proyectos deberían ser revisados concienzudamente por los ayuntamientos y modificados en la medida de respetar un mínimo de naturalidad del entorno. Pero como otras trantas veces, todo lo natural se ve sucio, viejo, como que sobra. No brilla y no se tiene en cuenta.
En Aragón lamentablemente hay muchos casos como los de las fotos. Los "adecementamentos" son bien conocidos.
Muy buena entrada. La verdad que estas cosas me ponen los pelos de punta...
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