Natura xilocae

Journal of observation, study and conservation of Nature Lands Jiloca Gallocanta (Aragon) / Journal de l'observation, l'étude et la conservation de la nature et des Terres de Jiloca Gallocanta (Aragon) / Journal der Beobachtung, Erforschung und Erhaltung der Natur und der Lands Jiloca Gallocanta (Aragon) / Gazzetta di osservazione, lo studio e la conservazione della natura e Terre Jiloca Gallocanta (Aragona) / Jornal de observação, estudo e conservação da Natureza e Jiloca Terras Gallocanta (Aragão)

sábado, 16 de julio de 2016

ATARDECER INVERNAL EN EL PAÍS DE HERVE

Volvíamos aquella tarde de febrero de los páramos turbosos de Hautes Fagnes hacia Lovaina. Quedaba una hora y media de luz y nos animamos a introducirnos en una comarca de la que nada sabíamos y en donde, en el viaje de ida, nos había parecido ver a algunos árboles trasmochos. Nos perdimos por el Pays de Herve.


Es una zona situada en el extremo nororiental de Bélgica. Conecta el valle del Mosa con los las tierras altas de Hautes Fagnes y forma parte de la región natural de las Ardenas. Es un territorio pequeño, con una superficie que supone la cuarta parte de la de la comarca del Jiloca. Forma parte de Valonia, la región belga de habla francesa. Como suele ocurrir en buena parte de Europa es culturalmente complejo pues se encuentra muy cerca del pequeño sector belga de habla alemana y de la zona más oriental de habla flamenca. Esta complejidad se refleja en términos geográficos pues Pays de Herve es la única parte de Bélgica que tiene a un tiempo frontera con Alemania y con Holanda. 

De hecho, está en el centro del triángulo formado por tres importantes ciudades históricas. Lieja (en Bélgica, a cuya provincia pertenece), Maastricht (Holanda) y Aquisgrán (Alemania). Vamos, en el corazón del Imperio Carolingio.


El relieve de Pays de Herve corresponde a un conjunto de colinas que conectan con los pequeños altiplanos abiertos por el río Mosa y sus afluentes. Era un paisaje agrícola formado por prados cercados con setos arbolados (bocage) entre los que se repartían numerosas casas de campo, algunas con granja, las más residencia de personas con actividad no agraria, organizadas por pequeños pueblos.

Caía la tarde. Algunas nubes dispersas recorrían el cielo batidas por un viento frío. La gente volvía a sus casas del colegio y de los trabajos. Era una comarca viva. Gente en las casas, gente en los pueblos.

Y, efectivamente, ahí estaban los trasmochos. Eran los iconos de aquel viejo bocage.


Trasmochos de fresno (Fraxinus angustifolia), pero también de roble (Quercus robur) y de sauce (Salix alba). Árboles aprovechados desde hace décadas sin interrupción. Árboles que forman parte de un cultura rural aún viva. 


Algunos con la cabeza muy alta ... 


Otros con la toza más accesible ...


Muchos había sido descabezados este mismo invierno. Aún estaban los tarugos al pie de los árboles ...


Muchos de los prados estaban separados por setos de gazpotera (Crataegus monogyna) plantados y recortados ...

 

No había nadie en los campos a esa hora. Con la cámara fotográfica en mano entraba y salía por los prados. Un propietario, algo inquieto por mis andanzas por sus fincas, se acercó a preguntarme por mi interés. Me dijo que acababa de podar los árboles para obtener leña para el próximo invierno.


Eran árboles soberbios ...


Los árboles forman parte del paisaje vital de este pueblo. Esto es algo más que una cabañica ... es una prolongación del hogar.


Caía la tarde. Tráfico por la carretera. Uno de las últimas luces nos ofreció otra imagen espléndida de este país ...


Leímos después en internet que el paisaje con setos arbolados es su seña de identidad. Pero los paisajes que vemos, incluso los paisajes históricos como es el caso, han sufrido sus cambios. Por lo visto, durante el medievo era un paisaje abierto formado por campos de trigo salpicado de granjas. En el siglo XVI, el emperador Carlos V orientó la economía transformando el cultivo cerealista en prados para la cría de vaca y la producción de queso y mantequilla, de más fácil de transporte y mayor valor añadido. En estos prados se hicieron su hueco trasmochos como este precioso sauce.

  

Vimos un cartel indicador hacia la abadía de Val Dieu. Allá que nos fuimos, no teníamos prisa por volver ...

Con el paisaje de aquel tranquilo valle en la memoria ... 


nos fuimos acercando al monasterio cisterciense, destruido en cuatro guerras o revueltas y erigido otras tantas veces. La último hace siglo y medio, tras quedar asolado en la Revolución Francesa. Tras su abandono por los últimos monjes hace quince años, es empleado por una pequeña comunidad laica. 

Cuando ya íbamos a subirnos al coche. Descubrimos un pequeño tesoro. Bueno dos. Por un lado el bar que estaba alojado en la contigua y auténtica granja de la abadía, con un ambientazo de gente charrando y con un cocinero que hablaba perfectamente español con acento y gracejo traído de su aprendizaje en Málaga. Y dos, la fábrica de cervezas Val Dieu que estaba situada en las cuadras del monasterio y de la que degustamos unas estupendas brune con las que cerramos una jornada intensa. 

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