Venía Chabi ese fin de semana y me pidió salir al monte. Acercarnos a Griegos a hacer esquí de fondo. Le dije que no había nieve y le hice una propuesta que bien sabía que iba a aceptar: subir Peña Palomera. Y acerté.
Palomera es un monte que para mí tiene un significado especial. Sin ser la cima más elevada, pues es menos alto que San Ginés, el ascenso obligado a pie, el abrupto relieve y la visibilidad sobre el valle y el Campo Visiedo hacen que esta peña tenga algo de mítico. La subí siendo un niño con mi hermano Chesús y me ha gustado hacerlo con mis hijos. Es una vivencia.
Pero, además, era la oportunidad de buscar a uno de los invernantes más esquivos en estas tierras: el acentor alpino. Un pájaro que encontré en Peracense hace unos años y que bien podría utilizar los herbazales y pedreras de Palomera. Un buen objetivo para El Gran Año. Y, con mucha más suerte, podríamos dar también con el treparriscos, ahora que parece que el Pirineo se ha cubierto de nieve y ha llegado el frío.
Entramos por Torrelacárcel siguiendo la buena señalización que encamina hacia la ermita de la Virgen del Castillo.
En los sembrados de cereal, algunas calandrias. Dispersas, con ganas de marcar territorio. En las parideras, ya medio perdidas, sin noticia del mochuelo. Tampoco vimos perdiz alguna en el estrecho, antes de llegar a la ermita. Algo pasa en los campos.
Tan pronto salimos del coche vimos un par de cabras adultas seguidas de tres crías que debían haber estado abrevando en la rambla. En cuatro saltos se internaron en el carrascal que se extiende hacia Aguatón. Grupos de charras (zorzales charlos) estaban haciendo lo mismo, apagar la sed de la noche.
Tomamos el camino entre bancales de rastrojos y espinares. Nevateros (pinzones vulgares), escribecartas (escribanos montesinos y soteños) picoteaban sobre el suelo. Sorprende la cantidad de semillas que debe haber en el suelo agrícola.
Fuimos cogiendo altura. Internándonos en el carrascal que desciende del monte a través de pastizales hoy en plena colonización por tomillos y aliagas. Los pinos laricios plantados en el borde del carrascal están sofocados por procesionaria este invierno sin heladas severas. Nada nuevo, a pesar de la alarma social.
Desde el carrascal baja un ronco balido. Buscamos con los prismáticos. En un claro asoma un robusto macho dotado de grandes cuernos y de un oscuro pelaje en el vientre. Está tranquilo, observándonos seguro por la distancia y el bosque.
Entre Sierra Palomera y los páramos de Campo Visiedo hay una depresión en donde afloran arcillas depositadas en el Paleógeno que en algunos sectores están cubiertas por conglomerados neógenos. Son unas tierras rojizas que contrastan con las calizas y margas jurásicas de la Sierra Palomera.
Estas arcillas presentan taludes donde la máquina ha ampliado la pista. Ofrecen hábitat a especies de avispas que necesitan sustratos horadables para sus colonias. Se puede ver muy bien junto a la sirga que cierra la pista.
Al poco, un sendero marcado con líneas de pintura amarilla y blanca (PR) se introduce en el carrascal. Hay que abandonar la pista. Es un umbría. El sol no ha entrado desde hace semanas en este monte. El suelo está helado, donde ha regalado la oscura y humífera tierra, forma unos barros resbaladizos. Es un repecho prolongado que te levanta la mirada por los montes arcillosos que se extienden hacia Camañas ...
y que te sitúa en la cresta de la sierra, en un collado cuyas herbazales están habitualmente azotados por el cierzo ...
Nos asomamos al valle del Jiloca a través del carrascal que asciende desde allí. En el fondo, Torrelacárcel y Alba. Al fondo, San Ginés, que parece un volcán dormido, casi en la raya con Castilla.
Carrascas y rebollos se introducen por los peñascos calizos de las crestas. Sobre ellos, descansa otro grupo de cabras monteses. Una de ellas, fiel a su carácter, gusta de erigirse sobre las más altas, como si supiera que la estamos viendo y fotografiando ...
El rebollar sustituye al carrascal en las zonas más elevadas. Sin ser un bosque extenso sí que presenta una buena cobertura. Son viejos tallares, bastante densos.
Poco a poco, el rebollar pierde densidad y aparecen los prados cubiertos de un denso herbazal y salpicados por alguna escalambrujera y algún enebro y encubiertos por grandes rodales de gayubera ...
Peñascos y pastizales. Este es el hábitat de los acentores alpinos. Los buscamos. Y nada.
Sobre nuestra cabezas pasa un pequeño bando de pájaros del tamaño de un gorrión mientras emiten un reclamo que no nos resulta familiar "druu druu". Se posan en la ladera de enfrente. Los más sobre el suelo, otros sobre alguna piedra. Desde lejos vemos el cuerpo compacto, los tonos àrdos grisáceos de la espalda y el pecho y el marrón rojizo de los flancos del vientre. No hay duda. Son los acentores alpinos que veníamos buscando.
Pareja de acentores alpinos. Foto: J. Beneito.
En la distancia se ocultan entre las hierbas. Picotean sobre el pasto corto y la tierra removida de las laderas. Se distinguen mejor aquellos que se posan sobre algún enebro. Los menos.
El acentor alpino es un pájaro cuyo hábitat son los pastizales de alta montaña de las cordilleras del sur de Europa. Allí nidifica y permanece, en muchos casos, durante todo el año.
Resulta sugerente imaginar que los acentores alpinos que recorren los pastos altos de Peña Palomera han criado en el Sistema Central, en los Pirineos o incluso en los Alpes.
Los machos y las hembras son indistinguibles. En plumaje otoñal, ambos presentan dos bandas alares formadas por puntos blancos. Fotot: J. Beneito.
Continuamos por el sendero a través de los prados y los peñascos hasta alcanzar una de las crestas que asomaba hasta un acantilado. Peña Palomera era el refugio de las palomas bravías (hoy escasas) y hoy un estímulo para los escaladores.
Paredes blancas formadas por estratos verticales de caliza. Paredes colonizadas por plantas rupícolas austeras, como la sabina negral (Juniperus phoenicea), que presenta ejemplares que se aferran a los planos de estratificación de los estratos.
Son unos auténticos resistentes.
En las crestas de la cima no vimos ningún ejemplar de cabra montés. Posiblemente estén inquietas ante la apertura de la veda de caza, ante los movimientos de las rehalas en los montes próximos. Sin embargo, si encontramos evidencias de su paso. Hierba segada rasa y abundancia de excrementos en los lugares de descanso.
Teníamos esperanza en encontrar algún treparriscos. Estuvimos prospectando las paredes calizas con detenimiento. Nada. De una de ellas salió un ave que nos lo pareció por tamaño y comportamiento. Fue un instante pues voló rápidamente fuera de nuestra vista. La seguimos al otro lado del peñasco. Pero no hubo éxito. Podría serlo. Pero nos quedamos con la duda. Hubiera sido la guinda.
Almorzamos cerca de la cima. Las piedras del vértice geodésico y las rocas cercanas están pintarrajeadas con nombres. Es una pena. Nos quedamos con la belleza del karst.
Pero no nos eclipsó la emoción de asomarnos al valle del Jiloca. Como bien decía Chabi, desde aquí se comprende el significado de este término. Un amplio valle, difícil de percibir por quien lo transita. Difícil de entender como lo será para quien viva en un rift continental. Los carrascales son surcados por las torrenteras que descienden salvajes desde la Peña.
Carrascales cuyos dominios se acotan por los cercanos cultivos cerealistas. Carrascales no son sino tallares cortados cientos de veces en la larga historia del poblamiento de este valle. Carrascas de viejas cepas que retienen los glacis con sus tenaces raíces. Carrascas que hoy deben contemplar con sorpresa como se extienden sus dominios en la última década en forma en cuadriculadas parcelas orladas por vallas metálicas y visitadas por perros y humanos con cesta.
Recorrimos las crestas esperando encontrar al pintapared. Sin éxito. Es buscar una aguja (pequeña) en un pajar. Un pajarico gris oscuro que, cuando quiere, despliega las alas como una mariposa y muestra un rojo cárdeno espectacular. No lo vimos, pero sí un bando de veinticinco chovas piquirrojas que sobrevolaron sobre nosotros con curiosidad.
Sobre las cumbres, allá donde se acumulaba algo de suelo, crecían las almohadillas de Artemisia y otras plantas cuminales, por estas fechas, poco más que pulvínulos discretos. La estrella de Peña Palomera, el geranio celtibérico (Erodium celtibericum) ni lo vimos. Más comunes eran las matas de Ephedra nebrodensis ...
y de unas lechitiernas (Euphorbia nicaensis) de retorcidos tallos ...
Al volver, nos esperaban los acentores alpinos en los mismos prados ...
Acentor alpino. Foto: J. Beneito.
... y la joven cabra en el mismo peñasco.
Volvimos felices. Una gran jornada vivida en una gran montaña. Palomera.
5 comentarios:
Siempre he visto Palomera desde lejos, ¡mas algún día subiré!
Y si puede ser contigo, ¡mejor! ¡Un abrazo, Chabier!
Cuando quieras, Marco. ¡Un abrazo!
A medida que transcurre la vida, te das cuenta de la cantidad de cosas que pensaste hacer algún día y que, por olvido o por lo que sea, ahí las tienes esperando. Una de ellas es subir a Peña Palomera. Desde niño he querido hacerlo y aquí estoy aun, viéndola de lejos al pasar por la carretera. A ver si Emilio B. (mi compa de paseos veraniegos) se anima y me prepara una subida este verano, aunque parece mal tiempo para hacerlo por los calores. Por cierto, no he visto la duración en tiempo. Ya lo direis.
Parece que todos pensamos lo mismo al leer el artículo: la eterna asignatura pendiente; que al salir de nuestra Sierra nos espera a ver cuando llega el dia . Gracias por acercarla un poco más
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